Apuntes sobre las políticas exteriores argentinas. Los giros copernicanos y sus tendencias profundas

 

 

Los dilemas de la política exterior argentina

 

Ha llegado el momento de hacer una evaluación de los dilemas de la política exterior: ¿autonomía o inserción? O ¿autonomía e inserción?

 

Los dilemas: ¿autonomía o inserción? o ¿autonomía e inserción?

De la interpretación de las tendencias profundas de la política exterior argentina intentaremos rastrear sus giros para dar una respuesta a las preguntas formuladas.

En la etapa de formación de la política exterior argentina hemos encontrado los esbozos de algunos elementos constitutivos de la futura relación con el mundo.

Tal vez el más destacado es la importancia creciente de la política británica en el país. Este hecho no explica necesariamente algunas situaciones. La primera es el no reconocimiento - aspecto fundamental para los nuevos países en la lógica del siglo XIX -, privilegio al cual accedió nuestro país luego de quince años de intentarlo, sobre todo con Gran Bretaña y Estados Unidos quienes balanceaban la situación del hemisferio con la de Europa.

El fracaso de varios intentos españoles por recuperar estas tierras, y la lenta consolidación de regímenes políticos propios - aunque inestables y precarios -, fueron los que marcaron a las potencias el camino a seguir.

En la relación con el continente hispanoamericano y con los vecinos observamos la no participación en el Congreso de Panamá que fue tomada como un gesto aislacionista; en realidad fue un intento por no quedar dentro del proyecto bolivariano.

La guerra con el Brasil tiene por lo menos dos explicaciones: una referente a no perder territorios, la Bando Oriental concretamente, y la otra es fijar equilibrios de poder en el Plata.

Con la consolidación de un modelo muy particular que hemos denominado de proto política exterior, en donde las provincias delegaron en forma casi permanente la representación exterior en Buenos Aires bajo la égida de Rosas, se continúa con la profundización del modo de producción del saladero que vinculaba a la Argentina con los mercados esclavistas, pero también con Gran Bretaña. Esta vinculación tuvo la precaución de no permitir la injerencia en los temas internos, como en el caso de los bloqueos, y tras esta etapa permaneció, con altibajos, hasta la actual gestión.

Las constantes fricciones por no reconocer e intervenir en el Uruguay como el no reconocimiento del Paraguay, deben interpretarse como un modo que encontró el rosismo para buscar un equilibrio regional.

Cuando la revolución industrial y el abandono del esclavismo en las naciones centrales se consolida, en nuestro país se impulsaron cambios en el comercio que generaron condiciones para la transformación política, que ocurrió con la derrota en Caseros. Y también emerge un modelo de pautas básicas de lo que fue la política exterior tradicional, que debió esperar la consolidación del Estado Nacional tras la unificación de la Confederación y el Estado de Buenos Aires en 1862.

Recién en el período que denominamos el modelo clásico de inserción (1862-1916) encontramos la estructuración de la política exterior que siguió los ritmos del mercado exterior, formando una tendencia.

La primera de ellas es la afiliación a la esfera de influencia británica en particular, y europea en general, producto de la división internacional de trabajo donde Inglaterra y Europa eran la fábrica y la Argentina la granja.

La siguiente es la oposición a los Estados Unidos. Si bien existieron intentos por acercarse comercialmente, la competencia entre sus economías agrícolas y la opción por Inglaterra y su área de influencia llevó a la negativa argentina a aceptar la influencia norteamericana. Esta situación no impidió que se establezca, sobre todo a partir de este siglo la conformación de un triángulo comercial Argentina-Inglaterra-Estados Unidos que regulaba las deficiencias en la provisión de bienes industriales por parte de los británicos y su reemplazo por los norteamericanos.

En tercer lugar aparece el aislamiento de América latina donde si bien la Argentina es renuente a todo tipo de organización regional permanente, existen casos de acercamiento como el tratado ABC o la doctrina Drago - aunque por otros motivos -.

