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A2022 Seguridad Reyes Osetia

Departamento de Seguridad Internacional y Defensa

Artículos

Arquitectura de seguridad y defensa de la Federación Rusa en el espacio postsoviético: el caso de Georgia y la guerra por Osetia del Sur[1]

Cristian Reyes [2]

El mundo postsoviético engloba conflictos periféricos de difícil resolución desde el orden internacional. La política pragmática de corte realista puesta en funcionamiento por Vladimir Putin desde el año 2000, presupone un equilibro de poder en la proyección de dominios de su entorno cercano. La esfera de influencia de la Federación Rusa funciona como muro de contención ante el expansionismo de organizaciones militares defensivas occidentales como la OTAN, que busca minar y desestabilizar zonas de importancia geoestratégica, elevando la confrontación regional a niveles tan disruptivos como críticos.

En este aspecto coyuntural, el conflicto armado entre la Federación Rusa y Georgia en 2008, por el enclave osetio en el sur, que también alcanzó a la región de Abjasia, configura un propósito para las acciones bélicas en rededor de espacios geopolíticos de suma relevancia para el tablero internacional, en donde la implicancia de actores regionales y extrarregionales augura enfrentamientos continuos por el dominio y control de espacios geográficos que representan no solo problemáticas identitarias de índole cultural-nacionalista; sino también, conflictos de matriz hidrocarburífera, gasífera y comercial.

Desde este prisma de análisis, y abocándonos específicamente a la territorialidad como nervio en constante tensión, Georgia representa, junto a Bielorrusia y Ucrania, una condición de pivote geopolítico en el entramado fronterizo con el mundo occidental, al configurarse como un actor de alta proximidad y vulnerabilidad para los límites tolerables de la Federación Rusa en materia de seguridad y supervivencia (Hutschenreuter, 2019).

El desmembramiento de la Unión Soviética (URSS) en las postrimerías del siglo XX, propició la independencia de varias repúblicas que estaban encorsetadas bajo el yugo soviético[3]; de esta manera, Georgia, pasó de ser una república socialista a consolidarse como un estado soberano en el año 1991. Su conformación multiétnica y multicultural lejos estuvo de fortalecer la integridad territorial, y la autonomía estatal alcanzada se vio fragmentada ante las aspiraciones secesionistas de enclaves como Osetia del Sur, Abjasia y Ayaria[4], regiones con independencias de facto dentro del territorio georgiano.

La convulsa independencia de Georgia estuvo signada por una violencia inusitada, la cual se reflejó en golpes de Estado, guerras civiles, revoluciones, nacionalismos, secesiones, y una presencia intimidante de la flamante Rusia, en pos de apadrinar el auge de movimientos independentistas que garantizaban la esfera de influencia estratégica. De esta manera, el espacio postsoviético entraba en una nueva órbita de coerción y cohesión social, en donde los grupos separatistas contaban con apoyo logístico, político y diplomático en el mantenimiento de hecho de sus autoproclamadas repúblicas autónomas, las cuales se habían configurado en el antiguo entramado territorial soviético.

Aspectos identitarios de osetios y abjasios

La turbulencia territorial de esta región del Cáucaso, encuentra raíces culturales e identitarias que se relacionan con las fuerzas profundas y los factores ideacionales de cada pueblo. El sentido de pertenencia, los rasgos lingüísticos y la arbitraria delimitación geográfica, han hecho que la constitución de Georgia como estado soberano se encuentre fragmentada en zonas que reivindican un estatus autónomo discutido por la comunidad internacional, en donde los nacionalismos se alzan como el leitmotiv de la supervivencia étnica.

En este sentido, las reivindicaciones territoriales de Abjasia y Osetia del Sur están respaldadas fuertemente por sus particularidades culturales. Las aguas del mar Negro bañan las costas de los abjasios, descendientes de los circasianos[5], minoría étnica proveniente del noroeste del Cáucaso; en tanto, los osetios, residen en el interior montañoso de Georgia, al norte de Tiflis, y son descendientes de los alanos[6], un grupo etnolingüístico iranio (Cuenca, 27/02/2020).

