- Ha pasado más de una década desde mis primeros contactos con el idioma ruso. Finalmente, este año me trajo la oportunidad de viajar. Todo fue analizado mil veces desde el principio: por un lado, la trágica y deprimente situación económica de Argentina, y por el otro, la incertidumbre que traía viajar a Rusia en tiempos de guerra. A poco tiempo de viajar, el líder de Wagner decide levantarse contra el gobierno ruso, y los mercenarios se estaban dirigiendo en tanques a Moscú. Ya no me preocupaba tanto la plata. Decidí esperar “a que se calmen” y viajar igual. Era el momento.
Llegó el día de viajar a Ezeiza y nos pusimos nerviosos, sobre todo mamá. También agregábamos que iba a pasar mi cumpleaños en la otra punta del mundo. Mi familia me acompañó al aeropuerto y allá conocí a todos mis compañeros de viaje. Llegamos de madrugada y San Petersburgo nos recibió con nieve. Hasta el aire que se respiraba era especial. ¿Qué encontré en Rusia? Lugares únicos y gente muy cálida. Recibí muchos halagos de los rusos: por mi manejo del idioma, por mi apariencia, incluso recibí descuentos por ser argentina. Ahí me enteré de que nos tienen mucha estima. Me sentí muy cómoda. Todo fluía y por momentos me olvidaba de que estaba en un país lejano. Cuando llegué a Moscú, después de pasar un hermoso cumpleaños en San Petersburgo, me reuní con mis amigos. Tres hombres rusos de 33 a 40 años, otra cosa que preocupaba a mi familia. Me iba a enterar en el momento si eran buenas personas o no (yo no dudaba de su bondad). Mucho se habla de la mujer rusa, pero poco se conoce del hombre ruso. Desde el primer momento, mis amigos se comportaron como padres: “Andá a buscar el paraguas y algo para el cuello”, “¿Vos salís siempre tan desabrigada?”.
Me encontré con hombres que me abrían la puerta, me ponían el abrigo y no me dejaban pagar ni un café. Todo sin segundas intenciones. Armaron un recorrido por el interior de la ciudad y me contaban la historia de cada lugar por el que pasábamos. Finalmente, las preocupaciones desaparecieron una por una. No había clima de guerra y estaba rodeada de buenas personas. Solamente había que esperar la vuelta para contarlo.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a la Dra. Tamara Yevtushenko, coordinadora de la Cátedra de Rusia del IRI, UNLP, por su arduo trabajo, compromiso y dedicación a este proyecto destinado a cumplir sueños, a las autoridades del Instituto Nevski de Lengua y Cultura de San Petersburgo, por habernos recibido y brindado especial atención, y a mis compañeros de viaje, por hacer de esta una experiencia única.Carolina Pinto