Con respecto a la debilidad territorial, si bien existe la idea extendida de la pérdida de territorios, tenemos que diferenciar aquellas disputas donde se recurrió a árbitros (donde sí perdimos) y los que se regularon por tratados - como el caso del de 1881 donde consolidamos nuestro territorio patagónico -. En conjunción con ello estuvo la búsqueda de equilibrios con Brasil y Chile, cuyo derrotero fue desde la carrera armamentista hasta fórmulas políticas conjuntas como el citado ABC.

Esta política tuvo su racionalidad en la medida en que fue Gran Bretaña la potencia indiscutida en un orden esencialmente europeo. Cuando esas condiciones cambiaron, como lo indicó la Gran Guerra, las políticas debieron seguir otros caminos.

Con los gobiernos de Yrigoyen encontramos los primeros atisbos autonomistas. Por eso existen ajustes, ya que si bien el radicalismo hasta la crisis del 30 comparte la afinidad hacia Gran Bretaña, intentó estructurar un esquema multipolar de relación. También con respecto al enfrentamiento con Estados Unidos sufre ajuste, reconociendo varios orígenes, entre ellos el político, por la defensa del principio de no intervención y el rechazo a la doctrina Monroe como un pacto regional, que también reconoce los orígenes económicos como por ejemplo la política petrolera de Yrigoyen.

Aparecen importantes cambios con respecto a América, que ocupa un lugar privilegiado, no sólo como búsqueda de una alianza política, sino como el punto de partida para toda una acción exterior, reflejo de una realidad económica muy palpable. Desde ese momento se ha intensificado su relación, sobre todo en los gobiernos democráticos y en los militares, con algunas excepciones.

La política con los vecinos cambió de orientación dejando lo territorial por la búsqueda de cooperación económica con los vecinos.

Un rasgo novedoso lo presenta la búsqueda de nuevos mercados en Asia, Africa y la URSS, no sólo como mero intercambio económico sino como espacio para la mutua cooperación, esbozando una política de tipo multipolar que tuvo como fin ampliar los marcos autonómicos y salir de la dependencia racionalizada.

A nivel internacional podemos decir que la crisis de 1929 confirmó la tendencia que venía desarrollándose desde el fin de la Primer Guerra Mundial, fue un giro más en el escenario internacional a través de la preeminencia norteamericana.

Los europeos perdieron su preeminencia y observamos que desde 1930 y sin lugar a dudas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, nos alejamos de su área de influencia. Esta pérdida se complementó con la afirmación de la influencia económica norteamericana que desplazó a los europeos. Pero ésta no tuvo paralelamente una correspondencia con la decisión de integrar plenamente su bloque - o por lo menos, de una manera constante -. Creemos que la oposición a Estados Unidos siguió una cierta inercia que complicaba la agenda bilateral.

La Argentina de los treinta optó por reforzar su relación con Gran Bretaña, lo que denominamos bilateralismo profundizado, una opción que tenía claramente desventajas frente a otras. No se optó por un cambio; la diversificación nos hubiese acercado más a una posición autonómica con fuerte inserción regional, o a la órbita norteamericana que también hubiese ayudado al país en el nuevo escenario mundial.

A estos problemas económicos se le sumaron los políticos, concretamente la política de neutralidad seguida en la Segunda Guerra Mundial que causó fuertes resquemores. Esta actitud marca la diferencia entre estar en la órbita británica o en la norteamericana, ya que la segunda no daba margen para opciones autonómicas de ningún tipo, cosa que la primera lo había tolerado.

La fuerte apuesta a un modelo poligonal de relacionamiento económico y la Tercera Posición desde lo político, sentaron las bases de una política autonomista que no estuvo exenta de criterios de inserción que produjeron cambios al promediar la gestión de Perón. Este modelo insinuado en Yrigoyen fue practicado desde la primera gestión peronista por los todos gobiernos democráticos con sus propias características hasta Menem.

La opción autonómica que se afirmó en 1945 se mostró hasta 1983 como absolutamente contrapuesta a la inserción. Los gobiernos civiles y democráticos optaron por las opciones autonómicas. Existen variantes como en el caso de la última etapa del gobierno de Perón en los cincuenta, y en la administración de Frondizi, que tienen la intención de acercarse a Estados Unidos pero manteniendo márgenes de maniobra.

