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Irán versus Israel: Coreografía bélica sobre crisis existenciales

Departamento de Medio Oriente

Artículos

Gilberto Aranda Bustamante

Como un castillo de naipes se derrumbaron las expectativas de la administración Biden respecto a una relativa estabilidad de Medio Oriente después del ataque de Hamas sobre Israel del 7 de octubre de 2023, que dejó alrededor de 1.400 personas asesinadas, mientras 240 fueron secuestradas y llevadas a la Franja de Gaza. Hoy llama la atención que el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, afirmara -pocos días antes- en un artículo publicado en Foreign Affairs que «la región de Oriente Medio está hoy más tranquila de lo que ha estado en dos décadas«. Definitivamente, Estados Unidos no lo vio venir. A la fecha la represalia de Israel ha dejado cerca de 40 mil palestinos gazatíes fallecidos producto de la campaña militar orquestada, más varios intentos fallidos de un cese de hostilidades malogrado.

Después del “baño de realidad” la administración Biden, acosada desde varios frentes, apostó al menos a “contener” la expansión del conflicto de consecuencias catastróficas a una escala regional. La tarea es hercúlea si se piensa en la multiplicidad de escenarios, las granjas de Shebaa en el sur del Líbano, las alturas del Golán en la frontera con Siria, Yemen con más de 10 años de Guerra Civil y, sobre todo, la agria relación entre Israel e Irán que podría terminar de hacer jirones los restos del statu quo regional que Washington ha preservado durante décadas con cada vez más dificultades, afectando sus intereses y la estabilidad del área.

Así pareció el 28 de enero de 2024, cuando milicias asociadas a Irán por medio de la tecnología de drones atacaron la torre 22 de EEUU en Jordania. Tres soldados de EEUU murieron y más de 40 personas resultaron heridas. El 2 de febrero el Comando Central de EEUU (CENTCOM) dio cuenta de ataques sobre 85 objetivos, tanto en Siria como en Irak. La reacción fue medida, para evitar desencadenar un conflicto mayor. Adicionalmente, el grupo Kataib Hizbulá, aliado de Teherán, anunció el cese de sus operaciones contra posiciones de EEUU. La pregunta que emergió fue qué pasaría si el involucrado no fuera la primera potencia militar global sino uno de sus aliados en la región, concretamente Israel.

La crisis existencial de Israel es parte de su ADN ligado al templo dos veces destruidos (722 a.C. y 70 d.C.), el éxodo, la discriminación religiosa en la Edad Media Occidental –retratado en el mito del judío errante- y la política en la Modernidad, los pogromos y, finalmente, la Shoá a partir de 1933. Todos son antecedentes históricos anteriores al establecimiento de Israel pesando sobre el Estado hebreo. Las que denominó Guerras de Independencia (1947 y 1948) y, sobre todo, la beligerancia con sus vecinos (1956, 1967, 1973, 1982), así como las dos Intifadas (1987 y 2001), reforzaron el dilema “Ellos o nosotros” apenas atemperado por los acuerdos de Oslo (1993) y su clima de breve duración con la muerte de Isaac Rabin, a manos de un fanático nacionalista israelí opuesto al acuerdo de paz y, particularmente, la primigenia elección de Benjamín Netanyahu, un opositor a las negociaciones, como Primer Ministro de Israel. Posteriormente a los ataques del 7 de octubre, el tema de la existencia de Israel reapareció insistentemente a partir de las tesis de la amenaza externa y los recuerdos del exterminio nazi. Nuevamente Netanyahu es quien declaró “estamos en el medio de una campaña por nuestra existencia”, denominándose “la segunda guerra de independencia” en un relato que deriva en la doctrina militar de “Dahiya” (amplio daño antes que precisión). Sin embargo, las fisuras internas comenzaron a manifestarse después de los ataques iranios del 14 de abril, cuando Yair Lapid replicó que la amenaza existencial era el propio sexto gobierno de Netanyahu, el cual “traerá nuestra destrucción”.

