* La falta de un orden internacional y su impacto sobre la seguridad
Gonzalo Salimena[1]
Muchos suelen hablar de orden internacional en relación a un conjunto de normas, leyes o acciones consensuadas entre los principales actores del sistema internacional, que traen aparejado cierta estabilidad y previsibilidad a un período de tiempo dado. De esta manera existió a lo largo de diversas épocas, diferentes tipos de órdenes, siendo quizás el último más reciente el establecido en la coyuntura de posguerra fría. Sin embargo en las últimas décadas, la falta de acuerdo sobre el accionar de los principales actores del sistema internacional, conjuntamente con la carencia de consenso sobre las principales amenazas y riesgos, así como la postura de los actores más poderosos frente al estallido de determinados conflictos internacionales, parece reforzar la postura de aquellos que sostienen que la política internacional implica un desorden y una carencia de instituciones efectivas que influyan sobre el comportamiento estatal.
La guerra de Ucrania, el conflicto entre Israel y Hamas, así como la posible escalada conflictividad en Medio Oriente entre Irán e Israel, hacen pensar a muchos en un mundo tendiente o cercano al realismo político, en cuanto que el poder es el elemento central que otorga a los Estados sentirse más seguros en un entorno anárquico. Es así como la seguridad parece ser en la actualidad la principal preocupación de los Estados posicionándose en la agenda como una cuestión prioritaria y central en sus diversas dimensiones. Es tal la conflictividad existente, que el mismo Rafael Grossi, director general del Organismo Internacional de Energía Atómica, informó de manera preocupante que varios Estados estaban incrementando sensiblemente sus arsenales nucleares, aumentando sensiblemente la posibilidad de un conflicto nuclear. Las evidencias alarman severamente a la comunidad internacional y se sustentan no sólo sobre el conflicto entre Rusia y Ucrania, en el cual reiteradamente Rusia disuadió a ésta y a miembros de la OTAN de no intervenir en el conflicto, aprovechando el poder que goza en materia nuclear frente a quién carece de esto, sino también al conflicto en Medio Oriente, donde Irán en el corto plazo, debido al creciente incremento de uranio podrían en los próximos meses tener acceso a la bomba nuclear. Ello cae en un contexto progresivo de conflictividad, donde se dista mucho de poder disminuir el ejercicio de la violencia física, un ecosistema similar al sostenía Kenneth Waltz, donde “cada Estado puede utilizar la fuerza y el resto debe estar preparado para lo mismo, por lo tanto, el estado reinante es el de guerra, ya que cada Estado puede decidir por sí mismo cuando usar la fuerza” (Waltz, 1988: p. 151) y en política internacional de nuestros días, suele ser moneda común, ya que como bien dice John Mearsheimer la lucha por el poder es el elemento central y los Estados compiten por él. “What money is to economics, power is to international relations” (Mearsheimer, 2001: p. 25) sostenía el gran teórico de las relaciones internacionales, como si la conflictividad siempre dirá presente. La carencia de un orden, erosiona aún más el vínculo entre los Estados, por el incremento de la desconfianza y la incertidumbre, lo cual atenta seriamente en pos de un consenso cada vez más necesario y coadyuva al comportamiento competitivo de las unidades políticas en el sistema internacional. Se requeriría quizás de lo que Hans Morgenthau llamaba a diferenciar (al distinguir poder de aquello que no lo es), entre poder legítimo y poder ilegítimo. En el marco del primero el autor alemán se refiere al poder “cuyo ejercicio es moral o legalmente justificado” (Morgenthau, 1986: p. 44). En estos términos, el poder ejercido en el marco de instituciones internacionales tales como Naciones Unidas, por el consenso generado hacia su interior plantearía un accionar legítimo para la comunidad internacional. Un ejemplo de ello fue la década del noventa, donde en el contexto de Naciones Unidas, muchos Estados dejaron a través de esta organización muchos de sus objetivos de política exterior, desplegando lo que se conoce como “multilateralismo asertivo”. El despliegue de fuerzas conjuntas y el consenso generalizado, en relación a “cómo” actuar como “conjuntos”, revitalizó Naciones Unidas y su accionar potenciando la organización y la construcción de un orden de posguerra.
De ello se desprende que es clave la concepción de la política, la moralidad y las percepciones que tienen y desarrollan los principales actores. El gran historiador realista Edward Carr sostuvo que en la comunidad internacional la moralidad en el período de entreguerras justificaba los intereses de las grandes potencias, de los satisfechos frente a los insatisfechos (Carr,1946). Planteaba una idea de moralidad internacional como una instancia previa a la construcción de una sociedad internacional. Algo similar toma Morgenthau de la obra de Carr, aunque invierte su connotación al decir que luego de la Segunda Guerra Mundial no hay sociedad internacional porque no hay moral compartida entre los actores (Salimena, 2022). La diferente concepción de la política, principios y los valores contradictorios producen un conflicto entre las potencias que amenaza el quiebre del sistema mismo. Por lo tanto, la heterogeneidad que compone al sistema luego de 1945, atenta contra el sistema mismo sostenía Raymond Aron, algo similar a lo que sucede en la actualidad. La incompatibilidad de metas o buscar tener intereses opuestos atentan contra la construcción de un sistema estable que tenga perdurabilidad en el tiempo. Los conflictos mencionados muestran su perdurabilidad en el tiempo y la falta de capacidad de las potencias de articular políticas consensuadas en el marco multilateral o bilateral que ayude a la construcción de un orden internacional.
En resumen, parece que las grandes leyes de la política internacionales, entre la que destaca la lucha por el poder, se refuerzan cada vez más en un ambiente donde hay unidades que pretenden sobrevivir a la agresión de otras, pero también otras que buscan reposicionarse en la estructura internacional a expensas de otros jugadores. En un sistema así donde las instituciones son débiles, parece que lo único que puede subsistir y mediar es un delgado equilibrio de poder. Pero, aun así, ello sólo puede construirse si hay elementos y percepciones compartidas en cuanto al valor de la paz, y la estabilidad del sistema y la seguridad, cuestiones que nos vuelven una vez más sobre la necesidad de diseñar un nuevo orden internacional y una seguridad acorde a los tiempos que vivimos.
Referencias Bibliográficas
Aron, Raymond (1966), Paz y guerra entre las naciones, Editorial Revista de Occidente, traducción de Luis Cuervo.
Carr, Edward (1962), The Twenty Years Crisis 1919-1939: An introduction to the study of international relationship, Macmillan, Londres.
Mearsheimer, John, (2001), The tragedy of the great powers, W. W. NORTON & COMPANY. New York. Chapter I.
Morgenthau, Hans (1986), Política entre las naciones. La lucha por el poder y la paz, Editorial Grupo de Estudios Latinoamericanos (GEL), Argentina. Capítulo III.
Salimena, Gonzalo, (2022), Repensar las relaciones internacionales, Editorial Teseo. C.A.B.A.
Waltz, Kenneth (1988), Teoría de la política internacional, Editorial Grupo Editor Latinoamericano (GEL), Buenos Aires. Capítulo VI
[1] Doctor en Relaciones Internacionales (USAL). Miembro de la Comisión asesora del Doctorado (IRI-UNLP). Profesor titular del Doctorado en Relaciones Internacionales (IRI-UNLP). Miembro del Departamento de Seguridad y Defensa (IRI.UNLP). Secretario del Observatorio de Terrorismo (IRI-UNLP).