Departamento de Eurasia
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Análisis de la Guerra de Ucrania y sus perspectivas
Matías Caubet
A lo largo de nuestra historia, pocas veces los individuos contemporáneos a los diferentes procesos históricos que se han sucedido han logrado comprender la dimensionalidad e implicancias de estos en su total magnitud. Estamos, sin lugar a duda, sujetos a estas mismas limitaciones a las cuales han estado sujetos nuestros antecesores que han pretendido impulsar o desarrollar la encomiable empresa del desarrollo de una mirada amplia e impermeable a la opacidad de lo acontecimental y lo inmediato. Sin embargo, con todas nuestras limitaciones, trataremos el tema que nos ocupan en estas líneas, el conflicto ucraniano, con el objetivo de definir y despejar las principales características que hacen a su importancia histórica y geopolítica y, desprendiéndose de lo anterior, los principales cambios que puede traer asociados en el plano de la política internacional. Este breve escrito parte del supuesto de que el lector cuenta con alguna información previa sobre el objeto abordado al tiempo que no pretende ser un estudio exhaustivo sobre las diferentes variables y dimensiones asociadas al conflicto sino, simplemente, un balance de este en clave -como ya se ha mencionado- histórica y geopolítica.
La nueva etapa del conflicto ucraniano lleva ya más de dos años -hablamos de nueva etapa porque se debe recordar que el conflicto tiene sus orígenes en los levantamientos separatistas del Donbás del año 2014- y, a pesar de algunas noticias que hablaban de posibles instancias de negociación para fines del presente año, acontecimientos recientes parecen dilatar en el tiempo dicho escenario.
No nos detendremos en un detalle sobre la situación táctica de los diferentes frentes que componen a la dimensión militar del conflicto ucraniano por razones de espacio. Nos alcanza, en estas escasas líneas, con mencionar algunas cuestiones de carácter más estratégico-político y cómo estos elementos pueden ayudarnos a comprender posibles escenarios sobre la guerra que involucra a Rusia, Ucrania e, indirectamente, a la OTAN.
El enfoque adoptado por Washington en el conflicto fue el evitar un involucramiento directo en el mismo. Sin embargo, de manera paralela, EUA y los países de la OTAN buscaron diferentes mecanismos para, por un lado, brindar financiamiento, apoyo militar, logístico y de inteligencia a Ucrania mientras que, por otro lado, desplegaron diferentes medidas para generar un ahogo progresivo de la economía rusa, con la esperanza de que un excesivo esfuerzo bélico llevara a un desgaste de la imagen del gobierno ruso para con su propia población. Al mismo tiempo, EUA y sus aliados esperaban una adhesión significativa de la sociedad internacional en el propósito de aislar a Rusia en términos diplomáticos y comerciales. Esta doble estrategia de apoyo a Ucrania y acorralamiento de Rusia buscaba generar un efecto disuasorio en el gobierno ruso.
Al mismo tiempo, y asociado a la estrategia de ahogo de la economía rusa, la OTAN buscaba, en las primeras etapas del conflicto, que, una vez que las primeras columnas rusas chocaran con las resistentes líneas defensivas ucranianas y las perspectivas de una finalización rápida del conflicto se desvanecieran, Moscú comprendiera que el coste de una guerra prolongada resultaba más caro de lo que estaban dispuestos a pagar. Sumado esto como se ha señalado en el párrafo anterior, se buscaba -como señalaba aquel informe de la Rand Corporation de 2019- sobre-extender y desbalancear a Rusia. Salvando las diferencias se podría afirmar que Washington buscaba replicar el escenario de la fallida invasión soviética Afganistán para con Rusia y Ucrania.
Sin embargo, la realidad tomó senderos muy distintos a los diagramados por la dirigencia estadounidense y por los altos mandos de la OTAN. ¿Por qué? En resumidas cuentas, porque ni Rusia es la Unión Soviética ni Ucrania es Afganistán.
Desarrollemos un poco esta idea: Para Rusia, Ucrania reviste una importancia clave en tanto es un Estado el cual ha formado parte de las tres principales repúblicas socialistas soviéticas en el siglo XX, junto a Rusia y Bielorrusia. Forma parte, en términos territoriales y geopolíticos, de lo que Rusia denomina “Extranjero Cercano”, concepto que hace referencia aquel espacio territorial comprendido por las repúblicas emergentes de la desintegración de la URSS en 1991 y que Rusia considera parte de su “esfera de interés” según declaraciones del expresidente Dimitri Medvedev en 2008. Paralelamente, el territorio ucraniano le brinda a Rusia acceso al Mar Negro y a puertos de aguas cálidas, aspectos clave para la proyección de Rusia como una potencia de nivel internacional.
Por su parte, en Ucrania una parte no desdeñable de la población civil mantiene lazos sociales, culturales y hasta familiares con parte de la población rusa a raíz de siglos de vinculación histórica, esto se hace más evidente en los oblasts del este y sur ucranianos. De hecho, el intento, desde 2014, del gobierno ucraniano de eliminar diferentes elementos culturales rusos, constituye buena parte de la explicación sobre los orígenes de la guerra civil en Ucrania y de la primera etapa del conflicto en general.