Desde principios del siglo XX, Abjasia pasó a formar parte de la URSS con el estatus de república autónoma, primero dentro de Rusia y luego, a partir de 1931, de Georgia. Desde entonces, Abjasia será víctima de las políticas soviéticas de georgianización, que tenían por objetivo la homogeneización étnica dentro del territorio georgiano, incluyendo el cierre de escuelas abjasias o la designación de oficiales georgianos para los puestos clave de Gobierno. No sería hasta la caída de la URSS que se invierta esta tendencia: la relación entre Abjasia y Rusia mejoró. El clima subtropical de la región y su proximidad al mar Negro la convirtió en un gran atractivo para el aparato político soviético por dos razones clave: ser un área idónea para el turismo y para la explotación agrícola (Ibíd.)

El caso de Osetia guarda algunas diferencias políticas, administrativas y territoriales que se enmarcan en la era estalinista cuando la región fue dividida en dos, quedando constituida al sur una provincia autónoma perteneciente a la República Socialista de Georgia; y otra al norte, con un rango administrativo superior, integrada al territorio de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. La desintegración de la URSS y la posterior independencia de Georgia, provocarían una gran crisis política y un estallido revolucionario en Osetia del Sur, quien buscaba la unión con su hermana del norte en territorio ruso, situación que la incipiente nación georgiana no estaba dispuesta a tolerar por considerarla lesiva a su integridad territorial.

Finalmente, y ante un proceso de enfrentamientos que aglutinó el desconocimiento de autoridades constituidas y golpes de Estado, Osetia del Sur proclamó su independencia en noviembre de 1991, mientras que Abjasia lo hizo en julio de 1992. En esta coyuntura, el nacionalismo georgiano forjó una intervención militar apoyada por el gobierno para recuperar los territorios secesionados que consideraba como propios, lo cual derivó en una guerra de guerrillas entre el ejército georgiano y las milicias abjasias y osetias. La incapacidad de las tropas georgianas para controlar el territorio sublevado y la ayuda encubierta de Rusia a las repúblicas separatistas provocó, además de miles de muertos, 250.000 desplazados georgianos, la destrucción total de estructuras críticas, y la retirada del contingente georgiano de Osetia en 1992, y de Abjasia en 1993, sumado a un acuerdo de alto al fuego[7] (Arancón, 09/12/2014).

Figura Nº 1: Mapa de Georgia tras la independencia de Abjasia y Osetia del Sur


Fuente: EOM (2014) https://elordenmundial.com/el-caucaso-hervidero-sin-solucion-la-vista/

Proceso de occidentalización georgiano: la Revolución de las Rosas

Tras años tormentosos luego de su independencia en 1991, Georgia pasó de tener un presidente nacionalista como Zviad Gamsajurdia, a uno fuertemente vinculado con Moscú y las tendencias soviéticas. Luego de la guerra civil y las desavenencias fronterizas, políticas, culturas y multiétnicas con las regiones separatistas, un golpe de Estado destituyó a Gamsajurdia y colocó en el poder a Eduard Shevardnadze, colaborador estrecho de Mijaíl Gorbachov en la planificación de la perestroika[8].

Si bien, Shevardnadze era un político georgiano de raigambre comunista y había formado gabinete en las esferas más altas del politburó soviético, su gestión se fue acercando tibiamente a las instituciones occidentales, principalmente, a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Sin embargo, la debilidad estructural del estado, la fragilidad económica, la carencia energética y las guerras intestinas que desangraban la extensión territorial, coadyuvando a la inestabilidad integral de la nación, provocaron la aparición de clanes mafiosos que, al servicio de funcionarios corruptos, sumieron al país en un descalabro institucional, alejándolo definitivamente de la esfera occidental.

