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Reflexiones sobre Afganistán y el Nuevo Estado de Cosas.
Parte de la evolución de lo sucedido hasta nuestros días se remonta a la ocupación soviética de este país de Asia Central; allí podemos encontrar el “huevo de la serpiente”, ya que los mujahidines (“combatientes”, en pashtún) que resistieron a ese enemigo ateo fueron desplazados por los nuevos combatientes, formados en las “madrazas” que, financiadas por las petromonarquías árabes y bienvenidas por Occidente (en función al cálculo cortoplacista que la Guerra Fría imponía) terminaría degenerando en el fenómeno “Talibán” (“estudiantes”, en pashtún) que hoy vuelve a hacer pie en la Capital.
Una vez que Moscú abandonara Afganistán, a fines de los 80, el Talibán avanzaría a paso firme contra los “mujahidines”, ante la pérdida de popularidad local de los mismos por la corrupción e inoperancia. Para 1998, ya ocupaban el 90% del país.
Reordenaron el caótico escenario doméstico afgano, a la vez que imponían una estricta interpretación integrista de la ley islámica, desde la vertiente sunnita, justificando excesos que valieron innumerables condenas de Occidente, ya que impusieron castigos físicos (desde la pena capital en plaza pública a los latigazos o la amputación de miembros por delitos menores), despojaron de derechos a las mujeres (las obligaron a usar la burka, y prohibieron a las niñas de concurrir al colegio), erradicaron cualquier expresión cultural (cine, música, televisión) y llegaron hasta la destrucción de las imágenes de Buda de Bamiyán de más de 1.500 años de antigüedad, en marzo de 2001.
Ese mismo año se produciría el hecho que cambiaría todo, no sólo Afganistán, sino también en el mundo: los atentados del 11S. Dichos atentados fueron reivindicados por Osama Bin Laden (líder de Al Qaeda), quien vivía bajo la protección del régimen Talibán de Mullah Omar. Ante la negativa de entregar a Bin Laden, EE.UU. (acompañados por los británicos) darían inicio a la guerra más larga de su historia: la invasión a Afganistán, que tuviera su puntapié inicial en octubre de 2001, dando lugar a la ocupación que tendría su finalización oficial este mes de setiembre, tras una campaña de 20 años, que atravesó el mandato de cuatro presidentes en la Casa Blanca, y que encontró en la mesa de negociación en febrero de 2020 a Donald Trump (entonces presidente de los EE.UU.) e, increíblemente, al Talibán en Qatar: las promesas de paz que escuchó el presidente republicano como contraprestación a la retirada americana fueron incumplidas, y en la medida que las fuerzas occidentales abandonaban al atribulado país asiático, los insurgentes avanzaban a una velocidad sorprendente, haciéndose tanto de los pertrechos con los que Washington y el resto de la OTAN dotaron al nuevo ejército afgano, como de los mismos soldados afganos (también entrenados por Occidente), a los cuales se le perdonó la vida a cambio de abrazar la causa Talibán. La débil resistencia presentada por las fuerzas armadas afganas sorprendió a la Casa Blanca, pero parece olvidar un antecedente cercano geográfica y cronológicamente: las desbandadas masivas del flamante ejército iraquí ante el impiadoso avance de las fuerzas de ISIS. Así, los 83.000 millones de dólares invertidos en la formación de los 300.000 efectivos de las fuerzas armadas afganas van a terminar, de manera indirecta, fortaleciendo el poderío del flamante Emirato Islámico de Afganistán, en manos de aquellos a quienes se suponía que combatirían.
Una ocupación militar de 20 años, que costó la vida de cerca de 2.500 soldados americanos, casi 3.900 contratistas (mercenarios), 66.000 integrantes de fuerzas armadas y de seguridad afganos, casi 1.200 integrantes de fuerzas aliadas a los EE.UU., cerca de 48.000 civiles, cerca de 52.000 combatientes irregulares, casi 500 trabajadores humanitarios y más de 70 periodistas, termina de la manera más vergonzante posible: una rápida retirada que, a los más memoriosos, les trae el recuerdo de la veloz retirada de Saigón en 1975 (epílogo de la derrota americana en la Guerra de Vietnam) y que, claramente, no pone el tablero en cero nuevamente. Mucho daño se ha hecho al pueblo afgano (cuya voluntad nunca le importara ni a Occidente ni al Talibán) y a la estabilidad internacional.
