Al tiempo que me encuentro escribiendo estas líneas, ya han pasado casi 6 días desde el comienzo de la denominada, según el propio gobierno de la Federación rusa, “operación especial militar para la protección de las repúblicas de Donetsk y Lugansk”. Luego de estos seis días de guerra, las tropas rusas se encuentran cercando Kiev, al tiempo que han conseguido, según información del ministerio de defensa ruso, el dominio completo sobre el espacio aéreo de toda Ucrania. Simultáneamente, los bombardeos y enfrentamientos armados han supuesto la perdida de incontables vidas, tanto entre militares ucranianos y rusos, así como entre la propia población civil ucraniana. La respuesta de las potencias occidentales no ha sido la intervención armada directa en el conflicto -esto supondría una escalada del conflicto tal que dejaría de ser uno regional estrictamente hablando, para pasar a ser uno global- sino, por el contrario, fuertes sanciones económicas dirigidas a la Federación Rusa. El bloqueo de los bancos rusos del sistema SWIFT junto a múltiples sanciones al estado y empresas rusas han sido moneda corriente en la ultima semana. El impacto, si bien no inmediato, seguro se hará sentir en los próximos meses y años.
Desde el fin de la guerra fría en 1991, el mundo nunca había estado tan cerca del estallido de una guerra mundial. Esto ha dado lugar a una cobertura casi al minuto del conflicto, en diferentes medios del mundo. Sin embargo, el exceso de cobertura también ha venido teniendo aparejado, un flujo constante de desinformación que tiene poco o, me atrevería a decir, ningún precedente en la historia militar moderna.
Y es que, creo, una de las características de la actual guerra ruso-ucraniana es su presentación en términos maniqueos por los medios de comunicación de occidente y sus países aliados. Toda guerra se constituye, sin lugar a dudas, a partir de una otredad amenazante, pero en el caso que nos ocupa, pocas veces se ha visto la presentación de la guerra como una lucha de significantes opuestos a los otros en un relato que romantiza a unos actores y demoniza a otros. Las redes sociales también juegan aquí su rol de profundizar esos relatos. Se lee en noticias y en redes sociales historias de “héroes ucranianos” que sacrifican sus vidas en defensa de su patria, luchando contra los invasores rusos, presentados como “barbaros” cuyos ejércitos responden a un dictador megalómano -el presidente ruso, Vladimir Putin- que busca conquistar, cuanto menos, varios países de Europa. Esta caricaturización de los bandos, no es algo anecdótico o que pueda ser tomado de manera secundaria, sino que constituye un aspecto esencial del actual conflicto ruso-ucraniano: la comunicación y la construcción de identidades y otredades. La presentación de una lucha de “buenos contra malos”, hace al core de la presente guerra. Y es fundamental comprender este punto, puesto que sobre dicho discurso se habilita una miríada de posturas, comentarios, discursos de odio que resultan, mínimamente, vergonzosos y poco útiles para la salida del conflicto. Maxime cuando estos provienen de altos funcionarios y mandatarios de países miembros de la OTAN. Esta lectura binaria y maniquea parece haberse impuesto sobre una lectura más madura y anclada en la política y la diplomacia. Incluso se han hecho asociaciones que, desde un punto de vista ideológico e histórico, resultan ridículas, como aquella que presenta a Vladimir Putin como una suerte de sucesor de Adolf Hitler, o aquella que señala que Rusia busca embarcarse en una conquista militar desenfrenada. Resulta alarmante, la falta de seriedad con la que múltiples países de Occidente está abordando el conflicto. Pareciera imponerse una mirada que, en lugar de buscar puntos de dialogo y soluciones maduras a la guerra, intenta “castigar” a Rusia a como de lugar, y de la forma más severa posible. Dicha observación fue realizada, acertadamente, por el representante de la RPCH ante la ONU, Zhang Jun, quien señaló que China se pronuncia en contra de las sanciones unilaterales como forma de resolver conflictos.
Sin embargo, la forma en la que EUA y sus aliados han encarado el conflicto, dista de encontrar sus razones en la torpeza o inexperiencia diplomática. Por el contrario, creemos, responde a objetivos específicos de la política exterior de las potencias occidentales en respuesta a lo que perciben, desde hace años, como la amenaza que presentan Rusia y China para sus intereses políticos y económicos en diferentes partes del mundo.