Existe una relación entre el proceso de sustitución de importaciones a la cual el peronismo había sido funcional y la política exterior donde se había elegido una estrategia de relación bilateral.

Pero internacionalmente, mientras se llevaba a cabo esta estrategia, el mundo tendía hacia una mayor interrelación y una mayor interdependencia, por lo menos en el mundo occidental. Este proceso fue de la mano con la unificación de espacios económicos. No es así en nuestro caso, donde se privilegió una economía cerrada - se beneficiaron ciertos grupos económicos - y un tibio intento de unión aduanera.

Y además existe otro elemento: las cíclicas crisis que fue sufriendo la economía Argentina. Desde fines de la década del treinta, observamos que el agro transfería a la industria recursos para que ésta creciera, aunque nunca llegó a ser importante en las exportaciones porque sus precios no eran competitivos en el ámbito internacional. Esta situación y la falta de insumos básicos para ella generaban una vulnerabilidad de la estructura industrial que se potenciaba con cada crisis que sufriera el campo, repercutiendo en toda la economía del país. Esto se ve muy claramente en los años cincuenta y sesenta. Esas crisis pautaron además el desarrollo político. Cuando determinada crisis llegaba, se enrarecía el clima político, y si a esto le sumamos la exclusión del peronismo - por la proscripción durante las gestiones civiles y obviamente durante los militares - se incrementaba la fragilidad del sistema político.

Los cambios ocurridos a partir del golpe del 55 nos permiten cerrar una etapa más de la política exterior argentina. Observamos que los gobiernos militares apuestan fuertemente a una inserción acrítica, reflejando las tesis occidentalistas, y los civiles son propensos a aumentar los márgenes de autonomía basados en una fuerte presencia en la región.

El dato más importante de este período es el logro por la gestión de Illía de la Resolución 2065 que estableció un marco para la discusión de la soberanía por las Islas Malvinas que afirmaba la vocación argentina por resolver este diferendo.

Uno de los datos reveladores es que a pesar de haber mantenido la postura de no involucrarse en los conflictos extraños por considerarlos una intromisión en los asuntos internos del país, por lo menos desde Rosas hasta el régimen cívico-militar de 1962, se acompañó a Estados Unidos, por primera vez, llegando al paroxismo en la actual gestión.

En el período que media entre 1966 y 1983 observamos que los distintos posicionamientos ante los cambios de gobierno también se efectuaron dentro de los mismos gobiernos. Se pasó de furiosos alineamientos occidentalistas a los intentos más serios de autonomía, en lapsos sumamente breves. E incluso este alineamiento aparece en muchos casos ni siquiera acompañado por Estados Unidos; y en otros enfrentamiento con su agenda global, como en el último gobierno militar. Estos cambios implicaron oscilaciones muy amplias dentro de las posibilidades de nuestra política exterior, que aumentó el desprestigio de la misma y ahuyentó la inversión.

Toda esta confusa situación de marchas y contramarchas donde el enfrentamiento con Estados Unidos ya no tenía un sentido económico como en el pasado, y desde lo político no se podía percibir con claridad la situación, dificultan la continuación de una política de inserción.

También observamos cómo los supuestos geopolíticos llevaron a los gobiernos militares a perder en el equilibrio de poder regional lugares importantes, debido a variaciones no menos frecuentes.

Estos elementos encarnados en una cuestión de falso prestigio, una mala lectura de la realidad internacional, la reivindicación de un supuesto realismo, o "realismo ingenuo" - como lo denominó el mismo Escudé - son los elementos constitutivos de esta política exterior.

El fracaso de la aventura bélica en Malvinas puso punto final a los militares en el poder, dejando el lugar a los civiles para que éstos pudiesen conjugar un sistema político estable.