Mientras los helicópteros y aviones militares de Occidente evacúan al personal diplomático y a los trabajadores afganos que prestaron servicio para ellos y al ejército de ocupación, el presidente Ashraf Ghani (o el alcalde de Kabul, como socarronamente se ha llamado a los diferentes presidentes afganos, elegidos con el visto bueno de los EE.UU.) ha abandonado el país, dado que el proceso de Doha (diálogo entre el gobierno afgano y el Talibán, resultado del acuerdo de Qatar de febrero de 2020) se ha convertido en “letra muerta”.
La invasión americana en 2001 se asemejó más una huida hacia adelante por parte del gobierno de George W. Bush, para darle respuestas al pueblo americano. Esa ocupación, sin plan de salida, fue uno de los puntales de la política exterior de Barak Obama para la región, ya que consideraba a Afganistán como más relevante que Irak (por la cercanía geográfica y política con Pakistán, potencia nuclear): acertó en el diagnóstico, pero falló en el tratamiento, ya que «apostó un pleno” al entrenamiento y equipamiento de las fuerzas armadas, descuidando el desarrollo económico del país y su pueblo; por otro lado, llevó al reconocimiento de la impotencia de Washington por parte de Donald Trump en 2020, la cual fue implícitamente aceptada por Joe Biden, a pesar de los llamados de atención del secretario general de la OTAN, Jens Stotelberg y de parte de la oposición en EE.UU., el Pentágono y los Servicios de Inteligencia: Afganistán ha sido librada a su propia suerte.
Una de las principales preguntas que el Nuevo Estado de Cosas nos genera es quiénes son los principales perdedores y ganadores. Pocos dudan en que el principal de los perdedores es los Estados Unidos de América. Más allá de las justificaciones que Joe Biden pueda dar (Estados Unidos hizo lo que fuimos a hacer en Afganistán: capturar a los terroristas que nos atacaron el 11 de septiembre… así como degradar la amenaza terrorista para que Afganistán no se convirtiera en una base desde la que pudieran continuar los ataques contra Estados Unidos. No fuimos a Afganistán para construir el país)[3], la imagen de Washington queda muy deteriorada no sólo frente a sus aliados (algunos de los cuales acompañaron a Estados Unidos a Afganistán y no fueron consultados a la hora de decidir la retirada[4]), sino ante sus rivales. Más allá de que el presidente americano pueda redoblar sus esfuerzos en la esfera doméstica (donde coincide, junto con su electorado, en que es la clave de su administración[5]) que ya se encontraba exhausta ante la guerra más larga de su historia, y con un incierto resultado militar, y que pueda concentrar recursos en otra de las áreas calientes para la Casa Blanca, como es el Mar Meridional de China, esta retirada (que algunos entienden como la gran retirada americana de Asia Central) les cede a sus rivales sistémicos un espacio geográfico inmejorable para consolidar su posición o extender su influencia[6]. Por otro lado, no cabe menos que preguntarse qué ganó EE.UU. con el billón de dólares[7] que costó el conflicto en Afganistán, más los 20 años de ocupación del país asiático. A los ojos del mundo, la principal potencia militar que la historia ha conocido, se ha mostrado impotente frente a un rival infinitamente inferior en lo que a armamentos respecta, pero con una profundísima convicción en sus acciones. Es evidente que, a pesar de lo condenable de las prácticas del Talibán a lo largo de su historia, la moral[8] de esta insurgencia le permitió recuperar el sitio que le fue despojado en 2001.