El proceso electoral parlamentario del año 2003, sería el punto de inflexión para el deteriorado gobierno de Shevardnadze; si bien, las elecciones dieron como ganador a su partido con el 21% de los votos, su opositor y ex ministro de Justicia, Mijeíl Saakashvili, obtuvo el 18%. Ante sospechas de corrupción, los comicios fueron denunciados como fraudulentos y posteriormente la OSCE[9] confirmó las irregularidades. La situación desencadenó en manifestaciones y protestas tanto en la capital, Tiflis, como en el resto del país. Ante la neutralidad del ejército, Saakashvili y sus aliados tomaron el Parlamento prometiendo nuevas elecciones, dando origen así a la “Revolución de las Rosas”[10] (Salamanca, 14/10/2018).

El viraje occidental de la nación georgiana a manos de Saakashvili, supuso un quiebre para la órbita rusa y un claro desafío a sus intereses geopolíticos. Según Cheterian (2007), Georgia buscaba una nueva identificación basada en una transformación social y política:

El deseo de los georgianos de integrar Occidente es político, pero también ideológico y afectivo. Pertenecer a Occidente significa sumarse a un mundo considerado moderno, y dejar atrás un pasado soviético vivido como arcaico. Es una reacción del imaginario ante todos los flagelos que padece esa nación, el primero de los cuales sería Rusia, a la que se sigue percibiendo como soviética.

El objetivo de occidentalizar a Georgia llevó al país a moldear lineamientos propios de las democracias liberales, basado en un programa económico neoliberal al estilo norteamericano y en una reestructuración integral tanto de la política doméstica como exterior. Al mando de Saakashvili[11], el país caucásico enarboló la bandera de la integridad territorial y optó por un alineamiento total con la OTAN, la Unión Europea y, fundamentalmente, con Estados Unidos.

En este aspecto, la revolución trajo aparejado un cambio sustancial para la política georgiana en sus diversas esferas de influencia, tanto en el plano regional como internacional. Siguiendo a Cheterian (2007):

En pocos años la joven “revolución de las rosas” impuso verdaderos cambios: el Estado afirmó su poder tanto en el interior del país como en el plano internacional. Logra recaudar impuestos, pagar regularmente los salarios de los funcionarios públicos y poner en ejecución proyectos de infraestructura. Además, lleva adelante un enérgico combate contra la corrupción, uno de los más duros fracasos del pasado régimen. Sectores enteros fueron desmantelados y reformados: se disolvieron el ejército y la policía -antaño los símbolos más visibles de la corrupción y de la incuria del Estado- y se reclutaron nuevos oficiales.

La nueva visión geopolítica ligada a los intereses nacionales y al acoplamiento con el mundo occidental, también propició la homogeneización de la población, restaurando la integridad geográfica de Georgia mediante el retorno de los refugiados y la implementación de una política más asertiva hacia las distintas comunidades del entramado multiétnico. De esta manera, el país se posicionaba como un actor confiable para el sistema internacional, basado en la trascendencia estratégica de su posición regional y en el fortalecimiento de las instituciones democráticas.

La centralidad geopolítica en el Cáucaso, le da a Georgia una característica de pivote que le permite hallarse en medio de un trazado de oleoductos y gasoductos[12]; por lo cual, la importancia geoestratégica en materia gasífera e hidrocarburífera, simboliza una ruta de abastecimiento sustancial para la seguridad energética europea. Desde este enfoque, y con la llegada de Saakashvili, tanto la Unión Europea como los Estados Unidos, buscaban un distanciamiento concreto de la esfera moscovita.

La postura pro-occidental del presidente georgiano, también se vio reflejada en un considerable incremento presupuestario en materia de recursos duros, tanto en el aumento de efectivos militares como en la renovación y modernización de armamento. Con esta decisión política, Saakashvili planeaba incursionar en los mandamientos y estándares de la OTAN[13]. En este sentido, el aumento en los gastos de defensa tenía otro objetivo manifiesto: terminar definitivamente con la secesión de las repúblicas que se autoproclamaron independientes y reinstalar la integridad territorial[14].

Nueva era para la “madre Rusia”

Con la llegada del nuevo milenio, y en una coyuntura internacional signada por el cambio de paradigma en materia de seguridad y defensa ante los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en el World Trade Center, la Federación Rusa, de la mano de su flamante líder, Vladimir Putin, encauzaría una nueva senda de reestructuración política y económica, en donde los intereses nacionales, conjugados con los factores identitarios y los imperativos estratégicos, serían la amalgama del renacimiento como potencia euroasiática.

