Los últimos días, tropas israelíes han atacado directamente la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano (UNIFIL, por su sigla en inglés), penetrando a la fuerza en sus cuarteles y disparando contra el personal internacional, con un saldo, hasta ahora, de cinco efectivos heridos y serios daños a la infraestructura de la misión. Estos ataques han ido acompañados por la solicitud del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, de que la Organización de las Naciones Unidas retire de inmediato a los cascos azules desplegados en la denominada línea azul, que demarca los límites entre Israel y el Líbano. Cabe señalar que el contingente de UNIFIL está constituido por alrededor de 10.000 efectivos de unos cincuenta países, que cumplen con el mandato de supervisar el cumplimiento de la resolución 1701 del Consejo de Seguridad, aprobada tras el fin de la guerra entre Israel y Hezbollah en 2006, buscando la estabilización de la frontera israelí-libanesa.
Este ataque se enmarca en una aguda crisis en el Medio Oriente, que amenaza con convertirse en una guerra de nivel regional, con el fuerte influjo de Israel, que actúa con un amplio manto de impunidad. Y, a nivel global, se enmarca en una ya dilatada crisis del multilateralismo y de la convivencia internacional, caracterizada por la virtual destrucción del orden liberal, construido tras la Segunda Guerra Mundial, sitiado por el auge de los nacionalismos y las denominadas democracias iliberales, fuertemente críticas de valores occidentales antiguamente consensuados, como el Estado de Derecho, los Derechos Humanos y la democracia liberal. Walter Russell Mead ha definido a esta nueva etapa del sistema internacional como el “Fin de la Era Wilsoniana”, con regímenes que han puesto a las Naciones Unidas en el centro de sus diatribas. En el fondo, se trata de un mundo fracturado, determinado por numerosos conflictos bélicos, que ofrece poco espacio para la cooperación y escaso respeto por el derecho internacional.
El ataque de Israel a la UNIFIL es una muestra más del desprecio por el multilateralismo. Frente al ataque, unos 40 países contribuyentes de la UNIFIL han suscrito una declaración conjunta, a través de la cual condenan los ataques y exigen que se garantice la seguridad del personal. El hecho también ha sido condenado en un Comunicado Conjunto, por España, Francia e Italia. Igualmente lo ha hecho la Unión Europea en su conjunto. Incluso el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, pidió a su aliado Israel que cese los ataques a la UNIFIL. Por su parte, el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, señaló que el ataque constituye una violación del derecho internacional humanitario y que tales acciones ponen en un riesgo muy grande a las operaciones de paz.
Tales operaciones, tal vez los instrumentos más visibles del accionar del Consejo de Seguridad y de las Naciones Unidas, desde hace ya un tiempo están siendo sometidas a una serie de desafíos relacionados, por ejemplo, con los efectos del cambio climático, los asuntos de género y, sobre todo, en la cada vez más crítica seguridad de los cascos azules; así como a distintas diatribas, que se han concentrado en cuestionar su real efectividad para atenuar conflictos en pos de una paz duradera. Es necesario destacar, además, que durante 2023 el Consejo de Seguridad autorizó el cierre de tres operaciones de paz, a saber: la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Mali (MINUSMA), la Misión Integrada de Asistencia para la Transición de las Naciones Unidas en Sudán (UNITAMS) y la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (MONUSCO).
A propósito del ataque de Israel sobre UNIFIL, es curioso que las operaciones de paz de las Naciones Unidas tienen su origen justamente en Medio Oriente, donde desde 1948 se encuentra desplegada la misión para la Vigilancia de la Tregua (UNTSO, por su sigla en inglés), que busca facilitar el rol del Mediador de la Organización y supervisar el desescalamiento del conflicto que se ha desarrollado tras la creación del Estado de Israel, mediante la Resolución 181 de la Asamblea General. Junto con ello, cabe destacar que, en el historial de las misiones de paz, han muerto 1.130 participantes de estas por actos deliberados de las partes en conflicto. Un número importante de ellos en manos de grupos rebeldes o radicalizados, que desafían el poder de un gobierno con reconocimiento internacional.