La torpe y unilateral retirada americana también desnudó la profundísima dependencia estratégica que Europa tiene respecto a los EE.UU.[9] Las amargas quejas alemanas, holandesas, españolas, y “demases”[10] demuestra que, la primera guerra librada por la OTAN[11] fuera de la zona geográfica para la cual se había creado la alianza atlántica fue una aplastante derrota política y social, más allá de los inciertos resultados bélicos. Los europeos habían hecho aportes de relevancia para la reconstrucción de Afganistán, pero su principal socio tomó la decisión de hacer las valijas sin preguntar antes. La OTAN sale de este entuerto debilitada y humillada. La lección aprendida para Europa tiene que ser la de dotarse de una estatura estratégica con la cual nunca contó. Ahora bien, ello demanda cohesión interna en la Unión Europea (que no es sencilla de lograr, pero es menos difícil que hace unos años, tras la salida de Reino Unido de la UE, brexit mediante), y más gasto en Defensa[12], aquél que el entonces presidente Donald Trump les reclamaba en la cumbre de Londres[13]. Sin embargo, es ineludible la decisión de convertirse en la potencia que corresponde en base a los atributos con los que cuenta. En dicho sentido se ha expresado Waltz, para quien «tener poder para ser una gran potencia y no serlo, sería una anomalía estructural”[14].
Otro de los grandes perdedores es Irán. Cabe recordar que Irán y Afganistán comparten frontera, y uno de los grandes temores de la teocracia iraní ante la coyuntura radica en el peligro cierto de verse obligada a recibir una ola de refugiados afganos. Más allá de que el volumen demográfico los sitúa en peldaños diferentes (Irán tiene más de 82 millones de habitantes), no es menos cierto que la población afgana alcanza una nada despreciable cifra que supera los 35 millones y medio. La carestía y la enorme inestabilidad en tierra del pashtún es una enorme amenaza a su vecino. Cavando más profundo, sobre la relación bilateral por venir, muchos analistas concluyen en que la República Islámica se ha curado en salud, y está encarando un proceso pragmático al revisar su posición frente al Talibán, denominado “flexibilidad heroica” (o al menos lo es desde la perspectiva del ayatollah Ali Khamenei). Este pragmatismo alcanzó el clímax en julio de este año, cuando la Mesa Política de la insurgencia talibán visitó la capital iraní; y llevó a Teherán a tolerar el tráfico de opio del Talibán para financiar su actividad bélica a cambio de mantener a raya a ISIS, impidiéndole hacer pie en territorio persa.[15] Sin dejar de lado esta presunta flexibilidad, huelga recordar que la potencia shiíta tiene en el sunnismo a uno de sus principales adversarios, y el retorno del Talibán a Kabul le recuerda hasta donde pueden extenderse los brazos asfixiantes de su principal contrincante en la región: la monarquía Al Saud.
En una situación híbrida se encuentra la Federación Rusa. Moscú, junto con Islambad y Beijing, se cuenta entre los que han conservado abierta su embajada en Kabul. Josep Borrell, quien tiene a cargo la diplomacia de la Unión Europea, ha declarado ante el Parlamento Europeo que Rusia ha encontrado una nueva oportunidad de extender su influencia a Asia Central. Eso puede concluirse de la visita hecha por la Mesa Política del Talibán a la Federación Rusa. Se deduce que los rusos tienen una perspectiva sobre Afganistán que se agota en la agenda estratégica, y ello queda demostrado en el hecho de haber manifestado, a todo aquel que pudiera oírlo, que la aventura occidental en tierras pashtunas ha sido un completo fracaso. Tan así es que informes de la inteligencia americana dan cuenta de la probabilidad de que Vladimir Putin hubiera armado a la insurgencia talibán actuante en su frontera tayika[16], en un juego no muy diferente al practicado por EE.UU. y sus aliados cuando, durante la ocupación soviética, armaban a los muyhaidines que terminarían derrotando a la URSS a fines de los ´80. La razón para ello se encuentra en el hecho de que el Talibán le sirve como freno al avance del Estado Islámico (lectura también hecha por el régimen shiíta de Teherán), y Moscú teme que este último encuentre terreno fertil para progresar en las ex repúblicas soviéticas de Asia Centro. Por último, está claro que el Kremlin siempre suma cuando Occidente se retira de los espacios geográficos cercanos a sus fronteras, pero también es cierto que el nuevo régimen allí asentado es poco menos que un “socio muy incómodo”, y le quita capacidad de proyección a su principal interlocutor en la zona: Irán.
