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A sangre fría. La pesadilla del pogrom en el siglo XXI

Koshmar, pesadilla, es el título del racconto de Pinie Wald sobre los sucesos de la Semana Trágica. En enero de 1919, el Ejército y la policía del joven Estado argentino permitieron a grupos de rompehuelgas y jóvenes aristócratas violentar a los manifestantes. Koshmar, sin embargo, pone el foco en un escenario particular: el del pogrom que ocurrió en el barrio de Once y alrededores contra población migrante, eminentemente judía.

Cientos de familias habían arribado al país desde aldeas y ciudades de Europa del Este huyendo de las matanzas perpetradas por sus propios vecinos. En Buenos Aires, el viejo antisemitismo fungió con un imaginario excluyente de la configuración identitaria nacional y se asoció a estos inmigrantes con ideologías percibidas como nocivas para una pureza racial plasmada en una organización cívico-política a imagen y semejanza de la oligarquía.

Los pasados días, la estética desgarradora del asesinato y la humillación de ancianos, la violación de mujeres, el secuestro de niños y familias enteras, en definitiva, de la muerte y el terror, aparecieron una vez más. Esta vez, en Israel. La difusión en tiempo real de las imágenes de la infamia, facilitada a través de las redes sociales, provocó reacciones igual de inmediatas que merecen atención. En apenas un fin de semana, los acontecimientos demostraron su potencia para propiciar una toma de posiciones inédita respecto a la interpretación del conflicto entre israelíes y palestinos.

Hace días, en Le Monde Diplomatique, Martín Plot analizó el surgimiento de candidatos capaces de imaginar paradigmas originales para abordar el agotamiento que exhiben ciertos modos de articulación de la experiencia democrática en Argentina. Quisiera retomar esta clave de lectura, que se detiene en percibir aquello que deviene decible o indecible en un cierto contexto y para una cierta sociedad, para proponer una reflexión sobre los hechos recientes.

¿Qué es lo que se volvió decible?

Las respuestas de casi todos los gobiernos, portales de noticias y organismos internacionales del mundo fue que el ataque constituyó un acto de terrorismo. Es decir, que otra interpretación sugiere una obstinación por justificarlo, en vez de verdaderamente repudiar las injusticias que los palestinos efectivamente vivencian en lo cotidiano, sea por parte de autoridades del Estado de Israel, como de Hamas, de la Autoridad Nacional Palestina, o de quien corresponda.

El fluir de las bruscas imágenes y angustiosos testimonios estableció sin necesidad de operativo mediático alguno, lo decible: Hamas es una organización terrorista, violenta e incapaz de una representación política adecuada para su propia población. Mucho menos, para la imaginación de un posible gobierno de una población diversa a su cargo: responsabilidad que recae en el ejercicio de autoridades de cualquier Estado Nación reconocido. Esto, acorde a los compromisos que los propios palestinos han discutido en cumbres internacionales y suscripto en su participación en organismos internacionales.

De lo visible a lo decible, la relación entre interpretación y evidencia asentó la palpable impresión que Israel y su población civil fueron criminalmente atacadas. Debe decirse que las últimas décadas no corresponden a esta perspectiva. La respuesta general ante el accionar israelí en su lucha contra Hamas y Jihad Islámica durante los Operativos Plomo Fundido (2008-2009), Pilar de Defensa (2012) y Margen Protector (2014) no fue la del acompañamiento y congoja compartidas, sino la de un enérgico repudio a Israel.

Hoy, deviene decible que amparar los hechos de Hamas en una épica de resistencia es una distorsión de cualquier demanda legítima de un Estado soberano propio. Al revelar una cualidad tan indiscutiblemente vil, quienes procuran insistir en su repudio a Israel mostrándose impasibles con las víctimas, exponen un flagrante antisemitismo ahora incapaz de ocultarse en un supuestamente correcto antisionismo. Es decir, el régimen de lo decible e indecible parece cambiar. Esto no significa que las injusticias que cometa el Estado de Israel dejen de ser repudiables, sino que la perspectiva de su relación con quienes demuestran ser Hamas y Jihad Islámica tal vez modifique las lecturas sobre los rasgos de esta enemistad en las últimas décadas.

¿Cómo llegamos a esto?

Dos intifadas y el fracaso de Oslo inauguraron un nuevo milenio plagado de enfrentamientos. La crisis del pacifismo, la falta de liderazgo de la centro-izquierda y del laborismo y la consolidación de una hegemonía política israelí crecientemente concentrada en expresiones de derecha condujeron a la actual coalición gobernante. La alianza de Likud con grupos expresamente racistas y misóginos blinda a un primer ministro que huye al juicio político bregando por una reforma judicial controvertida por habilitar a una mayoría simple pisotear a la Corte Suprema y sancionar leyes potencialmente contrarias al espíritu fundacional del Estado de Israel.

Nuevamente, al decir de Martín Plot y Richard Rorty, como “poetas vigorosos”, los dirigentes oficialistas israelíes reimaginan y enuncian una organización política diferente para el país. Es decir, estos “poetas” hablan diferente a cómo habló el movimiento sionista, mayormente laico y socialista, en 1948, cuando se creó el Estado. El actual gobierno involucra un conjunto ecléctico de derechas que consagran una visión del judaísmo excluyente hacia los sectores más seculares y progresistas, y una forma de sociedad en la que las minorías árabe, beduina, drusa, circasiana, queden más relegadas.

