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Rivalidades y acusaciones: las intrincadas relaciones entre la RDC y Ruanda
Introducción
Las relaciones entre la República Democrática del Congo (RDC) y Ruanda se caracterizan nuevamente por la inestabilidad y el conflicto. El origen de estas rispideces se encuentra en el accionar del resurgido grupo Movimiento 23 de Marzo (M-23), uno de los cientos de grupos armados que operan en el este de la RDC en la frontera con Ruanda y Uganda.
Si bien el enfrentamiento y el antagonismo han sido moneda corriente en las históricas relaciones entre ambos países, desde 2019 comenzaron a evidenciarse algunos signos de cambio que vinieron de la mano de la llegada de Félix Tshisekedi[1] al gobierno congoleño.
Sin embargo, todos los logros alcanzados en este poco tiempo están siendo desechados y la tensión entre ambos países está creciendo a pasos agigantados. Los ataques llevados a cabo por el grupo M-23 a principios de este año a posiciones del ejército congoleño en la región de Rutshuru, en los límites con Ruanda, han desencadenado una serie de acusaciones y dichos entre Tshisekedi y Kagame, mandatarios de ambos países, que están desgastando los frágiles avances obtenidos hasta la fecha en la recomposición de la relación bilateral.
El enfrentamiento político y diplomático entre Kigali y Kinshasha puede repercutir más allá de sus fronteras y afectar a la estabilidad en la Región de los Grandes Lagos recientemente alcanzada, ya que Uganda y Burundi han puesto el foco en la disputa entre sus vecinos.
El presente artículo busca analizar brevemente el impacto que ha tenido el resurgimiento y accionar del M-23 en las relaciones entre la RDC y Ruanda, y cómo esta situación influye en la dinámica regional.
De enemigos a aliados: un recorrido histórico por las relaciones bilaterales
La inestabilidad y violencia que azotan a la RDC, principalmente en el este del territorio, se remontan al año 1994 y su origen se encuentra estrechamente vinculado con los acontecimientos que tuvieron lugar en la vecina Ruanda, específicamente la Guerra Civil de 1990 que culminó con el trágico genocidio cuatro años después. En la era post-genocidio, se estima que cerca de dos millones de ruandeses hutus arribaron a la RDC, mientras que las fuerzas tutsis se hacían con la capital del país.
Tomando en cuenta este contexto, en 1996, Ruanda lleva adelante su primera invasión al este congoleño con la excusa de que la presencia de fuerzas hutus eran una amenaza al régimen ruandés recién consolidado, lo que originó lo que se conoce como la Primera Guerra del Congo. Con el apoyo de varios países de la región, principalmente Uganda, Ruanda logra deponer al presidente Mobutu Sese Seko y reemplazarlo por Laurent Kabila quien, para sorpresa de los ruandeses, una vez en el poder ordenó la expulsión de todas las tropas ruandesas y ugandesas del suelo congoleño (Queyranne, 2012).
Dos años más tarde se produce una segunda invasión por parte de Ruanda que contó con un amplio apoyo militar de otros países, desatándose la Segunda Guerra del Congo o «Guerra Mundial Africana», ya que produjo una enorme cantidad de muertes, así como la destrucción y explotación de los vastos recursos naturales de la RDC (Queyranne, 2012).
A partir de ese momento ambos países se encontraron inmersos en una lógica de conflicto indirecto o guerra proxy que va a perdurar más de seis años. Lo definimos de esta manera ya que, en lugar de enfrentarse directamente, lo hacen por medio de terceros.
En este caso, podemos considerar al conflicto como una guerra proxy a partir del apoyo de Ruanda a grupos rebeldes congoleños como ser el Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP), un grupo de oficiales que negaban unirse al ejército congoleño, los cuales posteriormente conformarán el M-23; mientras que la RDC se encargó de brindar asistencia a las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR) conformadas por hutus.