El firme propósito de dejar atrás una Rusia débil y servil a los intereses del capitalismo financiero occidental, llevó a Putin a retomar los principios históricos de la nación y a velar por un posicionamiento dominante en el sistema internacional. En palabras de Núñez Villaverde & Carrasco (2008: 83):

A diferencia de Yeltsin, Putin accedió a la presidencia rebelándose contra la idea de una Rusia convertida en una potencia de segundo nivel, más preocupada por evitar su definitiva desintegración que por ocupar un lugar entre los grandes. Entendiendo que a Rusia le corresponde, por historia y por capacidad propia, un papel protagonista a escala mundial, ya desde sus primeros días en el cargo dejó claro su propósito de aumentar la influencia rusa en los asuntos internacionales, y más específicamente en la región euroasiática.

Para lograrlo, partía de realidades tan básicas como el hecho de que Rusia seguía siendo una considerable potencia nuclear (sólo por debajo de Estados Unidos) y uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (con su derecho de veto como privilegio más preciado). A esto, se le añadía, aprovechando una favorable coyuntura económica internacional, el factor derivado de una enorme riqueza en hidrocarburos que no dudó en convertir, en la práctica, en su más preciada arma estratégica (Núñez Villaverde & Carrasco, 2008: 84).

El restablecimiento de la dignidad nacional, obligó al líder ruso a desatar una persecución doméstica contra la oligarquía que había hecho negocios espurios con resultados leoninos para la nación, llevándola a una humillación intolerable. En este aspecto, la recuperación del poderío estatal también se entrelazó con una política exterior más asertiva y disuasiva, generando presencia en el entorno cercano e ingresando a las cadenas de valor global.

Desde este enfoque, el ascenso de Putin consolida el posicionamiento de la idea de un Estado fuerte como polo del proyecto de identidad rusa, considerando como tal un Estado que cuenta con poder militar, con efectividad legal y administrativa, con símbolos visuales de la grandeza rusa y con conciencia de una destacada tradición cultural (Kasianova, 2001; en Zubelzú, 2008: 150).

Figura Nº 2 Antecedentes inmediatos del conflicto. Distribución de capacidades operativas y zonas en disputa (Diciembre de 2006).

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Fuente: Le Monde Diplomatique (2006) https://mondiplo.com/georgia-rusia-las-razones-de-la-escalada

Guerra en Osetia del Sur: pragmatismo ruso en el entorno estratégico

Los prolegómenos del conflicto militar que enfrentó a la Federación Rusa y Georgia en 2008, en el enclave territorial de Osetia del Sur, encuentran su razón de ser en factores decisionales de la política exterior y en la coyuntura geopolítica de la región caucásica. Desde este prisma, el proceso de occidentalización implementado por los georgianos a partir de la revolución de las rosas, con una marcada tendencia al ingreso de las estructuras euro-atlánticas (UE – OTAN), y una política férrea de coerción contra las regiones secesionistas de Abjasia y Osetia del Sur, dio margen a una reacción rusa por la reafirmación de sus intereses en su espacio natural de influencia más próximo, entendiendo que el avasallamiento del mundo occidental sobre sus fronteras representaba una cuestión de seguridad y supervivencia nacional.

En los meses previos al conflicto armado, se produjeron algunos episodios que llevaron los niveles de tensión al paroxismo. El 20 de abril, un avión de reconocimiento georgiano fue derribado en Abjasia. En un primer momento, el gobierno georgiano negó la noticia, aunque al día siguiente, otro caza fue abatido, esta vez por un MIG29 ruso. Durante el mes de julio, el Ejército Federal realizó ejercicios militares en la frontera con Georgia que pusieron en guardia al gobierno de Saakashvili. Y el 4 de agosto, las tropas rusas ya se encontraban apostadas en la única vía de comunicación entre Georgia y Rusia: el túnel de Roki, que se conecta con Osetia del Norte (Priego, 2008).