Resultó paradójico que poco después de dichos ataques, en Irán se comenzó a aludir al mismo repertorio temático. El asesor del Supremo Líder Ali Jamenei, Kamal Kharrazi, declaró “no hemos adoptado la decisión de tener una bomba nuclear, pero si existiera una amenaza existencial, no quedaría otra opción que cambiar nuestra doctrina militar”. La posesión del arma nuclear ha estado condicionada por la fatwa (decreto religioso) emitida en 2003 que prohíbe la producción y uso de armas nucleares y biológicas. Dicha orden islámica es vinculante para el chiismo por lo que quienes han insinuado la relevancia del desarrollo nuclear defensivo han sido silenciados por jurisconsultos islámicos.

En este contexto se produjo el ataque iraní, la madrugada del 14 abril de 2024, denominado “Promesa Verdadera”, operación completamente original y sin precedentes. Históricamente la defensa de dicho país había descansado sobre una enmarañada geografía que dificulta operaciones desde Occidente y Oriente. Un país a menudo entregado a su suerte que a fines del siglo XIX cultivó nexos preferenciales con la Gran Bretaña Victoriana, reemplazados en la Guerra Fría por una alianza con Estados Unidos y su apoyo a la “Revolución Blanca de los Pahlavi”. La posterior Revolución Islámica de 1979 supuso el retorno al aislamiento, típico de un país cuyas autoridades criticaban al hedonismo estadounidense y al materialismo ateo ruso. La situación cambió con “la Guerra Santa Defensiva” (1980-1988) contra un Irak respaldado por Occidente –eran otros tiempos- y un relato panislámico sobre la apuesta panárabe de Sadam Hussein.

El 1 de abril de 2024 Teherán manejó varias opciones después que el edificio del consulado anexo a su embajada en Damasco fuera impactado por un ataque no reconocido por parte de Israel, muriendo dieciséis personas, incluido el alto comandante de la Fuerza Quds de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), el general de brigada Mohammad Reza Zahedi, más otros seis oficiales iraníes y varios civiles sirios. Desde ese día, Teherán se reservó el cómo y cuándo de una represalia, que aseguró ocurriría a pesar de los llamados de la sociedad internacional por evitar otro choque.

Teherán pudo haber decidido no atacar, manteniendo el suspenso y esperar un mejor momento, pero aquello podría haber comprometido su prestigio entre sus partidarios en la región. Pudo haber escogido la respuesta indirecta y sostenida, a través de satélites y aliados en Líbano, Siria, Irak y Yemen. Pero dicha opción estaba a un paso de una guerra regional, cuestión que no deseaba, coincidiendo con Washington. Con el paso de los días ganó terreno la alternativa de una represalia directa a través de la mayor cantidad de medios y con la ayuda de milicias afines. Teherán debía mostrar que podía plantar cara al adversario, pero sin desembocar en un conflicto mayor. La dimensión teatralizada del conflicto armado compareció como una salida posible

Y el preludio del ataque comenzó con un aviso. El cierre del tráfico aéreo en la jornada del 11 para realizar “ejercicios militares”. Poco antes las dos líneas aéreas europeas con pocos vuelos semanales directos a Teherán habían suspendido sus operaciones, y esa misma noche los servicios de inteligencia de EEUU comenzaron las advertencias a países de la región respecto a que Irán estaba ultimando los detalles de su represalia. Al día siguiente Francia inició su plan de emergencia y evacuación de personal diplomático, agregando la advertencia de viaje a la región más Israel y El Líbano. En tanto Alemania, Bélgica, Holanda y Noruega le siguieron. El día después, dichas delegaciones anunciaron que suspenderían su servicio. Jordania y El Líbano también interrumpieron la aviación en su espacio aéreo. Así que de sorpresa poco.

Irán dispuso de 300 drones, una cantidad limitada de misiles crucero y otra aún más pequeña de misiles balísticos. Los shahed no eran precisamente de última tecnología, con una velocidad de entre 150 a 200 km por hora para cubrir una ruta de mil kilómetros, con lo que se sobreentiende una intención de permitir al adversario conocer con cierta antelación la envergadura del ataque (5 a 6 horas) para preparar la defensa.

La versión oficial de Teherán es que su ataque dio en el blanco de la base militar utilizada para atacar su consulado en Damasco. Para el ministerio de Defensa iraní su país había replicado a la agresión infligida, de acuerdo al artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas que confiere el derecho a legítima defensa, precisando que no se quería afectar a terceros países –mensaje a Estados Unidos y Occidente-, y utilizado una “una mínima capacidad de reacción” para evitar una escalada regional.

