Año 2023 / Mes: abril / Nº 38
El Centro de Reflexión en Política Internacional fue creado en 1995 y tiene como objetivos principales: promover e impulsar una instancia de análisis, discusión y seguimiento de la política internacional argentina, analizada en sus diversas fases pasadas, presentes y futuras; y constituir un ámbito de capacitación, actualización y producción académica en Política Exterior Argentina. |
Versión PDFaquí
A un año de la invasión rusa a Ucrania: Lo que el Neorrealismo puede decirnos al respecto
Matías Mendoza[1]
Habiéndose cumplido ya un año de la invasión rusa a Ucrania, nos interesa demostrar como el Neorrealismo nos puede explicar lo acontecido. El tan predicado “Fin de la Historia” después del final de la Guerra Fría, junto a la ausencia de conflictos-al menos en aquellas regiones que habían superado la misma, según Fukuyama-parecían indicar que una teoría que explicaba que la búsqueda de seguridad y poder en un mundo anárquico era lo que dirigía la conducta de los Estados estaba fuera de lugar de cara al siglo XXI. En vista de lo analizado aquí, junto con otros conflictos que han marcado las últimas dos décadas, el diagnostico parece haber sido apresurado.
En segundo lugar, trataremos de ver cómo puede insertarse este conflicto dentro de la disputa entre un cuestionado hegemón como los Estados Unidos frente a un aspirante a hegemón regional, como la Federación Rusa bajo Vladimir Putin.
Lo que el Neorrealismo puede decirnos…
En su obra The Tragedy of Great Power Politics, John Mearsheimer (2001) nos ofrece algunas de las razones por las cuales las grandes potencias se comportan del modo en que lo hacen, y que sirven para nuestro análisis. Primero, el sistema internacional es anárquico, dejando a las potencias sin una autoridad que las pueda refrenar o garantizarles su seguridad.
Segundo, los Estados nunca pueden estar seguros de las intenciones de los otros, es decir, no saben si otro hará uso de su armamento en su contra, al existir muchas causas de agresión posibles interestatales. Básicamente, toda gran potencia le tema a otra gran potencia, por lo cual reina la incertidumbre en sus relaciones.
Tercero, encontramos que la meta principal de las grandes potencias es asegurar su supervivencia. Según Mearsheimer (2001) “[los] Estados buscan mantener su integridad territorial y la autonomía de su orden político doméstico” (p. 31).
Cuarto, se asume que los Estados son actores racionales, que están conscientes de su entorno y sopesan sus acciones-así como las preferencias de otros Estados-en aras de su supervivencia.
Debido a la antedicha incertidumbre y anarquía internacional que permean las relaciones interestatales, lo normal es que los Estados busquen maximizar sus ganancias en términos de poder, entendiendo esto como poder sobre rivales potenciales, a fin de volverse hegemones. Lo máximo a lo que pueden aspirar entonces es a volverse hegemones regionales, obteniendo el dominio sobre una región geográfica determinada. Conseguido esto, buscará impedir que otro Estado consiga lo mismo en su propia región. El ejemplo más claro, según Mearsheimer, es Estados Unidos, con su hasta ahora indiscutido dominio sobre el continente americano.
Este escenario ideal es al que parece aspirar la política exterior desarrollada por la administración de Vladimir Putin, y que motiva su celo ante el avance atlántico-representado por Estados Unidos, junto con la OTAN y la Unión Europea como proxys más cercanos del mismo en la región-sobre las antiguas repúblicas soviéticas y aquellos países que estuvieron bajo la órbita del Pacto de Varsovia durante la Guerra Fría.
Por su parte, y tomando otro aporte del análisis Neorrealista, vemos que Estados Unidos ha seguido una política exterior denominada Hegemonía Liberal desde el final de la Guerra Fría, basada en la promoción democrática en el extranjero, el fomento a la interdependencia económica como un antídoto para la guerra por sus costos, y el poder de las instituciones internacionales en garantizar la paz. Tanto Mearsheimer (2018) como Walt (2018) señalan como esta estrategia ha llevado a Estados Unidos a buscar ampliar la zona de paz democrática, derribando Rogue States[2] y buscando realizar ambiciosas operaciones de ingeniería social en otros países, con el fin de implantar en estos regímenes democráticos, financiando a fuerzas disidentes internas prooccidentales, como ONGs, por ejemplo.