En base a la breve presentación previa, es evidente que las relaciones entre la República Democrática del Congo y Ruanda tienen un origen conflictivo, y que ese fue y será el rasgo predominante, que con altibajos marcará la historia entre los dos países. Sin embargo, esto no quita que puedan darse mejoras, avances y cooperación en diversas cuestiones, que de hecho tuvieron lugar, como por ejemplo en el 2009.
En el año 2009 se produce un giro de 180° en las relaciones bilaterales. Nuevamente tropas ruandesas vuelven a pisar suelo congoleño, pero lo que diferencia a esta ocasión de las anteriores es que el gobierno de la RDC invitó a las fuerzas ruandesas a operar en su territorio. Esto fue considerado un hito, dado que los países otrora enemigos, repentinamente se convirtieron en aliados luchando conjuntamente para erradicar al FDLR de las provincias de Kivu del Norte y del Sur (Queyranne, 2012). Sin embargo, la cooperación y buena disposición de las partes no duró mucho tiempo y la tensión reapareció.
Acercándonos un poco más al presente, la llegada de Tshisekedi a la presidencia de la RDC mostró indicios de lo que parecía ser una nueva era en las relaciones bilaterales. El acercamiento diplomático se produjo en el marco de la Comunidad de África Oriental (CAO) a raíz de la intención de Tshisekedi de que la RDC ingrese a dicho organismo. En este sentido tuvo que entablar conversaciones con Kagame quien presidía al organismo en ese entonces. Sin embargo, fue la cooperación en materia de seguridad militar lo que despertó el interés de ambos mandatarios dada la complicada situación que se vive en la región, lo que acabó por acercar a las partes.
El (re)surgimiento del M-23
El surgimiento del M-23 (2009) se encuentra estrechamente vinculado al accionar del CNDP en el este congoleño. El objetivo de este grupo era proteger a las comunidades tutsi de las provincias de Kivu frente al FDLR conformado por hutus, para evitar nuevamente un genocidio.
En el año 2009, se produce la división y separación del CNDP en dos facciones. La principal liderada por Laurent Nkunda[2] y una segunda rama disidente bajo el poder de Bosco Ntaganda [3]. Fruto de un acuerdo entre la RDC y Ruanda, las fuerzas ruandesas pusieron bajo arresto a Nkunda. De esta manera, Ntaganda heredó el liderazgo del CNDP.
El 23 de marzo de 2009 el gobierno de la RDC y el CNDP firmaron el Acuerdo de Paz de Goma por el cual se estipulaba el desarme e integración de las tropas del CNDP a las Fuerzas Armadas de la RDC (FARDC), la constitución del CNDP como partido político y la amnistía a los miembros de la base del grupo. Sin embargo, la decisión del entonces presidente de la RDC, Joseph Kabila de reubicar a las ex tropas del CNDP en otras partes del país, fue la gota que rebalsó el vaso haciendo que el grupo siguiera activo (Caruso, 2022).
Tres años después, en abril de 2012, medio millar de combatientes tutsis liderados por Ntaganda se rebelaron y amotinaron contra el gobierno congoleño bajo la excusa de que no se habían implementado los puntos del Acuerdo de Paz. Tomando la fecha de dicho acuerdo como bandera surge el Movimiento 23 de Marzo o M-23 (Palacián de Inza, 2013).
El M-23 rápidamente comienza a operar en el este del país y a pocos meses de su constitución logra tomar primero la ciudad de Goma (capital de la provincia de Kivu del Norte) y luego se extiende por el resto del territorio llegando a controlar gran parte del mismo.
Esto motivó a que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, por medio de la Resolución 2098[4], autorice la conformación y despliegue de una «Brigada de Intervención», en el marco de la Misión de las Naciones Unidas en la RDC (MONUSCO), para combatir al M-23 y otros grupos armados en la región. Esta brigada llamada Fuerza Neutral Internacional (NIF) se constituyó como la primera fuerza ofensiva de Naciones Unidas de manera excepcional (Palacián de Inza, 2013).