Para Moscú, en el conflicto ucraniano, no se juega otra cosa que su estatus de potencia en el sistema internacional. Si pierde el conflicto, Rusia quedará relegada al papel de potencia regional, en un contexto de creciente militarización de sus vecinos occidentales como Polonia o Alemania. Si gana, Rusia consolidará su regreso al selecto club de las principales potencias, trayectoria iniciada hace ya más de dos décadas luego de un lustro de deterioro de sus capacidades estatales y su posición sistémica luego de la caída de la URSS.
Esta lectura es comprendida por Moscú, la cual emprendió un proceso de reorientación de su economía en pos del esfuerzo bélico de un conflicto prolongado contra occidente. Paralelamente, Rusia ha emprendido un proceso de reorientación de sus exportaciones hacia el mercado asiático, tendencia iniciada en 2015 pero que fue profundizada en los últimos dos años. Este “giro a Asia” fue acompañado de un proceso de blindaje financiero de la economía rusa luego de las primeras sanciones recibidas -poco más de unas 2 mil- luego de la anexión de Crimea en 2014, lo cual le permitió soportar, a partir de 2022, las más de 18 mil sanciones recibidas por parte de Occidente e, incluso -y contra los diferentes pronósticos occidentales- hacer crecer su PBI a tasas nada despreciables.
El acompañamiento, por parte de la sociedad internacional, de la empresa occidental de aislamiento de Rusia tampoco obtuvo los resultados deseados. Al refuerzo de vínculos diplomáticos y comerciales con China y con La India, Rusia ha emprendido una estrategia de acercamiento a socios tradicionales como, Bielorrusia, Irán o Corea del Norte, con acercamientos pragmáticos a países como Turquía, Arabia Saudita y diversos países africanos y de Asía Central. De manera simultánea, Moscú ha utilizado de manera inteligente las nuevas instituciones y organizaciones internacionales, como los BRICS – recientemente ampliados- o la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) como caja de resonancia de su postura no solo en el conflicto sino en el sistema internacional, y para aumentar su volumen político en un contexto de crecientes tensiones con occidente.
Es fácil notar que el conflicto ucraniano reviste una importancia vital para Rusia, lo cual explica los recursos y esfuerzos destinados por el gobierno ruso al mismo. La reorientación de la economía rusa al esfuerzo bélico y la sustancial modernización de las FF. AA rusas son claros ejemplos de esto. Dicha importancia también es comprendida por diversos sectores de la sociedad rusa que no ven a la guerra una aventura imperialista de Putin -como es presentada por diversos medios occidentales- sino como una defensa de los intereses y soberanía rusos frente a las crecientes amenazas que presenta la expansión de la OTAN hacía las fronteras rusas.
Esta combinación de factores le ha permitido a Moscú mejorar sustancialmente su situación estratégica y táctica en el conflicto, permitiéndole detener con mínimas pérdidas territoriales la contraofensiva ucraniana de junio 2023, así como avanzar a ritmo sostenido en el Donbás, capturando importantes ciudades y poblados que habían sido convertidos en verdaderas fortalezas por las FF.AA ucranianas en los últimos años. Al tiempo en que escribimos estas líneas, las fuerzas rusas se encuentran a menos de 15km de la ciudad de Pokrovsk, un nodo logístico clave de todo el Donbás, cuya caída en manos rusas sería un duro golpe para Kiev. Paralelamente los avances en diferentes puntos del frente, desde Jarkov a Zaporiyia han estado a la orden del día, configurando un escenario en el cual el ejercito ruso posee la iniciativa a lo largo de toda la línea del frente.
La reciente ofensiva de Kiev en la región rusa de Kursk -llevando la guerra a territorio ruso- escala aún más el conflicto, aunque no posee la capacidad de alterar el curso de la guerra en Ucrania. Sin embargo, se especula con que Kiev pretende utilizar los territorios ocupados en Kursk como moneda de cambio en unas eventuales negociaciones con Moscú al tiempo que pretende que Rusia desvíe tropas y recursos hacía allí con la finalidad de disminuir la presión rusa en el Donbás. Sin embargo, parece que los posibles resultados de dicha ofensiva -la de Kursk- pueden ser distintos de los esperados por el gobierno ucraniano. Todo parece indicar, al día de hoy, que las negociaciones serán postergadas a partir de estos acontecimientos, al tiempo que Moscú reforzará aún más sus esfuerzos bélicos a fin de reducir la amenaza en Kursk y aumentar la presión en el frente ucraniano.
Aún con lo señalado anteriormente, el conflicto ucraniano parece haber configurado sus principales características. Creemos que se configura como un conflicto bisagra en el cual se dirime el estatus de Rusia como potencia en el plano sistémico al tiempo que pone en evidencia que la multipolaridad ha llegado no solo para quedarse, sino para profundizar sus principales tendencias, generando reacciones mucho más duras y directas por parte de las potencias ya establecidas. Por último, el conflicto expresa una creciente tendencia asociada a la restauración de la disuasión y -en última instancia- de la guerra como principales herramientas en la solución de conflictos entre potencias. Si bien dicha herramienta nunca había caído en desuso, hoy en día parece que, lamentablemente, su utilización se encuentra, tácitamente, más aceptada, generando antecedentes y tendencias peligrosas para los años venideros.