El problema claro de esta estrategia es que cuando un Estado la lleva a cabo, corre el riesgo de que otros Estados-temerosos de la posibilidad de ser estos el próximo objetivo de dichas operaciones masivas de ingeniería social a distancia o derrocamiento de sus regímenes internos-reaccionen siguiendo la lógica de la realpolitik (Mearsheimer, 2018, p. 171). Tal es el caso de lo que ocurre hoy en día con la crisis en torno a Ucrania, según podemos determinar.
Washington y Moscú: una relación zozobrante
Con el final de la Guerra Fría y de la bipolaridad, la nueva etapa de relaciones que se abría entre Washington y Moscú parecía promisoria, salvo por un detalle: la segunda se oponía claramente a la extensión de la OTAN por sobre el ex-espacio soviético, algo que quedó en una promesa hecha por la administración de George H.W. Bush hacia Mijaíl Gorbachov. Sin embargo, bajo el gobierno de Bill Clinton se intensificaría la presión por extender la influencia de la OTAN.
La primera de estas expansiones-una previa había comprendido la entrada de una Alemania reunificada-se dio en 1999, con la cual Polonia, Hungría y la República Checa se unieron a la misma. Esta expansión que siguió a la entrada alemana, era un incumplimiento de los acuerdos entre James Baker-secretario de Estado estadounidense-y Mijaíl Gorbachov-secretario general del PCUS-por los cuales la Alianza no se extendería por sobre lo que una vez había comprendido el antiguo Pacto de Varsovia. Estas expansiones serían calificadas como un “error fatídico” por el destacada George Kennan, al incitar posiblemente a las tendencias nacionalistas, antioccidentales y militaristas en la opinión rusa, y afectando adversamente el desarrollo democrático ruso (Kennan, 5 de febrero de 1997)
La segunda etapa, en 2004, incluiría a Bulgaria, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia y las repúblicas del Báltico: Estonia, Letonia y Lituania. Una tercera etapa tentativa puede situarse con el anuncio hecho por George W. Bush en abril del 2008, cuándo, durante una conferencia de la OTAN realizada en Bucarest, se empezó a barajar la posible inclusión de Georgia y Ucrania. La importancia que toma esto es notable, puesto que un avance de la OTAN sobre ambas-al tener fronteras con Rusia-supone un posible riesgo, o se percibe como tal.
Estas primeras ampliaciones de la organización atlántica encontrarían respuestas desde el lado ruso, como es el caso de la “Doctrina Primakov”, que, además de apostar por el multilateralismo ante el unipolarismo pretendido desde Washington, señalaba la importancia de mantener la influencia de Rusia sobre las ex repúblicas soviéticas y el Medio Oriente (Merino, 2022, p. 123)
Vemos que la política exterior rusa se ha visto condicionada o en reacción ante los avances del bloque euroatlántico-con Estados Unidos a la cabeza del mismo, o al menos hasta que se empezó a hacer evidente el ascenso internacional de la República Popular China, y lo que ello significó: la creación del grupo BRICS y el fortalecimiento del espacio euroasiático.
Si observamos la política exterior durante las dos décadas de Vladimir Putin en el poder, se distinguen tres etapas características en cuanto a su relación hacia Occidente: la aproximación tímida (2000-2003), competencia limitada (2003-2013) y desconfianza generalizada (desde 2014). (Levaggi, 2020, p. 1311)
La primera etapa terminaría coincidiendo casi con el lanzamiento de la Guerra contra el Terrorismo por parte de Washington. La misma, en reacción al ataque terrorista del 11-S, y que se encuadra dentro de la estrategia de Hegemonía Liberal, tuvo como objetivo el derrocamiento de Rogue States que apoyaban y alojaban organizaciones terroristas o violaban sistemáticamente los derechos humanos de sus poblaciones. Si bien hubo un entendimiento inicial durante la campaña en Afganistán, desde Moscú no se tardaría en percibir que Estados Unidos estaba buscando organizar un nuevo orden internacional unipolar, evidenciado por el derrocamiento del régimen baazista de Saddam Hussein, el de Gadafi en Libia, y más precisamente con el apoyo dado por estos a la Revolución Naranja ucraniana del 2004.