Mientras los gobiernos civiles intentaban establecer distintos lazos como la Unión Aduanera, la coordinación política, la cooperación, etc., los militares en función de las lógicas de poder se aislaban del contexto americano, encontrándose una correspondencia notable entre la pérdida de influencia y el aislamiento regional. El aislamiento con la región fue roto definitivamente tras la Guerra de Malvinas. La integración con Brasil reconoce su origen en 1985 con los tratados firmados por Sarney y Alfonsín; y finalmente se ha avanzado hacia otros países del área con la formación del Mercosur. La firma de estos acuerdos de integración, unión aduanera y mercado común marcan el fin de la tendencia hacia el aislamiento. Sus motivos son una estrategia para enfrentar la globalización y nos permite avanzar hacia un futuro más promisorio. Esta estrategia integrativa hoy no está exenta de tensiones externas entre sus miembros por la adecuación de políticas comunes, y también internas por la prioridad otorgada a la relación con Estados Unidos.

La búsqueda de equilibrio regional reconoce diversos momentos de tensiones y acuerdos pero el más interesante es en la gestión de Carlos Menem donde existe una fuerte apuesta, a través del alineamiento con Estados Unidos y la participación en las fuerzas de paz de Naciones Unidas para potenciar a la Argentina como referente regional, cosa que la propuesta de incorporar al país como aliado extra OTAN lograría. Pero este esquema se cae ante el levantamiento de la prohibición de venta de armas de los propios norteamericanos en la región, ya que se ha desatado una fuerte carrera armamentista de la cual el país no está en situación económica de afrontarla. También la propuesta de que Brasil ocupe un sillón permanente en el Consejo de Seguridad genera tensiones en el marco de América del Sur.

La política de Alfonsín de equilibrio entre la autonomía y la inserción mostró signos de agotamiento sobre el final de la gestión por motivos internos y externos pero también por los exiguos resultados frente a las expectativas que se tenían al principio.

La fórmula del imperialismo moral generó más expectativas y debates que resultados concretos. La transformación del Grupo Río tiene una importancia singular en el manejo de la política exterior hacia América Latina, dándole aquí un carácter selectivo. La aprobación de la propuesta papal dejó libre el camino de los problemas de frontera con Chile, restando sólo aquellos referidos a la demarcación. En el caso de Malvinas, el problema estaba congelado pero se lo mantenía en escena con la votación anual en Naciones Unidas.

La política autonómica se sustentaba en la afirmación del reconocimiento de nuestro país como occidental y no alineado, con cuatro puntos básicos: el mejoramiento de las relaciones con EE.UU., con Europa Occidental, la URSS y América Latina. En el primero de los puntos, pese a la asimetría planteada entre los aspectos políticos y económicos, se llegó a un buen puerto si tenemos en cuenta la situación inicial. La relación con Europa Occidental tenía al principio el carácter de una fuerte apuesta y terminó concluyendo con las no poco importantes cartas-acuerdos con Italia y España. La Unión Soviética apareció entonces como un elemento importante dada su participación en nuestro comercio exterior y permitió llegar a trascendentes acuerdos económicos, no sólo desde este punto de vista sino también desde el político.

En la relación con América Latina encontramos en la estrategia de integración selectiva un camino interesante, sobre todo a partir de la firma de los acuerdos Argentina-Brasil en 1985 y la formación del Grupo Río. Finalmente, el reclamo por un orden internacional más justo estuvo sujeto a las negociaciones de la Deuda Externa, a la estrategia de integración selectiva y a la cooperación Sur-Sur, como formas de enfrentar la diferencia entre los países subdesarrollados con los desarrollados.

También ha existido una tendencia hacia la multipolaridad de las relaciones internacionales argentinas. De no ser por los desatinos erráticos de los últimos 50 años, se hubiese permitido una inserción en un sentido amplio, y se hubiese ganado en autonomía.

Como dato positivo podemos decir que esta estrategia multipolar permitió hacer una combinación interesante entre la autonomía y la inserción, ya que los múltiples puntos de apoyo otorgaban márgenes de maniobra importantes.

Su contracara serán los signos claros de agotamiento en muchos de sus puntos básicos, como lo hemos señalado en la relación económica con Estados Unidos y los organismos financieros internacionales, el bajo perfil en Malvinas, etc. que hacían necesaria una renovación de las estrategias planteadas en este  ámbito.