La crisis de agosto desembocaría en los primeros combates entre los independentistas osetios y el ejército georgiano. El día 7, los enfrentamientos se generalizaron y Georgia inició una operación militar contra Osetia del Sur para restaurar el orden constitucional. La política de cercamiento del presidente Saakashvili tenía como fin obligar a los surosetios al cese de las hostilidades, sumiéndolos en un asedio militar para negociar un alto al fuego, lo que provocó las primeras víctimas fatales entre civiles y militares. En pocas horas, las fuerzas georgianas habían ocupado varias localidades en torno a Tsjinvali, la capital surosetia, y la televisión georgiana anunció el control de las ciudades de Muguti, Dmenisi, Didmukha, Okona, Akut y Kohati (Arteaga, 2008).

En la madrugada del 8 de agosto comenzaría la respuesta rusa. Un contingente de militares llegaría al teatro de operaciones desde Osetia del Norte, pasando por el túnel de Roki[15]. Los aviones georgianos sólo pudieron derribar el puente de Gufta para desviarlos de la ruta directa a Tsjinvali, pero la aviación rusa intervino a partir de las 10:00 horas apoyando a las fuerzas que combatían en torno a Tsjinvali, bombardeando objetivos estratégicos dentro de territorio georgiano, como la estación de radar de Shavshvebi, a unos 30 kilómetros de la ciudad portuaria de Poti, y los depósitos de combustible de esa ciudad (Ibíd.).

Con la llegada de las tropas rusas y la intensificación del ataque aéreo, el contingente georgiano comienza a replegarse y la orientación de la batalla cambia de rumbo; Georgia empieza a comprender que no puede ganar la guerra y modifica su actitud hacia el orden internacional, solicitando ayuda extranjera para acabar con el conflicto por vía diplomática.

A primera hora del día 9, las fuerzas rusas controlaron la ciudad de Tsjinvali y comenzaron a limpiar las bolsas de resistencia de los alrededores donde continuaron los combates. Se ampliaron las acciones aéreas sobre las tropas georgianas en Osetia, sobre objetivos estratégicos en territorio georgiano y, por primera vez, sobre Abjasia, donde la aviación rusa y los independentistas surosetios atacaron a las fuerzas georgianas desplegadas en el valle de Kodori. Ante la situación militar desfavorable en todos los frentes, el Ministro de Defensa georgiano ordenó el abandono de Tsjinvali (Arteaga, 2008: 7).

El día 10, las tropas georgianas comenzaron a abandonar Osetia del Sur perseguidas por combatientes rusos y surosetios, mientras que las fuerzas navales rusas reforzaron los contingentes desplegados en Abjasia como mantenedores de la paz, bloqueando los accesos marítimos a Georgia. Para aumentar la presión, las autoridades abjasias decretaron la movilización, urgieron a las fuerzas policiales georgianas a abandonar su territorio y enviaron sus tropas para desalojarlas del valle de Kodori. Finalmente, el presidente georgiano Saakashvili, presentó la retirada como una decisión unilateral para facilitar la negociación de una tregua (Ibíd.).

Aunque la reacción rusa en un primer momento se centró en Tsjinvali, pronto alcanzó otros puntos estratégicos de Georgia como el puerto de Poti, Gori y los alrededores de Tblisi, todos ellos de gran valor estratégico. Los bombardeos rusos fueron constantes y Human Rights Watch (HRW) acusó al ejército federal de utilizar bombas de racimo. Por su parte, los rebeldes abjasianos aprovecharon la ocasión para lanzar un ataque contra las fuerzas georgianas establecidas en el desfiladero de Kodori. Se trataba de abrir el camino a las fuerzas rusas que llegarían a Abjasia el día 11 de agosto. Rusia había bloqueado a Georgia en menos de cuatro días por tierra, mar y aire (Priego, 2008: 2).

Finalmente, el 12 de agosto, mientras la perturbación y destrucción de medios georgianos de mando y control impidió a Tbilisi contar con una visión de la situación militar, las fuerzas rusas ocuparon ciudades y puntos estratégicos; Moscú comenzó a considerar las propuestas de mediación, las cuales se multiplicaron tras el alto el fuego unilateral de Georgia, a partir de entonces todos los avances rusos parecían destinados a ocupar territorio georgiano, y a las 12:53 horas, el Presidente Medvedev puso fin a las operaciones militares, salvo para casos de autodefensa; con lo cual, finalizaron los enfrentamientos abiertos (Arteaga, 2008: 8).