En el siguiente período, el de competencia limitada, vemos precisamente el apoyo dado por Estados Unidos a movimientos como el antedicho, la nueva ampliación de la OTAN por sobre el resto del antiguo espacio de influencia soviético, y la discusión de la inclusión de Ucrania y Georgia dentro de la misma. Es aquí donde podemos rastrear los antecedentes más claros y recientes de la crisis en torno a Kiev.
La determinación rusa por prevenir este avance de la OTAN quedaría en evidencia con la guerra ruso-georgiana, iniciada pocos meses después de la conferencia de Bucarest, interviniendo allí las fuerzas rusas en apoyo de fuerzas separatistas. El siguiente objetivo en este aspecto sería Ucrania.
La crisis en Ucrania remonta sus antecedentes al 2013, cuando el expresidente Viktor Yanukovich rechazó un acuerdo económico con la Unión Europea, optando por uno ofrecido por Rusia. Dicha decisión desencadenaría una serie de protestas, durante las cuales varios cientos de personas murieron en los meses siguientes. Si bien varios emisarios occidentales se trasladaron a Kiev para tratar de solucionar la crisis y alcanzar algún tipo de compromiso, los manifestantes pedían la salida del presidente, por lo que éste abandonaría su cargo y se refugiaría en Rusia el 22 de febrero del 2014.
El nuevo gobierno tomaría una postura prooccidental y antirrusa. Motivo posible de preocupación para las autoridades rusas sería la presencia de diversos oficiales estadounidenses en las protestas contra el gobierno de Yanukovich-por ejemplo, Victoria Nuland, la Secretaria Adjunta para Asuntos Europeos y Eurasiáticos, junto al senador John McCain-y las declaraciones del embajador estadounidense en favor de la salida del expresidente. Era claro que Estados Unidos tenía favoritos aquí, prefiriendo candidatos prooccidentales pese a retóricamente apoyar la soberanía ucraniana (Sawka, 2016, p. 87)
No mucho después, y en reacción a lo acontecido, Rusia se apodero de la península de Crimea, incorporándola a Rusia tras un referendo, y apoyándose en la predominante población local étnicamente rusa (Merino, 2022, p 120). No mucho después, en abril del 2014, separatistas prorrusos se alzaron en armas en la región oriental del Donbas, proclamando la independencia de las repúblicas de Lugansk y Donetsk, lo cual daría inicio a un violento conflicto en la región, durante el cual Rusia aprovisiono a los separatistas. El 21 de febrero de 2022, durante un aciago discurso televisado de Putin el gobierno de Moscú reconoció la independencia de ambas repúblicas. (Putin, 21 de febrero de 2022).
Durante marzo y abril del 2021, y en octubre nuevamente, Rusia empezó a concentrar fuerzas militares y armamento en su frontera con Ucrania. Dicho accionar era en respuesta ante a los sucesos previos iniciados en 2014 y por la expansión de la OTAN en la esfera de influencia de Moscú. Finalmente, y precedido por el antedicho discurso de Putin, Rusia iniciaría su invasión en Ucrania el 24 de febrero de 2022.
Habiendo hecho un breve recorrido histórico, podemos entender tanto la anexión de Crimea, o la guerra iniciada hace ya un año como reacciones del pretendido hegemón regional-la Federación Rusa-ante el avance de otra gran potencia-y un antiguo rival durante medio siglo de bipolaridad, los Estados Unidos-que pone en riesgo sus intereses estratégicos.