Recién en 1983, los gobiernos civiles tuvieron la intención de acercarse a Estados Unidos, con sus propios matices diferenciales. Estos tienen que ver en cómo se interpreta la inserción; mientras que para los radicales la relación con Estados Unidos era una más, ante la opción europea y América Latina para el gobierno peronista de Menem es ésta la relación privilegiada. La gestión de Menem tiene la decisión política - como lo habían intentado los gobiernos militares, pero sin éxito - de insertar restringidamente al país: cosa que complica muchas iniciativas en otra dirección y restringe la capacidad de decisión del país.

El hecho de que la administración de Menem se prolongue por más de un período, y que todavía esté en curso, pone sobre nosotros dudas para hacer una evaluación sobre la misma, incluso cuando se perciben cambios a lo largo de la gestión. Aunque sea precariamente, queremos señalar algunos elementos sobre ella.

Lo primero que queremos resaltar es la opción por una política exterior esencialmente económica, ya que el país necesita mejorar su comercio exterior y las inversiones extranjeras para lograr el crecimiento. Pero si bien destacamos su importancia, ésta debe ser ponderada para que no llegue a afectar a otras áreas como la defensa, lo territorial y la capacidad de decisión.

Con respecto a la alineación con Estados Unidos, creemos que es ideológico y tiene que ver con la percepción de un mundo regido por esta nación. Los resultados económicos de estas políticas no muestran que el comercio exterior con Estados Unidos haya crecido proporcionalmente, sino todo lo contrario. En cuanto a las inversiones por país es el más importante, pero por región los europeos se llevan la posta. Desde el punto de vista político trajo consecuencias sobre las estrategias hacia otras áreas del mundo e incidentes sobre nuestro propio territorio, llegando a crear turbulencias en el más importante logro de esta gestión que es la formación de un mercado común con Paraguay, Brasil y Uruguay.

Otro punto es el carácter de inflexión de la actual gestión. Habría que ver si este concepto no es un punto más de los constantes vaivenes en nuestra relación con los EE.UU. y el mundo, o simplemente una precisión demasiado fuerte del famoso "giro realista" de la gestión radical; o incluso si no es un retorno a posiciones típicas de la historia argentina de este siglo: un espíritu "redundacional" que marcó cada cambio de gobierno. Tal vez la caracterización de inflexión esté relacionada con la llegada en algunos aspectos de esta política a puntos de no retorno.

El excesivo privilegio de la relación bilateral con Estados Unidos ha afectado la ecuación autonomía-inserción de forma que el primero de los términos prácticamente desaparece al hacer un uso pasivo de la misma, o como ya dijimos afectan otras áreas vitales como el proceso de integración regional.

La otra lectura es la capacidad de decisión que incluso en los casos de alineación más notorios (la Revolución Argentina, el Proceso Militar y la gestión de Menem) siempre tendieron a partir de una propia situación. Y aquí, y esto tal vez radique en el extremismo occidentalista como en el régimen de Onganía, o en el patético caso del Proceso Militar, o en algunas posturas de la actual gestión.

A pesar de ello la decisión de profundizar los acuerdos con Brasil y Uruguay, sumando a Paraguay en el Mercosur, son los aspectos más importantes ya que nos proporciona el ingreso más fluido de nuestros productos a estos mercados.

La integración regional como forma de romper el aislamiento ha sido desarrollada a partir del fin de los conflictos limítrofes y los de la Cuenca del Plata con Brasil. Existen dificultades con Chile que a pesar de los Acuerdos Alwyn-Menem de 1991, éstos están frenados en su último punto: la resolución del conflicto de los Hielos Continentales, donde se pretende una solución política. Este punto nos pone en contacto con el problema de la debilidad territorial en donde la Argentina había puestos límites a la expansión hacia el Atlántico de Chile con el Tratado de Paz y Amistad de 1984 e incluso había ganado en un fallo internacional en el caso de Laguna del Desierto, pero hoy ante la importancia dada al comercio y la integración de ese país se produce una caída de este aspecto.