Una situación más ventajosa tiene hoy Pakistán. La gigante potencia nuclear musulmana (tiene cerca de 220 millones de habitantes) utilizó sus servicios de inteligencia (ISI) para entrenar y dar cobijo al Talibán, con el cual ha mantenido una histórica relación de protectorado[17]. Tan así es que mantenía vínculos formales con el régimen allí establecido desde 2001[18]. En términos geopolíticos, Islambad ha visto en Afganistán un espacio geográfico clave ante la eventualidad de un repliegue forzado por un conflicto armado con la otra potencia nuclear, su vecino, India. Y matando dos pájaros de un tiro, al insuflar al islam como identidad “supratribal” en tierras afganas, licúa el riesgo cierto de que un embrionario sentir nacional pashtún actúe como fuerza centrífuga de sus propias tribus pashtunas, principalmente en sus provincias occidentales (hablamos de una friolera cercana a los 30 millones de personas) pero que tiene en Karachi a la principal de las ciudades pashtunas.
Otro de los que ha mejorado su posición con el nuevo escenario es Arabia Saudita. Riad ha invertido ingentes sumas en el sostenimiento de las madrassas que formaron al Talibán en Pakistán. De esta manera, ha impuesto su visión del Islam en Afganistán y ha condicionado, de manera decisiva, a su rival regional (Irán[19]).
Ahora bien, uno de los principales ganadores del Nuevo Estado de Cosas (ahora mismo es aventurado aseverar que es el principal ganador, ya que el tiempo lo dirá, pero todo apunta a que así será) es la República Popular de China. Recordemos que una de las escalas hecha por la Mesa Política del Talibán fue China. Beijing se sabe que busca minimizar la influencia india en el país, apuntalando la presencia de Pakistán. Por otro lado, busca sumar a Afganistán a su proyectada Ruta de la Seda. Las inversiones ya hechas en Pakistán (que rondan 60.000 millones de dólares) y ya convenidas con Irán (en marzo de este año firmaron un acuerdo estratégico por 25 años que prevén una inversión de 400.000 millones de dólares), también alcanzarían a los nuevos gobernantes de Afganistán e incorporarlos a la colosal “Nueva Ruta de la Seda” – o “Iniciativa de la Franja y la Ruta o “yi dai yi lu” en mandarín, BRI por sus siglas en inglés, con un costo estimado de 1 billón de dólares), sustrayendo definitivamente al país de cualquier futura influencia Occidental, cauterizando el nuevo status quo.
Asimismo, si consiguiera moderar los impulsos desestabilizadores del Talibán en la región, podría encapsular los fervores independentistas de los uigures (una de sus minorías, en este caso musulmana y también sunnita, como el Talibán, originaria de la provincia de Xinjiang)[20] quienes viven en la región de la frontera común (de 76 kms.) que comparten Afganistán y China. Se sabe que esa cuestión se abordó expresamente en la bilateral, durante la cual el ministro de Relaciones Exteriores chino, Wang Yi, dejó en claro que era necesario impedir el retorno de los terroristas e intensificar la lucha contra el movimiento islamista del Turkestán oriental. Recibió garantías, por parte del Talibán, de que Afganistán no sería utilizada por nadie como retaguardia para atacar a otro país[21].
La República Popular ha expresado mucho interés en realizar inversiones en el país, para explotar su riqueza minera, que incluye tanto oro, hierro, cobre como “tierras raras” y litio (cuenta con una de las mayores reservas mundiales de este mineral, escaso e imprescindible para la fabricación de las baterías recargables. Se calcula que esta riqueza, compuesta, tanto los metales preciosos tradicionales como los metales necesarios para la economía emergente del siglo XXI, alcanzaría el billón de dólares, según un informe presentado por la cadena americana CNN[22]. El Talibán se ha mostrado receptivo a estas inversiones: «Si un país quiere explotar nuestras minas, será bienvenido”, declaró un vocero talibán. Ya por 2017, Bejing había obtenido una concesión de 3000 millones de dólares para explotar la mina de cobre de Aynak, cerca de Kabul. Huelga aclarar que China, a diferencia de los EE.UU., nunca condicionará ni la asistencia económica ni las inversiones al respeto de los derechos humanos[23].