En función de lo señalado, quisiéramos desmitificar algunas afirmaciones sobre el actual conflicto, aportando, en el camino, nuestra lectura a lo que creemos, es un conflicto que posee raíces históricas y ancladas en una disputa geopolítica que lo excede.
¿Algunos puntos sobre la guerra ruso-ucraniana?
- La guerra ruso-ucraniana no es un conflicto de “buenos” versus “malos”. El conflicto ruso-ucraniano no es una lucha de un “pueblo heroico versus una dictadura expansionista” como se ha venido comunicando en diversos medios y redes sociales. Por el contrario, el conflicto ruso-ucraniano responde a diversas variables históricas que coadyuvaron para que lleguemos a donde estamos hoy en día. Paralelamente, el conflicto responde a numerosos intereses de actores específicos en la escala regional (Rusia, Ucrania) e internacional (Rusia, EUA, Gran Bretaña, etc).
- Rusia no se embarcó en una cruzada expansionista y militarista por Europa. Por el contrario, las acciones actuales se pueden comprender mediante la importancia que posee el concepto de “extranjero cercano” para Moscú.El extranjero cercano o inmediato puede definirse como aquel espacio territorial comprendido por las repúblicas emergentes de la desintegración de la URSS en 1991 y que Rusia considera parte de su “esfera de interés” según declaraciones del ex presidente Dimitri Medvedev en 2008. Particularmente corresponde al territorio de catorce (14) estados: Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Estonia, Georgia, Kazajistán, Kirguistán, Letonia, Lituania, Moldavia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán. En este sentido, el Extranjero Cercano es considerado de vital interés para los intereses del Estado ruso y cualquier situación que altere la estabilidad de la región es considerada, por el Estado ruso, como una amenaza a su seguridad. La guerra ruso-ucraniana, por tanto, no responde a una locura megalómana por parte de Putin y el gobierno de la Federación Rusa, sino que encuentra su origen en la percepción de amenaza que se ha generado, por parte de Rusia, entorno al estado de situación en Ucrania. Pero, ¿Por qué Rusia lo ve de esta forma?
- La actual guerra no posee su origen en febrero de 2022, sino en febrero de 2014 e incluso antes.Deshistorizar los procesos, anacronizarlos, es parte del discurso político que se ha estado queriendo imponer últimamente entorno a este conflicto. Nada más lejos de la realidad. Efectivamente, el conflicto ruso-ucraniano encuentra su origen remoto en la cuestión de las nacionalidades en la ex – URSS, y en particular, en la cesión de Crimea a Ucrania por parte de NikitaKrushev. Sin embargo, no es el propósito de este somero escrito ahondar en aspectos históricos del actual conflicto, o realizar un recorrido de las relaciones ruso-ucranianas. A los propósitos de señalar lo más inmediato en relación a la actual guerra, baste mencionar que esta encuentra sus orígenes en la caída de la URSS y en el fracaso que el posterior estado ruso tuvo para contener a las nuevas republicas a partir de la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Simultáneamente, a principios de los ’90 el reciente estado ruso intento acercarse a occidente, pero sin demasiado éxito. Luego de un par de años, a mediados de la década de los ’90 resultaba evidente que los países occidentales no iban a perder su sesgo de desconfianza hacia Rusia. Sesgo alimentado por décadas de guerra fría y por percepciones político-culturales que resultan imposibles de abordar aquí. Rusía adoptó, una postura ambivalente hacia occidente, de dialogo y acercamiento en algunos puntos, pero de fría distancia en otros. Simultáneamente, la OTAN avanzaba en su política de cercamiento de Rusia a partir de la incorporación de países de la ex órbita soviética en la organización, así como en la instalación de bases militares en países cercanos a Rusia, no solo en Europa Oriental sino también en Asía Central. Esta política de cercamiento fue acentuada a comienzos del siglo XXI, a partir de los intentos de derrocamiento de los regímenes pro rusos en las ex repúblicas soviéticas, las llamadas revoluciones de colores. Ucrania fue uno de estos casos, y resultó exitoso hacia fines de 2013 y principios de 2014, cuando el régimen deVíktorYanukóvich