* La Odisea Europea: ¿hacia qué futuro caminamos?
Carlos Gil Gandía[1]
La Unión Europea (UE) es algo más que una cuestión geográfica: es, en primer lugar, un proyecto económico y, en segundo lugar, un proyecto político. Desde sus comienzos, allá por 1951, se ha ido construyendo un mercado común, del cual hasta 28 Estados han llegado a formar parte. Con sus más y sus menos, el proyecto europeo es único en el mundo. No existe ninguna otra organización internacional de integración similar. La originalidad del sistema comunitario ha sido, y sigue siendo, su singular integración supranacional: un equilibrio dinámico entre las instituciones comunitarias (Comisión Europea y Parlamento Europeo) y las que representan directamente los intereses nacionales (Consejo). Este sistema de “checks and balances” evita, la mayoría de las veces, la imposición por parte de los Estados grandes.
Hace tiempo que se propugna la necesidad de reformar la UE de forma profunda, con el objetivo de federalizarla; ya se intentó con la fallecida Constitución Europea. Sobre este tema se ha escrito tanto que la lectura resulta abrumadora y no está exenta de una prosa e ideas casi mitológicas. Honestamente, creo que es una utopía inalcanzable. El proyecto político alcanzó su máxima expresión con el Tratado de Lisboa; la integración vendrá a través de las cooperaciones reforzadas, no en su conjunto. Especialmente desde 2008, con la crisis financiera, económica y social que asoló a la UE, cuyo espíritu del tiempo se puede encuadrar, sin exageración alguna, en los siguientes versos de Rafael Sánchez Ferlosio: “Vendrán años más malos/ y nos harán más ciegos. / Vendrán más años ciegos/ y nos harán más malos. /Vendrán más años tristes/ y nos harán más fríos/ y nos harán más secos / y nos harán más torvos”. Acertados para todo lo vivido en el marco europeo desde entonces y que a bien ha sabido describir en su libro de cuentos Javier Sáez de Ibarra, Un réquiem europeo (Páginas de Espuma, 2024).
El principio liberal de la amoralidad se amplía aún más en la UE tras el auge de la extrema derecha en las elecciones del 9 de junio de 2024, con la complicidad de los partidos conservadores y la desorientación de los partidos de izquierda. Le Pen, Orban, Meloni, Abascal, Chrupalla y Wilders son personas que todo lo envilecen, rebajan la palabra al insulto, que es el umbral de la no palabra y de los instintos más primarios. Esta regresión verbal es contraria a los valores estipulados en los instrumentos jurídicos de la UE e, incluso, en las constituciones nacionales de los Estados miembros (dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de derecho, etc.), que son realmente incompatibles con la guerra, desde el momento en que los seres humanos se entienden como iguales tras la desaparición de Dios como arma de guerra.
La polarización política es de tal nivel que el sentido común se ha transformado en una figura de ciencia ficción. El culto al nacionalismo, que resurge en épocas de crisis social, económica, política y climática en Europa, tiene rasgos muy históricos que, desgraciadamente, riman con la patria, elemento congénito de la guerra y la violencia en términos del nacionalismo identitario. Por eso es necesario tener muy clara una base común para evitar las oscuras golondrinas.
Si partimos, como lo hacen el Derecho primario y el Derecho derivado de la UE, de la base del derecho como idea moral de la dignidad humana y los ecosistemas, ya tenemos una base común para continuar defendiendo y cumpliendo realmente los objetivos y valores europeos (aunque su aplicación no esté exenta de una doble o triple moral). En cambio, si la violencia verbal y, a veces, física se incrementa en la mayoría de los Estados miembros, y veremos qué ocurre en el Parlamento Europeo, esta puede crear un derecho en contra de un «qué» (democracia liberal) y de unos «quiénes» (migrantes, movimientos feministas y LGTBIQ+). Europa ha cambiado mucho desde la Segunda Guerra Mundial, afortunadamente, pero debe evitar ser la misma que fue antes de la creación de lo que hoy conocemos como la UE.
[1] Licenciado en Derecho y Profesor Investigador por la Universidad de Murcia (UM, España). Integrante del Departamento de Europa del Instituto de Relaciones Internacionales (IRI UNLP). Correo electrónico: carlos.gil@um.es.