El acuerdo que permitió el alto al fuego fue firmado por el presidente ruso, Dimitri Medvedev, y su par georgiano, Mijeíl Saakashvili, resultando como mediador y garante del mismo el presidente francés, Nicolás Sarkozy. De esta manera, los actores implicados en combate suscribieron el cese de hostilidades y la Federación Rusa reconoció oficialmente a Osetia del Sur y Abjasia como repúblicas independientes[16], asegurando su área de influencia y el patrocinio de los enclaves estratégicos.

Figura Nº 3: Teatro de operaciones. Batallas decisivas (agosto de 2008).


Fuente: El Mundo (2008). https://www.elmundo.es/elmundo/2008/08/10/internacional/1218363628.html

Reflexión Final

A la luz de los acontecimientos analizados, resulta insoslayable ponderar el fenómeno de la guerra como medio para la proyección de poder absoluto. La utilización de todas las vertientes que hoy forman parte de su conglomerado operativo, nos demuestra cómo la articulación de recursos duros, armamento sofisticado, planeamiento estratégico, distracción informativa y tácticas irregulares que combinan el hackeo informático con la destreza híbrida, en su vertiente convencional y no convencional, pueden destruir cualquier escenario adverso.

En Georgia, la Federación Rusa apeló al pragmatismo y llevó a cabo una guerra no lineal que combinó distintos vectores operativos, ensamblando, por un lado, la comunicación estratégica para generar confusión, desorientar al adversario y elevar el espíritu de la nación; y, por el otro, la subversión política de las repúblicas separatistas para fragmentar el territorio y actuar deliberadamente con un arsenal militar sofisticado.

En este sentido, el ámbito de aplicación estratégica de los rusos se relacionó con el engaño y la distracción, en una cultura de incursión táctica militar conocida como maskirovka[17], en la cual, el factor sorpresa aglutina vectores de convergencia que tienen como objetivo principal mantener al enemigo en estado dubitativo, plantando la desconfianza en sus propias capacidades para elaborar cálculos erróneos, durante el transcurso de las acciones bélicas.

En esta nueva era de conflictos armados con características híbridas e irregulares, los actores de peso en el sistema internacional buscan consolidar sus espacios de influencia en rededor de estrategias y conceptos que garanticen no solo la hegemonía regional, sino también la disputa por el poder global, en donde los intereses nacionales alcanzan una visión realista que pendula entre la supervivencia y la acumulación de poder.

Con la victoria en territorio georgiano, la Federación Rusa sepultó las aspiraciones occidentales del país caucásico y mandó un claro mensaje a las instituciones euro-atlánticas con la utilización de la fuerza armada en su expresión más cruda. En este sentido, la guerra como medio en las relaciones internacionales continúa siendo una opción latente para disuadir, dominar y contrarrestar cualquier acercamiento que resulte crítico a las fronteras establecidas; más aún, cuando están en juego los rasgos identitarios, culturales y nacionales de un país con reminiscencias imperiales.

