Departamento de Asia y el Pacífico
Centro de Estudios Japoneses
Artículos
“Nuchi du takara”
Laura Cea Sugino[1]
«En Okinawa, decimos Nuchi du Takara, que significa: «La vida es un tesoro «. Cualquiera que sean las razones para luchar y matar, no importa cuán profundas sean las causas o los pretextos para ir a la guerra, nada puede justificar sus resultados. Las vidas humanas son demasiado valiosas para ser sacrificadas». (Masahiro Ohta, citado por Munekata Ganaha, 1/4/2020)
El 21 de junio de 1945 terminó la batalla de Okinawa, luego de tres meses de combate. Dejó más de 200.000 muertos entre combatientes y civiles. Estos hechos pueden parecer lejanos y ajenos desde el presente y desde Argentina. Sin embargo en el Archivo Histórico de la Colectividad Japonesa en la Argentina, se está formando una colección de relatos, testimonios directos de sobrevivientes de este hecho. Con motivo de cumplirse un aniversario más, a través de este escrito se rindió de este modo tributo a las víctimas de la guerra.
Hasta 1941, muchas familias tenían en mente regresar a su pueblo de origen. Mientras la estadía en Argentina se prolongaba, se formaban las familias, los hijos crecían y llegaban a la edad escolar. Para aquellos que habían podido reunir un capital, el enviarlos de “regreso” anticipadamente, para que comenzaran su educación formal y su integración en la que consideraban “su” cultura, no fue cuestionada. La posibilidad de la guerra era algo latente, pero que tal vez en esta decisión, seguramente no fuera tomada en cuenta. Hoy en día, como si de un “reality” se tratara, vemos a la familia Nakamatsu, oriundos de Rosario, partiendo para Okinawa el 25 de marzo de 1941, tan sólo ocho meses antes de Pearl Harbor.
Todas las familias de origen okinawense tienen algún familiar que vivió la experiencia de la batalla de Okinawa, bisabuelos, abuelos, tíos… En mi caso, tanto mi madre como mi padre, perdieron hermanos y en el caso de mi padre, su hermano menor pudo sobrevivir y regresar a la Argentina, años después.
Hubo también nisei – nacidos en Argentina, que fueron reclutados y enviados a destinos distantes como Manchuria, Filipinas, Guam… La foto que se presenta a continuación, es el diploma que acompañó a la condecoración póstuma Zentsuke Onaha, recibida por su familia. Muchos años después, un señor se acercó a la tintorería de su hermano en la ciudad de La Plata, preguntándole por su paradero, porque había sido su compañero en los primeros años de escuela primaria en La Plata, allá por los años treinta…
Fotografía del diploma expedido el 26 de julio de 1969, en nombre del Emperador del Japón, con la firma del Primer Ministro Sato Eisaku, a Zentsuke Onaha, reconocimiento póstumo.
En la presente nota, también se comparte uno de los testimonios que se preservan en el Archivo. Ha sido transcrito por Mabel Furusho, integrante del Taller de Historia y Cultura de Okinawa, parte del archivo.
“Mi nombre es Ana Miyashiro de Shinzato y me llaman Kazuko. Nací en Argentina el 6 de mayo de 1935. Como era costumbre en esa época, muchos hijos viajaban a Japón a estudiar, pensando en que luego todos retornarán a Okinawa, una vez que la familia ahorrará mucho dinero.
Es así como a la edad de 11 meses, en el año 1936 fui en brazos de mi mamá, con mi abuelo paterno y un primo hermano de nombre Akira Miyagi, a Okinawa.
Cuando llegamos a Ozato – son, Aza Taira, mi abuelo construyó su casa como él deseaba, con un importante mon en la entrada, con sanitarios modernos para la época y una pequeña granja. Mi mamá retornó a Buenos Aires y yo quedé bajo la tutela de mis abuelos. A la edad de 7 años fui al colegio, y al año siguiente todos los alumnos nos comenzaron a preparar de cómo debíamos actuar en caso de posibles ataques del enemigo.
Todos los días nos enseñaban a cantar:
Kuushu keijo kikoete kitara Cuando se escuche la alarma de ataque aéreo
Ima wa bokutachi chiisai kara como nosotros somos todavía pequeños
Awatenaide, sawaganaide no debemos entrar en pánico ni hacer ruido
Ochitsuite haite imasho. Tranquilos, entremos (en el refugio)
Las personas grandes, cuando regresaban de su trabajo, cavaban pozos en la tierra dura para poder refugiarse durante los ataques del enemigo, y con las cañas de bambú fabricaban lanzas.