En respuesta, atestiguamos un año de movilizaciones masivas en rechazo de la reforma judicial. Tan masivas, que los propios reservistas contundentemente protestaron negándose a prestar servicios en el ejército. Ante una sociedad conmocionada, distraída y vulnerable frente al vislumbramiento de una novedosa institución de lo políticamente decible, Hamas y sus socios encontraron una ventana de oportunidad.

Hasta entonces, la dinámica del conflicto involucró recurrentes escaladas; de incidentes cotidianos de micro-agresión a eventuales operativos con despliegue de tropas e intercambio de fuego. La cultura de seguridad de la poda del pasto: la guerra de desgaste y neutralización de la capacidad de fuego del enemigo, pero no de su derrota definitiva. Ya referenciaron los portales del mundo que lo acontecido este fin de semana no tiene parangón con lo conocido.

Los hechos se asemejan a un desastre parecido al de las Torres Gemelas o Pearl Harbor. Israel sólo experimentó una conmoción parecida cuando estalló, hace cincuenta años, la Guerra del Yom Kipur. Esta circunstancia no conformaba parte de lo siquiera imaginable. Podrá adjudicarse la cuestión a la falta de una adecuada lectura de las circunstancias, o bien, a las falencias del sistema de defensa y de una cultura de seguridad basada en el desgaste y no en una victoria definitiva. También surge como explicación el agotamiento de un modo de convivencia imposible intensificado por el abandono de la negociación, el reparo y el encuentro entre pueblos.

También cabe destacar el repudio de Hamas y sus aliados a la normalización de relaciones diplomáticas entre Israel y el Mundo Árabe, cuyo próximo capítulo parecía ser el de la oficialización del vínculo con Arabia Saudita. Cada vez más desentendidos de los palestinos, los países del Golfo reemplazan en el presente el liderazgo que otrora ejerció Egipto. Me inclino por enfatizar como condición indispensable para el envalentonamiento de los agresores, la coyuntural indefensión anunciada por meses desde Israel, que Hamas, apoyada por el gobierno iraní, tomó para asestar el golpe atroz.

Es que la agresión tuvo lugar un día después de haberse cumplido cincuenta años del comienzo de la Guerra del Yom Kipur. Es decir, Hamas buscó una fecha propia que evocara la humillación al Estado de Israel provocada por sus antiguos enemigos. Pero no se trata, ahora, de combates entre ejércitos nacionales, sino de una serie de ataques que recrean el terror de los pogroms: la pesadilla de la violación, el desmán, la tortura, el secuestro, el asesinato. Deploro las explicaciones duales del conflicto y la inútil recurrencia a su comprensión a partir de argumentos al estilo del huevo y la gallina. La humanidad está compelida a desterrar de su imaginario político la propensión a la eliminación del espacio de continuidad, no elegido, entre grupos diversos para consagrar nuestra coexistencia.

Es, justamente, la violencia que históricamente configura la experiencia diaspórica del pueblo judío, que provoca el surgimiento mismo del sionismo como alternativa de resolución a la cuestión judía, la que reemerge aquí. Este fin de semana aprendimos que la estética de la razzia en el siglo XXI se caracteriza por su transmisión en vivo, por la recuperación de testimonios por redes sociales, por la difusión de pedidos de información de familiares secuestrados o desaparecidos. Viralizada a nivel global, nos encontramos con la conversión del cuerpo humano en arena de despojo. La dignidad de la mujer mancillada por la reivindicación de una idea de nación y patriotismo confundida con los aspectos más repulsivos de un machismo acongojado.

Hamas ha demostrado su carácter de usurpador. No cabe posibilidad de pluralismo alguno bajo su dirección. Por consiguiente, tampoco para la política, ni desde ya, para la vida. Cabe preguntarse por qué quienes dicen aspirar a lo primero para defender lo segundo no hallan lo suficientemente aberrantes los hechos como para comprenderlos como un acto de terrorismo susceptible de ser denunciado sin peros ni pruritos. Nunca Más, desde Varsovia a la Argentina. Nunca Más a los pogroms, donde sea. Pero, no. La trabazón de lo decible en la lengua de presuntos progresismos nublados por un antisemitismo imbatible facilita a otros actores de la política reclamar el tono de la compasión.

La sucesión de hechos recientes quizás ayude a comprender cómo se establece una cierta visión de la historia, y así, de un lugar en la historia a partir de lo decible. Ese sitio puede ser ocupado por una genuina propensión al diálogo y a la reconciliación –camino que israelíes y palestinos habrán de edificar para una solución fraterna y duradera, hoy inimaginable, pero quién sabe si lejana– o por poetas vigorosos que usurpen, con palabras persuasivas, el entusiasmo por imaginar modos de convivencia distintos a los presentes.

Ignacio Rullansky
Coordinador
Departamento de Medio Oriente
IRI – UNLP