colapso frente a las protestas generadas en los meses anteriores a raíz de la no firma del acuerdo de asociación de Ucrania a la Unión Europea (UE). Luego de la salida de Yanukóvich, el 22 de febrero de 2014, la Rada Suprema de Ucrania lo destituyó por abandono de funciones y se comenzó a conformar un nuevo gobierno pro occidental. A esto le siguió la anexión de Crimea por parte de Rusia y la proclamación de independencia de dos repúblicas de mayoría ruso-parlante -Donetsk y Lugansk-. Los nuevos gobiernos ucranianos atacaron a las dos republicas autoproclamadas de manera constante desde el 2014 en adelante. Ambas pudieron, sin lugar a duda, subsistir gracias al apoyo informal brindado desde Moscú. Desde 2021 EUA y la OTAN han desplegado un proceso de profundización en la enemistad con Rusia a partir del acercamiento al gobierno ucraniano del ya entonces electo -a partir de 2019- VolodímirZelenski. Ante la negativa, por parte de occidente, de aceptar los tratados presentados por Rusia, denominados “garantías de seguridad”, la situación fue escalando. Simultáneos ejercicios militares entre la OTAN, Ucrania, Rusia y EUA en Europa del Este solo sirvieron para escalar aún más el conflicto. La situación devino critica el 21 de febrero de 2022 cuando Rusia reconoció oficialmente a las dos republicas separatistas de Ucrania anteriormente mencionadas. El discurso de Vladimir Putin de la madrugada del 24 de febrero fue, por tanto, una continuación de una trayectoria histórica que no encuentra su razón en acciones unilaterales de Rusia sino en una serie de desmanejos y malas lecturas políticas de todas las partes involucradas.
- Occidente ha venido teniendo, en los últimos años, una política de mayor distanciamiento de Rusia, profundizada durante la administración de JoeBiden en EUA. Poco han hecho las administraciones de los países occidentales para desescalar el conflicto iniciado en 2014. En lugar de generar puntos de encuentro con Rusia, se han limitado a exportar la lógica de amigo/enemigo en el campo de la diplomacia. En los discursos de JoeBiden se han evidenciado, incluso meses antes del recrudecimiento del conflicto, una serie de prejuicios y opiniones peyorativas hacia el mandatario ruso lo cual daba cuenta de un enfriamiento de la alta diplomacia entre ambos países. También señales similares fueron enviadas desde Londres. Efectivamente Boris Johnson ha sido otro de los mandatarios que ha mostrado una actitud poco dialoguista hacia Moscú. En enero de 2022 anunciaba que aumentaría el aporte de Gran Bretaña a la OTAN a fin de plantar cara a lo que el consideraba la amenaza rusa. Por el contrario, los mandatarios de Francia y Alemania se han mostrado mucho más dialoguistas y cercanos a la idea de los consensos para con Moscú. Es claro el rol que ha tenido el mandatario francés, Emmanuel Macrón, en los intentos de desescalar el conflicto.
- Los intereses económicos son un aspecto central para comprender la situación actual. Es bien sabido que el Nord Stream 2 suponía una fuerte amenaza para la política de EUA en Europa occidental, al generar una mayor dependencia de esta del gas ruso.Al tiempo que se escriben estas líneas se hizo eco que la compañía que lo había construido, entró en quiebra. No creemos que esto sea una casualidad sino un punto central que explica al actual conflicto. Desde un punto de vista más amplio, la dependencia, por parte de los países europeos, del gas ruso se ha convertido en un tema de notoria sensibilidad y que no ha pasado desapercibido para Washington y Londres.
- El rol de China resulta clave en la solución del conflicto. Contrario a la política occidental, Beijing ha tenido una mayor seriedad en el abordaje del conflicto. Repudiando la solución de los conflictos mediante la guerra, la RPCH rechazo la política de sanciones unilaterales como forma de solución de conflictos. Ya a principios de febrero, Xi Xinping señaló que la OTAN se mueve bajó las posturas ideológicas de la guerra fría, alineándose con Moscú. El actual conflicto, y las consecuencias que viene trayendo aparejadas en las relaciones de Moscú con los países occidentales puede terminar reforzando el eje Moscú-Beijing.
Matías Caubet
Alumno de la Mestría en Relaciones Internacionales (IRI – UNLP)