Hemos dejado para el final, no por ser menos importante, si no por todo lo contrario, al principal de los perdedores, que no está ni en Occidente ni en Oriente, sino en el propio país: el pueblo afgano. El Talibán ha desplegado una impresionante campaña publicitaria, ofreciendo al mundo la imagen de que han vuelto “mejores”. Nada parece indicar que ello se condiga con la realidad. De hecho, agencias al servicio de la ONU han denunciado un plan de persecución llevado adelante por el Talibán tendiente a la detención y castigo contra los opositores políticos y quienes han colaborado con las potencias ocupantes (así lo sostiene un documento elaborado por el Centro Noruego de Análisis Globales, que proporciona información de Inteligencia a la ONU)[24]. Por otro lado, viene de sufrir 20 años de ocupación extranjera, tras una guerra por la cual tuvo que lamentar más de 48.000 víctimas civiles. Previo a eso vivió el brutal régimen Talibán desde 1996, y entre 600.000 y 1.000.000 de víctimas, 5 millones de refugiados y 2 millones de desplazados tras la intervención soviética en 1979. Los afganos de hasta 43 años de edad nunca vivieron en un país independiente, soberano y pacífico[25].
Malas noticias para el pueblo afgano. Y otra materialización de la advertencia de Tucídides.
Cuán inestable será la región[26], y cuánto repercutirá ello en el escenario global el Nuevo Estado de Cosas es el gran interrogante de este contexto. Pero la película aún no termina: una película de terror que a diferencia de lo que sucede en el cine, parece no tener un final.
Notas
[1] Profesor de Derecho Internacional Público (JurSoc – UNLP), Secretario del Instituto de Relaciones Internacionales (JurSoc – UNLP), Magister en Relaciones Internacionales (IRI – UNLP) y Coordinador del Departamento de Seguridad Internacional y Defensa (IRI – UNLP).
[2] Aranda Bustamante, G. Afganistán: el muro en el que se estrellan los imperios – El Mostrador
[3] Ver Declaraciones del presidente Biden sobre la salida de las fuerzas estadounidenses de Afganistán | La Casa Blanca (whitehouse.gov)
[4] Heine, J. En La Repregunta. Jorge Heine: “Es un gran peligro que países de América Latina terminen alineándose de forma individual con China o Estados Unidos” – LA NACION
[5] Ortega, A., en Afganistán: La humillación de Occidente | Opinión | EL PAÍS (elpais.com)
[6] Heine, J. Op. citado
[7] El Watson Institute, de la Universidad Brown de Rhode Island calcula que entre octubre de 2001 y finales de 2019 EE.UU. Invirtió 979.000 millones de dólares en la guerra, y sólo 36.000 millones fueron destinados a apoyar la gobernanza y el desarrollo de Afganistán. Cantelmi, M., op. citado.
[8] En la acepción que la define como “Estado de ánimo y confianza de una persona, en especial para el cumplimiento de un objetivo”.
[9] Así lo dejó en claro la canciller alemana, Angela Merkel, al referirse a la presencia de la OTAN en Afganistán “siempre hemos dicho que somos básicamente dependientes de las decisiones del Gobierno de EE UU”.
[10] Tan así es que el 24 de agosto de 2021, en la Cumbre de urgencia del G7, celebrada para discutir la situación en Afganistán, encontró una posición irreductible de Washington frente a la solicitud de los europeos de ampliar el plazo previsto de retirada de tropas americanas de suelo afgano (31 de agosto o, de ser posible, antes). Ver https://elpais.com/internacional/2021-08-24/el-g7-fracasa-en-arrancar-a-biden-una-ampliacion-del-plazo-de-evacuacion-de-afganistan.html
[11] Recordemos que los atentados del 11S dieron lugar a la primera invocación y aplicación del art. 5 del Tratado del Atlántico Norte.