Aquí podemos pensar en el hecho de que desde Washington no parecen entender el razonamiento ruso en materia geopolítica. Siguiendo un razonamiento fuertemente influenciado por la estrategia de Hegemonía Liberal, parecen descartar el hecho de que consideraciones geopolíticas pueden llegar a importarles a otras potencias, o sobreestiman el poder de atracción de los principios liberales sostenidos. Por ejemplo, y en cuanto a la expansión de la OTAN y tan solo unos seis meses después del inicio de la crisis del 2014 en Ucrania, el presidente Obama dijo que “nuestra alianza, la OTAN, no está dirigida contra una nación en particular; somos una alianza de democracias dedicada a nuestra defensa colectiva” (Obama, 3 de septiembre de 2014).
Esto es llamativo, si tenemos en cuenta que las autoridades estadounidenses han actuado de formas similares a las del actual gobierno ruso, como lo muestra la Doctrina Monroe. Bajo la misma, Estados Unidos declaraba no tolerar ninguna influencia de las potencias europeas sobre su patio trasero.
Pasando al siguiente nivel del mismo, queda preguntarnos cuales son los intereses estratégicos de Rusia sobre Ucrania en particular. Tengamos en cuenta la ubicación de Ucrania y su rol estratégico: la misma tiene una extensión territorial equivalente a la de Francia (603.700 Km) y ha funcionado como una barrera clave para poder acceder al corazón de Rusia..
Dicho rol como pivote estratégico ha sido referido por el mismo Putin en un artículo escrito por él a mediados del 2021. En el mismo, el mandatario señala como la etimología de Ucrania deriva de “okraina” (periferia), y que el gentilicio “ucraniano”, según los archivos del siglo XII, refería a los guardias fronterizos. (Putin, 12 de julio de 2021)
La influencia sobre Ucrania es clave para reconstruir el proyecto de una gran Rusia euroasiática por varias razones: En primer lugar, está la fertilidad y extensión de sus tierras, así como su importante producción agrícola excedente. Ucrania concentra el 30% de la tierra negra fértil del mundo, y la industria agrícola es clave en su economía, siendo el tercer exportador mundial de granos, y el segundo productor y exportador mundial de aceite de girasol[3].
En segundo lugar, Ucrania guarda una notable industria pesada en el este, junto a la base rusa de Sebastopol en Crimea, donde está la principal base para su Flota del Mar Negro, que opera también en el Mediterráneo y el Mar de Azov. (Merino, 2022). Lo antedicha es importante en el sentido de que permitiría una proyección de poder ruso mayor a la disponible.
En un nivel diferente están las justificaciones usadas por Rusia para la asimilación de Ucrania por ésta, o para justificar la anexión de Crimea. Las mismas apelan a una historiografía nacional rusa tradicionalmente teñida de revisionismo.
El antedicho ensayo de Putin publicado en 2021-durante el período en el cual Rusia empezó a movilizar fuerzas y armamentos en la frontera ucraniana-expone varios de los puntos ya conocidos al respecto. Uno de ellos es la creencia de que tanto ucranianos como rusos y bielorrusos, son parte de la misma nación, y que tienen por ello una herencia común. Según parece, esta es la perspectiva predominante al interior de Rusia, en la cual Ucrania es considerada como una parte de la gran nación rusa (Merino, 2022, p. 120).
Siguiendo el mismo ensayo, el presidente Putin explica que, para él, Ucrania tal como existe actualmente es cuestionable. La misma está ocupando territorios que han sido históricamente rusos, e incluso la noción de nacionalismo ucraniano o de una Ucrania independiente, es un producto de la interferencia de potencias extranjeras ya desde el siglo diecisiete. (Putin, 12 de julio de 2021).
Conclusión
Buscamos ofrecer una explicación sustentada en los postulados del Neorrealismo acerca de la crisis que se viene desarrollando en Ucrania desde 2014, y que no ha hecho más que intensificarse desde fines del febrero del último año, así como el hecho de que la antedicha crisis está enmarcada en el conflicto entre Rusia y Estados Unidos.
