La guerra comercial que atraviesa el sistema internacional en la actualidad no constituye una novedad. Durante la primera presidencia de Donald Trump, esta tensión ya había comenzado, cuando el entonces mandatario estadounidense señaló a China como el principal enemigo de Estados Unidos, dando inicio a una escalada proteccionista que, aunque se atenuó mediante reuniones posteriores con el presidente chino Xi Jinping, no desapareció completamente durante el mandato del demócrata Joe Biden.
Los argumentos planteados en 2018 se fundamentaban en el frente interno de Trump: proteger el empleo nacional, reducir el déficit comercial y forzar a las empresas locales a repatriar su producción. En ese contexto, comenzó a gestarse la idea de un quiebre en el orden económico internacional. Incluso, algunos vislumbraron un posible proceso de desglobalización comercial, aunque es relevante mencionar que dicha hipótesis había sido formulada desde la crisis de 2008 y/o el Brexit como manifestaciones de desintegración económica.
Con el regreso de Donald Trump al poder, Estados Unidos reanudó la guerra comercial, intensificando su retórica mediante un enfoque más confrontativo, facilitado por un entorno internacional caracterizado por conflictos latentes.
El aumento generalizado de aranceles por parte de Estados Unidos representa un retroceso en los avances alcanzados desde la creación del GATT-OMC, particularmente en lo referente a la liberalización del comercio y la lucha contra la competencia desleal. Cabe destacar que el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, establecido después de la Segunda Guerra Mundial, se inscribió dentro del marco de Bretton Woods, diseñado para instaurar un nuevo orden económico internacional tras las adversidades del período de entreguerras. Durante la Gran Depresión de la década de 1930, el nacionalismo económico se consolidó y las tensiones comerciales se intensificaron, lo que condujo al nacimiento del GATT, un acuerdo que dejó atrás las preferencias comerciales bilaterales gracias, principalmente, a la “cláusula de la nación más favorecida” y a extensas rondas de negociación. Así, se lograron reducir y consolidar aranceles que abarcaron prácticamente todo el comercio de bienes.
En el marco posterior a la bipolaridad de los años 90, luego de numerosos esfuerzos, se fundó la Organización Mundial de Comercio, coronando una etapa caracterizada por ideales como la apertura económica, la desregulación y el libre comercio. Se negociaron acuerdos que trascendieron el comercio de bienes, incluyendo servicios, regulaciones respecto de la propiedad intelectual y mecanismos específicos de solución de controversias. Estos avances, producto de años de negociaciones entre los miembros de la OMC, se ven hoy amenazados por decisiones unilaterales que desestiman el progreso colectivo alcanzado.
Es indudable que esta guerra comercial tiene un trasfondo geopolítico. Una disputa vinculada al progresivo declive de ese orden y al surgimiento de uno nuevo, caracterizado por una mayor competitividad, una menor cooperación y niveles de conflicto más elevados, cuyos efectos trascienden el ámbito económico. Por otro lado, también subyace una competencia de monedas, básicamente una disputa entre el dólar y el yuan para liderar el sistema monetario internacional.
Resulta paradójico que, en la coyuntura actual, Estados Unidos, tradicional defensor del libre comercio, sea el actor que imponga barreras proteccionistas, respaldadas por un discurso que intensifica el nacionalismo económico. Por otro lado, la República Popular China ha sabido capitalizar las condiciones del Orden Liberal para integrarse a sus instituciones y lograr un crecimiento exponencial, sostenido durante las últimas cuatro décadas. No obstante, a diferencia de lo ocurrido en 2018, China ha respondido con determinación, elevando los aranceles a los productos estadounidenses, al mismo tiempo que fortalece los lazos con sus socios asiáticos. Los acontecimientos continúan en evolución, pero la disputa por la hegemonía apenas ha iniciado, con implicaciones que podrían redefinir la estructura del orden económico internacional.
En este contexto de creciente rivalidad comercial y geopolítica, el panorama internacional enfrenta una transformación profunda, una reconfiguración que se da a partir de decisiones unilaterales. La tensión entre Estados Unidos y China no solo refleja un cambio en las reglas del comercio global: también deja en evidencia una lucha por el control del sistema monetario internacional y la influencia sobre los mercados. A medida que esta competencia se intensifica, la estabilidad del orden económico global se ve comprometida, dando paso a una etapa caracterizada por la incertidumbre y la redefinición de las estructuras de poder económico y político.
Leila Alcira Mohanna
Secretaria
Departamento de Relaciones Económicas Internacionales
IRI – UNLP