Con Europa Occidental rescatamos los Acuerdos Marcos con la Comunidad Europea, ya que también abren nuevas puertas a nuestro comercio y facilitan las inversiones.

Los problemas limítrofes están afectados por la variable económica, tanto en el caso con Gran Bretaña como con Chile. En este punto, el gobierno debería ser más cuidadoso en el planeamiento de las estrategias a seguir.

Finalmente, cabría preguntarse si la tan mentada sobreactuación en el  ámbito internacional no es uno de los rasgos más característicos de la gestión, incluso dejando su pretendido realismo en un segundo plano.

En el año 1996 observamos que los dos elementos fuertes de la política erótica están fuertemente cuestionados. Tal vez éstos estén perdiendo el impulso inicial y empiecen a mostrar signos de agotamiento por los exiguos resultados obtenidos. Por eso pensamos que tal vez la realidad sea un marco adecuado para los excesos de un realismo - con un matiz erótico - que muestra las dificultades a la hora de obtener resultados concretos y positivos.

 

¿Tienen una respuesta los dilemas?

Hasta aquí nos hemos referido a cómo estos dilemas de la política exterior argentina se han desarrollado, pero ¿tienen una respuesta los dilemas? Estas políticas están determinadas por la evaluación de un escenario posible o probable. Dadas las características del Orden Mundial desde el fin de la guerra fría, creemos que la actual configuración del mundo puede ser un escenario similar al del Siglo XIX donde Inglaterra era un "primus inter pares" y hoy los Estados Unidos tendrían la delantera pero no la hegemonía; o tal vez podría ser un escenario similar al de los treinta - ya que lentamente muchas  reas del mundo (Europa Occidental, y el Sudeste asiático) les disputan su preponderancia.

Nuestra opción será nuestro acierto o nuestro error. La primera podría dar la razón a los arquitectos de los "giros copernicanos" de nuestra política exterior existiendo una diferencia: nuestras economías no son complementarias y en los rubros más importantes los norteamericanos arrastran problemas de fuerte proteccionismo. Pero cuidado, tampoco hay que seguir con la inercia de la oposición a Estados Unidos.

Por estos motivos hay que ser cautelosos en el diseño de la política exterior. Los conceptos como autonomía e inserción no son conceptos vacíos, tampoco valen mucho por sí solos. Es necesario que ambos converjan hacia una política que permita el desarrollo y el bienestar de la población.

Creemos que los marcos de la política exterior argentina surgen de la comparación de las dos últimas administraciones civiles que fijan los límites sobre los cuales se deberían desarrollar las futuras gestiones.

La bibliografía existente apunta a señalar distintos aspectos que diferencian a ambas administraciones. Mientras para Figari el marco internacional es determinante en las estrategias utilizadas, Miranda señala que el carácter distintivo está en los fundamentos de estas políticas.

En cambio Roberto Russell, señala las continuidades. Desde el principio de la gestión de Menem decía que "las modificaciones de la 'nueva' política exterior sean más 'epidémicas' que 'estructurales'." Siguiendo con esta línea argumental, en su trabajo reciente, Los ejes estructurantes de la política exterior argentina, dice que:

... quienes hoy cuestionan con cierta vehemencia algunos aspectos de la política exterior, si dejaran la silla de la "oposición" y pasaran a ocupar la silla "gobierno" harían... lo que está haciendo en materia de política exterior.

Nos da la sensación que Russell opta por otorgarle a toda esta política una legitimidad en su acción y no la analiza en el verdadero carácter distintivo, fundada en el marco internacional y en los distintos fundamentos de ambos. Las desavenencias sobre la actual gestión tienen que ver con cierto extremismo en la postulación de la política exterior demasiado cerca de la inserción y lejos de la autonomía.

Esta visión cae en el "efecto de continuidad" caracterizado por Roberto Miranda, para quien el problema tiene que ver con:

... el grado de acentuación puesta en la metodología del pragmatismo, que hace que una política dependa en mayor o menor medida de la valoración del contexto en busca de los elementos para la solución de problemas que de otra forma - sobre el gobierno- parecen irreductibles.

