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La gira presidencial de Alberto Fernández al núcleo de la Gran Eurasia
El académico Andrés Serbin ha dado cuenta en su libro Eurasia y América Latina en un mundo multipolar (2019) de la emergencia de un centro de desarrollo que apunta a convertirse en una alternativa al centro euroatlántico: la Gran Eurasia. Por el momento se trata de un proyecto, una nueva narrativa constituida por actores con distintos intereses y cuyo núcleo impulsor lo constituyen la República Popular de China y la Federación Rusa.
A comienzos de febrero el presidente Alberto Fernández sostuvo encuentros con Vladimir Putin y Xi Jinping, al participar de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing, realizando una escala previa en Moscú. El interés de Argentina no se limitaría exclusivamente a la atracción de inversiones, la búsqueda de mercados para exportaciones o de fuentes alternativas de financiamiento tras el acuerdo preliminar alcanzado con el FMI. Quizás podemos interrogarnos si no se trató de una acción diplomática más vinculada con cuestiones domésticas, y en especial, con los conflictos desatados hacia el interior del partido oficialista por las negociaciones con el organismo financiero.
Con ambos países la Argentina tiene Acuerdos de Asociación Estratégica Integral. En los dos casos, han sido quienes rápidamente proveyeron de insumos médicos y vacunas durante la pandemia. A fines de noviembre de 2021 del total de vacunas recibidas -94 millones-, aproximadamente el 50 % de las mismas son de ese origen (20.371.335 Sputnik V de las cuales 5.688.125 fueron producidas en Argentina por el laboratorio Richmond y 30.000.000 corresponden a Sinopharm).
Sin embargo, existen diferencias en las percepciones que tenemos sobre los dos países. En medio de las álgidas negociaciones con el FMI en diciembre de 2021, pasó casi desapercibida la visita del Fondo Ruso de Inversión Directa (RDIF) al país. La comitiva rusa se reunió con el presidente, funcionarios de distintas carteras y también referentes de empresas públicas y privadas para analizar oportunidades de financiamiento en áreas como las de transporte, energía, minería, salud y turismo. En dicha ocasión, los medios de comunicación destacaron mucho más el acuerdo alcanzado en Moscú para la formación de militares argentinos en academias de dicho país, rubricado por el secretario de Asuntos Internacionales para la Defensa Francisco Cafiero, que todos los encuentros realizados con los inversionistas rusos. Si bien la Federación Rusa es reconocida en la región por la provisión de armamentos, también se encuentra interesada en inversiones en otras áreas. Muestra de ello es que a los pocos días de la visita del RDIF, la empresa minera Uranium One Group anunció la compra de una participación en el proyecto de litio Totillar Salar, en la provincia de Salta, para la explotación conjunta con su par canadiense Alpha Lithium.
En Argentina, muchas son las voces que se alzan considerando a Rusia como un socio vergonzante al caracterizarlo en los mismos términos que en los tiempos de la guerra fría. Luego de la disolución de la Unión Soviética, Rusia se orientó hacia Europa e intentó alcanzar nuevamente un liderazgo a nivel global. Un proyecto confirmado y acrecentado bajo el liderazgo de Putin. El rechazo de occidente provocó un giro hacia el Este, estableciendo una alianza estratégica con China y conformando la Unión Económica Euroasiática (UEEA), con la cual el Mercosur ha firmado un acuerdo de cooperación (2018). Si bien Latinoamérica no ha sido una zona preponderante para Rusia, con posterioridad a la crisis económico financiera de los años 2008-2009, ha incrementado su presencia, más allá de Cuba y Venezuela, para acrecentar sus intereses en el ‘patio trasero’ de los Estados Unidos, su histórico rival. En ese sentido, es posible entender lo expresado por el presidente en Moscú: que Argentina alcance una mayor independencia del FMI y de los Estados Unidos. Expresiones vertidas en un contexto al que se suma a las negociaciones por la deuda, la crisis ucraniana.
Con respecto a la visión sobre China, en general es más benévola desde un arco ideológico que va de liberales a progresistas, a excepción de las críticas de ambientalistas y de aquellos que anuncian una nueva relación de dependencia. Sin embargo, el gigante asiático es quien nos propone un modelo de desarrollo alternativo en el camino de la construcción de un mundo multipolar. Su presencia en Argentina ha crecido desde el establecimiento de relaciones diplomáticas en 1972 y se ha profundizado a partir de comienzos de siglo, al igual que en toda la región.
Durante la visita presidencial, Argentina acordó el ingreso a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), lo que se dio en llamar la ‘nueva ruta de la seda’ o BRI por sus siglas en inglés, lanzada en 2013. La IFR constituye un modelo de desarrollo basado en la conectividad y la inclusión de distintas regiones del mundo, mediante proyectos de infraestructura. Se trata de un instrumento ofrecido a Occidente para que ‘el sueño chino’ se transforme en ‘el sueño de la humanidad’. Por otro lado, le permite a China acrecentar su liderazgo a nivel internacional, impulsar la internacionalización de sus empresas y proyectar al mundo valores de su milenaria cultura. De este modo, Argentina es el primero de los países latinoamericanos ‘grandes’ en incorporarse a dicha iniciativa, en tanto Brasil y México aún no lo han realizado.
A modo de balance de la gira presidencial entendemos que:
- La adhesión a la IFR aseguró inversiones en un contexto crítico por la falta de reservas. De todas maneras, la llegada de las mismas (23.700 millones) no es inmediata, la aprobación y ejecución de un proyecto de infraestructura puede sufrir demoras y cambios en el presupuesto. Tal es el caso de las dos represas sobre el río Santa Cruz, Gobernador Jorge Cepernic y Presidente Néstor Carlos Kirchner. El proyecto ha atravesado tres presidencias desde la adjudicación en 2013, la paralización de las obras por un recurso interpuesto por una ONG ambientalista y la reanudación con modificaciones en el plan y el monto del crédito.
- Las visitas a Rusia y China, ambos países calificados por los Estados Unidos como sus máximos rivales, nos brindan un ejemplo claro de la interrelación entre la política externa y la doméstica. El encuentro y las declaraciones efectuadas por el presidente Fernández con Putin y Xi pueden ser leídos como un intento por acallar las voces críticas por lo acordado con el FMI, hacia el interior del partido gobernante. A la vez y en particular lo expresado en Moscú, generó un clima de tensión con Washington por considerarlo inoportuno, tanto por el momento en que se encuentran las negociaciones para el refinanciamiento de la deuda, como por la crisis desatada en Ucrania.
Aún nos encontramos muy lejos de visualizar la emergencia de una Gran Eurasia y de interpretar la propuesta de estos dos países para alcanzar un orden mundial multipolar, así como también, un modelo de desarrollo alternativo.
Al momento de finalizar estas líneas, Rusia ha iniciado un ataque militar a Ucrania. Algo que nos permite dejar como pregunta abierta, no sólo para la Argentina sino para toda Latinoamérica, cuál será nuestro margen de autonomía para sostener una posición que bregue por la paz y el respeto al Derecho Internacional.