Si analizamos la complicada relación que mantienen ambos Estados desde inicios del siglo XXI, estos han tomando un accionar cuestionable en situaciones en las cuales han considerado que están en juego sus intereses nacionales. Por ejemplo, la Guerra contra el Terrorismo iniciada en respuesta ante los atentados del 11-S, o la guerra contra Georgia por la Abjasia y Osetia del Sur, o el más reciente conflicto con Ucrania.
La estrategia de Hegemonía Liberal estadounidense no ha hecho sino aumentar la sensación de inseguridad desde Moscú-un elemento descrito por el Neorrealismo-ante la posibilidad de que estas operaciones de derrocamiento de Rogue States[4] y posterior Nation Building tengan como objetivo a Rusia o su algún Estado en su área de influencia inmediata a futuro.
Tenemos el hecho de que toda gran potencia busca asegurar su supervivencia a considerar aquí, entendida como el mantenimiento de su integridad territorial y la autonomía de su orden político interno. Las reacciones rusas ante la salida de Yanukovich y el abierto apoyo dado por Estados Unidos a un nuevo gobierno prooccidental en Ucrania, aunado a la incertidumbre generada por la ya descrita política exterior reciente norteamericana, sus posibles designios eurasiáticos y el choque con los rusos, son otro elemento a considerar.
Por último, consideramos que el recurrir a explicaciones de carácter nacionalista-la noción de que rusos, bielorrusos y ucranianos son un solo pueblo, o que Ucrania no tendría derecho a existir tácitamente-son motivos accesorios o para consumo interno ruso, ya que las razones principales para la conquista de este espacio serían principalmente de carácter geopolítico. En resumen, tenemos aquí a un hegemón regional consolidado, como lo es Estados Unidos, y uno potencial, como la Federación Rusa-compitiendo por influencia sobre una región específica, inseguros realmente del accionar del otro.
Bibliografía
González Levaggi, A. (2020). El retorno de Moscú: La gran estrategia de Rusia en la era Putin (2000-2020). Foro Internacional, Vol. LX, No. 4, Octubre-Diciembre, pp. 1295-1324
Kennan, G. (5 de febrero de 1997). A Fateful Error. The New York Times
Mearsheimer, J. (2018). The Great Delusion: Liberal Dreams and International Realities. Yale University Press
—- (2001). The Tragedy of Great Power Politics. W.W. Norton & Company
Merino, G. (2022). La guerra en Ucrania, un conflicto mundial. Revista Estado y Política Públicas (19), 113-140.
Obama, B. (3 de septiembre de 2014). Remarks by the President to the People of Estonia. Recuperado de: https://obamawhitehouse.archives.gov/the-press-office/2014/09/03/remarks-president-obama-people-estonia
Putin, V. (21 de febrero de 2022). Address by the President of the Russian Federation. Recuperado de: http://en.kremlin.ru/events/president/news/67828
—- (12 de julio de 2021). On the Historical Unity of the Russians and Ukrainians. Recuperado de: http://en.kremlin.ru/events/president/news/66181
Sawka, R. (2016). Frontline Ukraine: Crisis in the Borderlands. I.B. Tauris
[1] Matías Nahuel Mendoza. Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata (FAHCE-UNLP). Integrante del Centro de Reflexión en Política Exterior (CeRPI-IRI UNLP). Correo electrónico: matiasnmendoza@gmail.com
[2] Dicho termino designa a Estados tradicionalmente gobernados por dirigentes autoritarios, que restringen o violan sistemáticamente los derechos de sus ciudadanos, financian organizaciones terroristas y buscan acumular armas de destrucción masivas.
[3] Ukraine joins world’s top three grain exporters. World-Grain. Recuperado de: https://www.world-grain.com/articles/727-ukraine-joins-world-s-top-three-grain-exporters
[4] Aunque ni la Federación Rusa ni la República Popular China eran consideradas como Rogue States, sino como potencias desafiantes o resurgentes en pleno siglo XXI, el tratamiento y retórica de las diversas administraciones estadounidenses al referirse a éstas durante los últimos años parece considerarlas semejantes a tales Estados.