Notas

[1] Trabajo final presentado en el marco del curso “La Guerra como medio en las Relaciones Internacionales”, impartido por Zona Militar.
[2] Maestrando en Relaciones Internacionales (IRI – UNLP); Licenciado en Comunicación Social (Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP); Secretario del Departamento de Seguridad Internacional y Defensa; Docente de Derecho Internacional Público (Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, UNLP). Correo: reyescristiand@gmail.com
[3] La URSS estaba compuesta por quince repúblicas socialistas. Cada una de estas repúblicas contaba con entidades de diversos rangos, siendo la república autónoma el de mayor jerarquía. Tras el desmantelamiento de la Unión, las quince repúblicas socialistas que la constituían – Rusia, los tres Estados bálticos, Bielorrusia, Ucrania y Moldavia en la parte europea; Armenia, Azerbaiyán y Georgia en el Cáucaso; y cinco Estados en Asia Central – se convirtieron en Estados independientes, dentro de las fronteras que habían tenido durante la URSS (The Conversation, 14/03/2022).
[4] Dada su distinción étnica y multicultural, los tres territorios albergaban aspiraciones de proyectos nacionalistas y regionales en contra de la tendencia centralizadora del movimiento nacional georgiano. Ayaria, de etnia georgiana pero de mayoría musulmana, fue la primera región en rebelarse contra el centralismo nacionalista y la única región que votó en contra de la independencia de Georgia. Los Abashidze, una familia aristocrática con una larga tradición en la zona, se hicieron con el poder gracias a la connivencia de las tropas soviéticas aún estacionadas allí y convirtieron Ayaria en una región independiente de facto (Salamanca, 14/10/2018).
[5] Los circasianos son originarios de las montañas del Cáucaso y se dedicaban a la agricultura y ganadería. Fueron expulsados tras la guerra con la Rusia zarista en 1864 y muchos de ellos emigraron hacia Anatolia. La mayoría de ellos profesan la religión musulmana sunní.
[6] Los alanos eran un pueblo de origen indoeuropeo de familia irania. Habitaban en la estepa, al norte del mar Negro, se movían principalmente a caballo y su economía se basaba en la cría de ganado. Se los emparentaba con los sármatas y los hunos.
[7] Este repliegue motivó la independencia de facto de ambas repúblicas, únicamente reconocidas por Rusia. Para garantizar la seguridad en dichas zonas, en el plan de paz supervisado por la ONU se constituyó una misión de paz de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) compuesta por soldados rusos, que se desplegó en ambas repúblicas como fuerza de interposición (Arancón, 09/12/2014).
[8] La perestroika (reestructuración, en ruso) se basó en un programa de reformas tendiente a liberalizar la economía para generar desarrollo interno y salir del estancamiento económico.
[9] Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa.
[10] También conocida como Revolución de Terciopelo, alcanza la denominación en base a la distribución de rosas entre los manifestantes.
[11] En las elecciones presidenciales de enero de 2004, Saakashvili obtuvo más del 96% de los votos.
[12] Esta red de oleoductos y gasoductos unen el Mar Caspio con Turquía, evitando el paso por la Federación Rusia.
[13] En 2007, el presupuesto militar pasaría de 513 a 957 millones de gel (423 millones de euros), mientras que los ingresos presupuestarios totales de 2007 eran de 3.700 millones de gel. Desde la “revolución de las rosas” en 2003, los gastos militares del país –según cifras oficiales– se multiplicaron por diez o más (Cheterian, 2007).
[14] Hacia finales del año 2007, el ejército georgiano construyó una base militar con capacidad de albergar a más de 3.000 soldados en Senaki, cerca de Abjasia; mientras que en Gori, a media hora de Tskhinvali, la capital de Osetia del Sur, construyó otra similar (Ibíd.).
[15] La vanguardia de la división de infantería motorizada del 58º ejército ruso se desplegó en dirección sur con el apoyo desde la retaguardia de batallones de asalto aerotransportado (Pons, 2017: 199).
[16] Las repúblicas pro-rusas también fueron reconocidas por Venezuela, Nicaragua, Siria y Nauru.
[17] Puede entenderse como camuflaje, enmascaramiento u ocultamiento.

Referencias bibliográficas

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Cheterian, Vicken (2007). La revolución de las rosas. Disponible en: https://www.lemondediplomatique.cl/2007/07/la-revolucion-de-las-rosas

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Salamanca, Alejandro (14/10/2018). La lenta democratización de Georgia, en El Orden Mundial (EOM). Disponible en: https://elordenmundial.com/la-lenta-democratizacion-de-georgia/

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Zubelzú, Graciela (2008). Rusia y la definición de sus intereses nacionales: la búsqueda de una guía en clave identitaria, pp. 142-170; en Fuerzas profundas e identidad. Reflexiones en torno a su impacto sobre la política exterior. Un recorrido de caso – Anabella Busso… [et al.] – Universidad Nacional de Rosario Editora.