Paralelamente en marzo de 2013 Bosco Ntaganda, quien había sido acusado años antes de haber cometido crímenes de guerra y de lesa humanidad en la región de Ituri, se entregó voluntariamente en la embajada de Estados Unidos en Kigali para ser juzgado por la Corte Penal Internacional. Finalmente, la sentencia tuvo lugar en noviembre de 2019 y Ntaganda fue sentenciado a 30 años de prisión.
Luego de prolongados meses de enfrentamientos armados, las tropas congoleñas, respaldadas por la MONUSCO, derrotaron al grupo rebelde y provocaron la huida y expulsión de cientos de sus miembros a los países vecinos.
A finales del 2013 se firmó en Nairobi un acuerdo de paz entre el gobierno de la RDC y el M23. Los puntos principales del mismo eran la disolución del M-23 como grupo armado y desmovilización y reintegración de los combatientes a la sociedad civil.
Sin embargo, tras aproximadamente una década de presunta inactividad del grupo, en marzo de este año las FARDC fueron atacadas por el M-23 en la región de Rtushuru (Kivu del Norte), zona fronteriza con Uganda y Ruanda.
Ante estos hechos, cabe preguntarse, ¿por qué resurge el M-23? Si bien hay varios expertos y académicos que sostienen que en realidad la actividad del grupo nunca se había desactivado por completo, e incluso que seguía operando con un perfil más bajo, podemos encontrar una serie de factores que podrían haber influido en el resurgimiento del M-23 o, más bien, en la decisión de volver a enfrentarse al ejército congoleño a pesar de lo estipulado en los acuerdos de 2013.
En primer lugar, en las cuestiones de orden interno encontramos la decisión del presidente Félix Tshisekedi de poner como principal prioridad acabar con la inseguridad en el este, lo que sin dudas hizo que el M-23 se sienta amenazado y busque mejorar su posición ante eventuales futuras negociaciones (Hoffmann y Vogel, 2022). Por otro lado, los líderes del M-23 manifestaron sus quejas y disconformidad con la velocidad con la que se ha llevado adelante el proceso de desmovilización estipulado en los acuerdos. Paralelamente, la aparición de un nuevo grupo hasta ahora desconocido, la Coalición de Patriotas Congoleños por la Aplicación del Artículo 64 (CPCA-A64), en la provincia de Kivu del Sur amenaza la hegemonía que el M-23 mantiene en la región (Cascais, 2021).
Otros factores a tener en cuenta tienen que ver con la dinámica regional. El inicio de negociaciones para el ingreso de la RDC a la Comunidad de África Oriental y la posible creación de una fuerza conjunta regional, sumado al ingreso de tropas ugandesas a la zona de operaciones del M-23 para luchar contra las Fuerzas Democráticas Aliadas (FDA), un grupo ugandés afiliado al Estado Islámico que opera en el este del país, parecerían provocar al grupo (Hoffmann y Vogel, 2022).
De esta manera se inaugura un nuevo capítulo en la interminable historia en el este del país que reaviva las tensiones latentes al interior de la RDC, así como también las tensiones existentes en la triple frontera con Uganda y Ruanda que amenazan con desestabilizar la región.
Entre rivalidades y acusaciones
La participación de los países vecinos en el conflicto de la RDC ha estado ligada a los diferentes intereses particulares y objetivos que tenían estos actores. Desde la finalización de la Segunda Guerra del Congo, en 2003, Ruanda, y en menor medida Uganda, realizaron numerosas incursiones en el este del país para luchar contra grupos armados que operaban en sus respectivos territorios (Ahere, 2012).
En el pasado las fuerzas ruandesas apoyaron al CNDP para que luche contra las FDLR, pero luego de la separación del CNDP Ruanda continuó apoyando a la facción que seguía vigente, es decir al M-23.
La nueva ola de ataques perpetrados por el M-23, provocaron una serie de dichos por parte de Tshisekedi hacia Ruanda donde se la acusa de brindar apoyo al grupo armado.