[12] Ortega, A. En Afganistán: La humillación de Occidente | Opinión | EL PAÍS (elpais.com)
[13] RIAL, J. A., “Sobre la última Cumbre de la OTAN”, en https://www.iri.edu.ar/wp-content/uploads/2019/12/rial_articulo.pdf
[14] Waltz, K. The emerging structure of international politics, International Security, N° 18, 1993
[15] Cantelmi, M. En Afganistán: el triunfo de una tropa desarrapada y el descrédito del «imperio» (clarin.com)
[16] Ver Para Asia Central, la crisis en Afganistán es una partida de ajedrez de la que todos buscan sacar provecho – LA NACION
[17] Pakistán se constituyó, a fines del año 1979, en el principal vector de expansión del wahabismo, a través de las madrassas. Y el principal producto de esta política fueron los taliban, refugiados afganos de la etnia pashtoon que abandonaron su país con la invasión soviética, en cuya cosmovisión el wahabismo se fusiona con otros dos aportes culturales clave: pashtoonwali y deobandismo. Bartolomé, M. C., La Seguridad Internacional Post 11S: contenidos, debates y tendencias, Buenos Aires, 2006, pág. 118
[18] Ver Para Asia Central, la crisis en Afganistán es una partida de ajedrez de la que todos buscan sacar provecho – LA NACION
[19] Una guerra fría persiste entre Irán y su vecino del Sur, Arabia Saudita. En la década de 1980, el reino había apoyado al régimen de Saddam Hussein en su guerra contra Irán… En 2003, la invasión estadounidense a Irak generó nuevas tensiones, puesto que Riad se preocupaba por la creciente influencia de Irán y la marginación política de los sunnitas… Los dos países también están compitiendo en la escena libanesa, ya que Arabia Saudita apoya al ex primer ministro Saad Hariri, pero también a grupos radicales muchas veces cercanos a Al Qaeda. El deshielo de las relaciones entre Teherán y Washington (2013) … complicó la situación… lo cual corre el riesgo de debilitar la posición de Arabia Saudita. Ahmadi, Sh., El Mundo según Irán, en Irán. En el Centro de las Tormentas, serie Explorador de Le Monde Diplomatique, pág. 58, Buenos Aires, 2015.
[20] Cantelmi, M., en Afganistán: el triunfo de una tropa desarrapada y el descrédito del «imperio» (clarin.com)
[21] Ver Para Asia Central, la crisis en Afganistán es una partida de ajedrez de la que todos buscan sacar provecho – LA NACION
[22] Ver Los talibanes están sentados en US$1 billón en minerales que el mundo necesita (cnn.com)
[23] Ver Para Asia Central, la crisis en Afganistán es una partida de ajedrez de la que todos buscan sacar provecho – LA NACION
[24] Ver Afganistán.- Los talibán intensifican la persecución de colaboradores de EEUU y la OTAN, según un documento de la ONU – Infobae
[25] Un dato triste sobre la dureza de la vida en este país radica en el hecho de que la esperanza de vida en Afganistán es una de las más bajas del mundo: 65 años
Ver Esperanza de vida al nacer, total (años) | Data (bancomundial.org)
[26] Cabe señalar, mientras se escribían estas líneas, se inició el proceso de consolidación de fuerzas opositoras al Talibán, en el valle de Panjshir, a través del Frente Nacional de Resistencia (FNR) que reúne a restos de las fuerzas armadas y de seguridad afganas y milicianos tayikos (Ver Cómo es el valle de Panjshir, el único territorio que resiste al avance del Talibán – LA NACION); por otro lado, también se sucedieron dos atentados suicidas en el aeropuerto internacional Hamid Karsai (Kabul), el 26 de agosto, que se adjudicó ISIS-K, desprendimiento de ISIS, que rivaliza de manera ostensible con el Talibán (Ver https://elpais.com/internacional/2021-08-26/isis-k-el-enemigo-numero-uno-de-los-talibanes.html). Estos datos permiten augurar un futuro más que inicierto en Asia Central.