La prensa Occidental, en cambio, subrayó que el 99% de los agresores tecnológicos fueron interceptados por el domo de hierro de Israel sumado al respaldo aéreo de Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Jordania.

El ataque de Irán fue limitado y además anunciado, por lo que parece seguro que tras bastidores se haya acordado y aceptado una respuesta dentro de ciertas proporciones y sin víctimas mortales. Lo anterior suponía atender los llamados de auto-restricción que implicaban no utilizar el peso de un arsenal que contiene misiles balísticos hipersónicos.

Pero aún quedaba un último acto ¿Qué haría Israel? La respuesta llegó cinco días después. Las primeras noticias indicaban un contrataque contundente sobre siete objetivos militares, incluidos algunos situados en la capital irania. También se afirmaba golpes sobre Siria e Irak. No obstante, sólo fueron confirmadas “explosiones” en las inmediaciones de la histórica ciudad Isfahán – cabeza de la Dinastía Safávida (1501-1722), que adoptó el Chiismo Duodecimano como credo oficial. En Teherán sólo se reconoció el ataque de microdrones sobre una base aérea en la referida ciudad, por lo que se activó el sistema de defensa antiaérea, derribándose los objetos sospechosos. En Israel se reconoció el uso de drones y misiles sobre instalaciones militares y sin víctimas fatales, es decir, una acción también limitada, con visos de espectacularidad, más la declaración de que no se aceptaría la intervención de terceros, aunque de hecho sí lo hizo. Para Teherán ni siquiera se había violado la frontera, ni se usaron misiles, ni hubo daño material ni humano. Un verdadero tango que siempre requiere de dos, una coreográfica bélica para eludir al Tanatos.

La historia de la breve beligerancia directa entre Israel e Irán tuvo en vilo a la zona, mientras las capitales occidentales contenían el aliento, aunque visto a posteriori fue una guerra coordinada de la post-globalización, en la que se exhibe más que se usa el músculo.

Estados Unidos tuvo un papel crucial en el epílogo, tanto convenciendo a su aliado de no escalar, como advirtiendo a Irán que debía aceptar un ataque limitado de Israel para evitar un conflicto mayor. Se trató de algo más que un pequeño triunfo para la administración Biden -que a poco esgrimió en la campaña de reelección- haber evitado una destructiva guerra regional mediante la evolución desde la beligerancia a un intercambio de fuego bajo control. Aunque tuvo un precio que sabemos: admitir otra embestida israelí en Rafah, sur de Gaza, que no tardó en consustanciarse.

Hay también que considerar que la operación «Promesa Verdadera« ha sido percibida por la actual administración de Israel como un nuevo nivel de «amenaza« de Irán que afecta su existencia misma, una narrativa con tintes mesiánicos adoptada por un Gobierno con respaldo de colonos y ultra-ortodoxos religiosos.

La crisis existencial ha permeado a Irán que comienza discutir su tradicional posición de prohibición del arma nuclear por una nueva doctrina preliminarmente de disuasión activa que conllevaría la posesión de armamento nuclear. El problema que plantea este derrotero es el efecto de imitación que tendría sobre otras potencias regionales, como Arabia Saudita y Turquía. Aunque este debate fue oficialmente clausurado el 13 de mayo cuando el Ministerio de Relaciones exteriores iranio confirmó que la fatwa de 2003 sigue vigente, sin dejar de recordar que Israel dispone de armamento nuclear sin ser parte del Tratado de No Proliferación Nuclear y sin depender del escrutinio por parte de los organismos internacionales.

Parece claro que Irán no quiere un conflicto bélico de alcance regional, mientras EEUU ha afirmado que no asistirá a Israel en un ataque a Irán, limitándose a funciones defensivas para convencer a Israel de lo peligroso de las represalias masivas, una ruta corta a una guerra amplia geográficamente y con multiplicidad de actores –cuestión que ha confirmado Rusia al asegurar que de verse afectado territorio iraní intervendría a favor de su aliado- que nadie parece por el momento querer.