«Hoy está claro, no hay duda, Ruanda ha apoyado al M23 para que venga y ataque a la RDC» así se pronunciaba el mandatario tras los primeros ataques (Al Jazeera, 2022). Por su parte, el portavoz del gobierno, Patrick Muyaya manifestó: «se están cristalizando las sospechas de que el M23 ha recibido apoyo de Ruanda» (Al Jazeera, 2022).
El sentimiento «anti Ruanda» caló profundo en la sociedad congoleña. A finales de mayo, cientos de manifestantes salieron a las calles de Kinshasa para manifestarse contra el supuesto respaldo que proporciona Kigali al M-23, esgrimiendo consignas nacionalistas y de rechazo a Kagame. Incluso los cantos instaban al gobierno de la RDC a que ponga fin a las relaciones diplomáticas con Ruanda y expulse a su embajador del país.
A pesar de que Kigali ha negado rotundamente cualquier tipo de participación o ayuda al grupo, el gobierno de la RDC avanzó tomando una serie de medidas entre las que se destacan la suspensión de la aerolínea ruandesa, RwandAir, de operar en el país, así como la citación del embajador ruandés en el país para que brinde explicaciones sobre los hechos (Al Jazeera, 2022).
Por su parte el gobierno ruandés no se ha quedado atrás y ha acusado a las FDLR, apoyadas por la RDC, de haber secuestrado a dos soldados ruandeses en la región de Biruma, y prometió tomar represalias contra cualquier agresión de su vecino. Tras la intervención del presidente de Angola, en el marco de la Conferencia Internacional sobre la Región de los Grandes Lagos, Kinshasa anunció la liberación de los prisioneros a inicios de junio (Ilunga, 2022).
La cuestión habría llegado a su punto más álgido luego de que, a mediados de junio, el M-23 tomara una ciudad fronteriza clave: Bunagana. La importancia de la misma es que se encuentra muy próxima a Goma, una ciudad de dos millones de habitantes y sede de varios organismos de ayuda humanitaria, así como de la MONUSCO. Frente a esto, el ejército de la RDC acusó a Ruanda de una invasión.
«Esta vez, las fuerzas de defensa de Ruanda han decidido violar… nuestra integridad territorial ocupando la ciudad fronteriza de Bunagana», dijo en un comunicado el general Sylvain Ekenge, portavoz del gobernador de la provincia de Kivu del Norte (Al Jazeera, 2022).
La muerte de un soldado congoleño al entrar en territorio ruandés ha provocado el cierre de todos los pasos fronterizos de la provincia de Kivu del Sur con Ruanda, afectando a miles de civiles que cruzan cotidianamente para trabajar y comerciar. Frente a esto, Ruanda instó a que el Mecanismo Conjunto de Verificación Ampliado, un organismo de la Conferencia Internacional de la Región de los Grandes Lagos, investigue lo sucedido.
Otra de las aristas importantes a tener en cuenta es la dimensión regional de la situación.
A finales del 2021 la RDC ha llevado a cabo una serie de operaciones militares en conjunto con Uganda y Burundi para luchar con grupos que operan en sus países cuyas bases se encuentran en el este congoleño. La presencia de tropas extranjeras en su frontera no le agrada para nada a Ruanda, quién ha manifestado su preocupación frente a la situación.
Las tensiones no tardaron en llegar al seno de la Unión Africana (UA) cuando el Ministro de Asuntos Exteriores de la RDC, en la reunión del Consejo Ejecutivo de dicha organización, acusó públicamente a Ruanda de estar apoyando a rebeldes que habían atacado a tropas de la MONUSCO. En este sentido hizo un llamado a la acción y a «no quedarse de brazos cruzados».
El actual presidente de la UA, el senegalés Macky Sall, manifestó su grave preocupación por las crecientes tensiones entre ambos países e hizo un llamamiento a la calma, instando a las partes a resolver sus diferencias por medio del diálogo.