A los estudiantes secundarios varones los entrenaban para ayudar a los soldados y a las estudiantes mujeres les enseñaban primeros auxilios para ayudar a las enfermeras.
La primera vez que me dí cuenta que nos atacaban fue por los ruidos ensordecedores de las bombas al caer en distintos e incontables lados.
Mi abuelo decidió huir hacia el norte en forma rápida, llevando solo un poco de arroz en una bolsita y poca ropa, por suerte no hizo frío.
En la mitad del camino, como los bombardeos se intensificaron, nos escondimos en una ohaka (tumba) grande que había en una montaña. ¡Qué impresión!, compartir el mismo lugar con un muerto y restos óseos. Yo me quedé al lado de la puerta y no quise ir al fondo.
Al cesar los bombardeos, salimos de ese lugar en busca del monte. Durante el camino vi muchos soldados muertos. Para poder avanzar cruzamos arroyos y cortábamos malezas. En uno de esos arroyos mi abuela mojaba mi frente con el agua fresca, para bajar la fiebre y comíamos batatas que traía el abuelo.
Como ya no había comida, nos alimentábamos con hojas crudas del monte y de brote de bambú crudo. En una ocasión, un joven del grupo vio un hiija (chivo), lo cazó y con una navaja que tenían mi abuelo, lo pudieron cortar y cocinar. ¡Qué manjar! Nunca lo podré olvidar.
En la huida, nos encontramos con soldados americanos y a los chicos nos ofrecían golosinas pero no las aceptamos aunque teníamos ganas y hambre, creíamos que estaban envenenados.
Mi abuela dijo de volver a casa, caminando siempre por los montes para que no nos vieran pero que difícil era caminar descalzo sobre la tierra llena de esquirlas y granadas.
Al llegar a casa, solo encontramos la tercera parte de la construcción, lloramos mucho sobre lo destruido y vivimos en ese tercio que quedaba en pie. A 200 metros de la vivienda estaba el campo de cultivo, cuando fuimos a verlo, nos encontramos con una laguna llena de agua, rodeada de esquirlas. Fue trabajoso rellenar ese cráter producto de la explosión de una bomba. Al final de la guerra, un día el abuelo me muestra el pasaje para la Argentina. El gobierno argentino de ese entonces, bajo la presidencia de Juan Domingo Perón, repatriaba a todos los argentinos que estaban en Japón.
En un pequeño barco, todos apretados viajamos de Okinawa a Tokyo. Por suerte, el abuelo me consiguió un saco grande que usé como tapado y desde Tokio a Buenos Aires lo hicimos en un lujoso barco cuyo nombre no recuerdo. Fue mi compañera de viaje Delia Higa que era mayor de edad. En el puerto me esperaban mis padres y hermanos…”
A 76 años de finalizada la Segunda Guerra Mundial y la última batalla ocurrida en Okinawa, rendimos junto con Ana, un homenaje a sus abuelos, Ushi y Eitoku Miyashiro, quienes con tanto cariño se preocuparon y la cuidaron para que regresara sana y salva a esta Argentina que la vio nacer. Y a través de este homenaje también a todos aquellos que perdieron familiares en este muy triste episodio de la Segunda Guerra Mundial.
La batalla de Okinawa terminó el 21 de junio y comenzó entonces una posguerra que se extendió hasta 1972, pero que hoy en día con la presencia de las bases estadounidenses hace que no haya pasado a ser historia y continúe siendo una herida que mantiene viva la memoria.
(En el extremo izquierdo de pie, María Nakamatsu, y abajo en la primera fila, su hijo Guillermo. También en la primera fila, extremo derecho Ana Miyashiro. Extraído de FANA, Historia del Inmigrante Japonés en Argentina, 2005, p.70)
Referencias bibliográficas
Ota, Masahide. Essays on Okinawa Problems. Gushikawa city,Okinawa, Japan, Yui Shuppan co., 2000.
Federación de Asociaciones Niponas de Argentina. Historia del Inmigrante Japonés en Argentina. Tomo 2, Buenos Aires, 2005
Centro Okinawense en la Argentina 100 años de los okinawenses en Argentina. Buenos Aires, 2016.
[1] Coordinadora del Centro de Estudios Japoneses (IRI-UNLP).