Los ataques de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) a posiciones militares de la UNIFIL, se suman a los ataques efectuados durante el último año sobre numerosos edificios e instalaciones de diversas agencias de las Naciones Unidas en Gaza. El primer ministro de Israel ha declarado que la negativa de evacuar a los soldados de la UNIFIL, los ha transformado en rehenes de Hezbollah, deslizando que su utilización como escudos humanos por parte de esa entidad es responsabilidad del Secretario General de la Organización. Con ello, el gobierno de Israel ha optado por una posición maximalista y reduccionista, argumentando una falsa dicotomía donde, o se está con ellos y sus métodos de forma incuestionable, o se está en contra y se es un enemigo más. Los ataques al personal e infraestructura de Naciones Unidas corroboran esa idea.
Más allá de las claras violaciones al Derecho Internacional al atacar posiciones e infraestructura de las Naciones Unidas (sin hablar de las violaciones al Derecho Internacional Humanitario y los Derechos Humanos en décadas de conflicto), lo significativo aquí es que se evidencia un rotundo desprecio por una idea de orden internacional, con la convicción de que baipasear las reglas internacionales no tiene costo alguno para ciertos Estados (reglas que, por lo demás, permitieron la formación del Estado de Israel) y que la manipulación del discurso público, a través de falacias argumentativas, puede ayudar a un gobierno en su posicionamiento y percepción del interés nacional, en desmedro de la convivencia internacional y de la vida de miles de personas, incluidos una cantidad horrorosa de niños muertos y heridos.
Aquí hay que recordar que Naciones Unidas no es un constructo etéreo que define por sí y para sí reglas de aplicación universal, sino que es una organización en donde participan prácticamente todos los Estados con reconocimiento internacional, cuyas decisiones históricas han sido alcanzadas mediante un multilateralismo práctico que ha implicado la negociación entre estos, por lo que debe existir un compromiso permanente para el cumplimiento de las resoluciones que los propios Estados se han dotado. Tal cual señala Gelson Fonseca Jr. en su libro El interés y la regla. Multilateralismo y Naciones Unidas (Madrid: Los Libros de la Catarata, 2010), en el marco de las políticas exteriores, el multilateralismo busca conciliar el interés particular de los Estados con el de la comunidad internacional como un todo, es decir, conjuga la voluntad individual y las reglas generales de la convivencia global. En tal sentido, misiones como UNIFIL o UNTSO, tampoco son entes etéreos, sino que cuentan con un mandato específico otorgado por el Consejo de Seguridad, como portavoz de la comunidad internacional, y son apoyadas por el conjunto de países que facilitan financiamiento y personal a éstas, por lo que un ataque a las misiones es una violación clara a la Carta de las Naciones Unidas. El trabajo que éstas realizan no es potestad del Secretario General, últimamente calificado como Personan Non Grata por el Gobierno de Israel.
Las misiones de paz en Somalia en la década del noventa y en Mali la década pasada, han sido testigos de ataques permanentes por parte de grupos terroristas, provocando centenares de víctimas. Esos grupos nunca han tenido un reconocimiento internacional, sus métodos han sido ampliamente repudiados y han sido sancionados por el Consejo de Seguridad, a través de embargos de armas y diversas prohibiciones. Si junto a los ataques de grupos terroristas y criminales los cascos azules van a sufrir embates desde los propios Estados, el futuro de las operaciones de paz está en un serio peligro y, con ello, el oscuro porvenir de la propia convivencia entre las naciones.
Jorge Riquelme
Analista político
Doctor en Relaciones Internacionales
Universidad Nacional de La Plata
Sebastián Osorio
Diplomático chileno
Magister en Estrategia Internacional y Política Comercial
Universidad de Chile