Por su parte la Comunidad de África Oriental (CAO) también ha intervenido en la cuestión. Cabe destacar que la pertenencia de la RDC en el organismo regional es reciente ya que fue admitida a inicios de este año, siendo el séptimo país en ingresar a la comunidad.
Luego de los primeros ataques se llevó a cabo una reunión en Nairobi donde participaron los mandatarios de Kenia, Burundi, Uganda, RDC y Ruanda. Los debates se centraron en contener la situación en el este de la RDC, específicamente la provincia de Kivu del Norte, para evitar que el conflicto se extienda por la región. Para ello decidieron poner en marcha un proceso de diálogo político para mediar entre el gobierno de RDC y los grupos armados donde el presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, sería el mediador. En segundo lugar, acordaron la creación y puesta en marcha de una fuerza regional militar bajo el mando de la RDC que operaría en las provincias de Kivu del Norte, Kivu del Sur e Ituri de la RDC (Tolcachier, 2022).
Comentarios finales
El resurgimiento del M-23 ha reavivado antiguas tensiones entre la RDC y Ruanda. La compleja situación existente en el este del país repercute directamente en los países vecinos y en la región, poniendo de manifiesto una serie de cuestiones.
En primer lugar, una vez más queda demostrada la gran debilidad del estado congoleño de hacer frente a los grupos armados que operan en su suelo. La intención de Tshisekedi de acabar con la inseguridad en la región se suma a una larga lista de esfuerzos que fracasaron rotundamente. La región (específicamente la triple frontera entre RDC-Ruanda-Uganda) es un caldo de cultivo donde confluyen los grupos armados y las tropas de dichos países que buscan solucionar sus propios conflictos. Este escenario amenaza constantemente al precario equilibrio de poder dado que la desconfianza entre los actores es muy alta (Africa Center for Strategic Studies, 2022).
En segundo lugar, los esfuerzos de la UA, la CAO y la CIRGL no parecen surtir el efecto deseado. Uno de los principales desafíos que tiene la CAO por delante tiene que ver con la conformación de la fuerza multinacional y con la coordinación de los miembros que integrarán la misma, dada las altas fricciones entre los países de la región. Paralelamente, Kinshasa deberá poner condiciones claras para la fuerza, estableciendo sus objetivos, duración y mandato, para así evitar cualquier otro tipo de intenciones (Africa Center for Strategic Studies, 2022).
En cuanto a la relación RDC-Ruanda las tensiones políticas y diplomáticas continúan creciendo semana a semana. Para evitar que la situación derive en una crisis de mayor magnitud es necesario que ambas partes colaboren en reducir las provocaciones. En primer lugar, tanto Tshisekedi como Kagame deben dejar de utilizar un lenguaje ofensivo, de odio y provocativo. Oficiales de la MONUSCO han manifestado su preocupación frente a la incitación de la violencia contra las personas de origen ruandés, lo que no hace más que profundizar la crisis existente.
Por otro lado, es fundamental que la RDC establezca los objetivos claros de las operaciones de Uganda y Burundi en su territorio y, a su vez, tratar de convencer a Ruanda de que no reanude sus intervenciones militares en territorio congoleño como lo ha hecho en el pasado.
Aún es muy pronto para suponer cómo se resolverá esta situación, pero lo que ya queda claro es que cualquier nuevo conflicto interestatal en la RDC traería consecuencias políticas y humanitarias desastrosas no solo para el país sino para toda la región.
Notas
[1] Presidente de la RDC. Llegó al poder luego de triunfar en las elecciones de finales de 2018 representando a la UDPS (Unión para la Democracia y el Progreso Social). Su llegada al gobierno representa un período de transición ya que asumió luego de dieciocho años de Joseph Kabila en el poder.
[2] Fundador del CNDP, perteneciente a la etnia tutsi.
[3] Sucesor de Nkunda como líder del CNDP. Posteriormente formará al M-23.
[4] Disponible en: https://documents-dds ny.un.org/doc/UNDOC/GEN/N13/273/84/PDF/N1327384.pdf?OpenElement
Referencias bibliográficas
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