Es decir el efecto de continuidad lo podemos sostener con el hecho de que el esqueleto de ambas políticas exteriores es el mismo desde el punto de vista que ambos privilegiaron la integración con la región, la política de acercamiento con los Estados Unidos y Europa Occidental.

Figari en un libro reciente, encuentra una unidad en todo el período que se inicia en 1983 basado en "la elección de una continuidad de objetos" que marcan "una elección crucial: el dilema autonomía-dependencia" que los diferencia. Desde la restauración democrática, trata a las políticas exteriores en los tiempos de Alfonsín y Menem, a partir de un interesante juego de equilibrios para explicarla, donde tiende a compensarse y romperse para entrar en otros nuevos. La continuidad la encuentra en "la elección de los Estados o regiones con quienes la Argentina debe relacionarse desde 1983 hasta el presente." Se encuentran Europa Occidental, Estados Unidos y América latina con matices propios en cada gestión. Existe un "cambio de actitud" entre ambos gobernantes. Mientras:

... Alfonsín quiso llevar a cabo una política de autonomía ingenua quizás, que fue frenada por las fuerzas de las tareas internacionales... (aunque)... esta actitud autonómica no constituyó ningún inconveniente para que reconociera una realidad insoslayable no comprendida en el pasado: con los Estados Unidos debían existir relaciones maduras.

En cambio:

... Menem no sólo aceptó la dependencia de hecho, sino que también reflotó la persistente mentalidad dependiente, con una alineamiento a ultranza con respecto a Estados Unidos.

Con esta apreciación lo que pone en evidencia son las actitudes ante el dilema. Estas, según Figari, se encuentran en la política exterior argentina:

... sobre la cuestión autonomismo o mentalidad dependiente, que constituye la elección de una estrategia que resulta vital para el destino futuro del país, su crecimiento y su inserción internacional.

Otro dato significativo de las gestiones es la fuerte apuesta a la región con la integración que más allá de las diferencias existentes entre ambas es un espacio que garantiza un mejor futuro para la inserción del país como así también la búsqueda de soluciones pacíficas a los últimos conflictos limítrofes pendientes.

Estas gestiones se han caracterizado por momentos de euforia y decepción, pero de lo que podemos estar seguros es del gran debate público y académico que han generado estas cuestiones. Producto del crecimiento de las disciplinas que abarcan estas temáticas y del marco político que sólo permite la democracia, estos debates no sólo permiten el lucimiento de políticos y académicos, sino también formas de control social de las estrategias implementadas por estos gobiernos democráticos. Este aspecto no es para nada despreciable, teniendo en cuenta los oscuros períodos de la historia argentina desde 1930.

La estabilidad institucional también aporta un rasgo de previsibilidad de estas políticas, cosa que tampoco es desdeñable si tenemos en cuenta esa historia. Este elemento mejora nuestras posibilidades de inserción en el mundo.

Mucho se ha discutido sobre las influencias idealistas de la gestión de Alfonsín y del realismo de la de Menem. Creemos que es una discusión vana, sobre todo si a la primera le sumamos el valor autonomía y el de la inserción al segundo, ya que ambas tuvieron costos, sea por cuestiones de principios o por un pragmatismo ingenuo.

Los problemas del realismo o pragmatismo son confundir los intereses estratégicos de la potencia hegemónica con los de la nación periférica, que obviamente no pueden ser los mismos, más si a esto le sumamos el hecho de que esta "subordinación autoimpuesta" opera como una seria limitación de la autonomía al relegar los propios intereses por los de la potencia. Creemos que existe en ello un error conceptual al no ver a la autonomía y a la inserción como conceptos complementarios y no excluyentes. La delicada ecuación entre la autonomía y la inserción debe ser preservada.

La disyuntiva para Figari no ha sido saldada o se esconde en refugios de una lógica que se muestra irreversible, por un cierto discurso académico con pretensiones hegemónicas. Para reforzar su posición el autor hace un llamamiento a todos, cuando concluye que:

... somos los argentinos los responsables de responder a este dilema, un dilema que lo tenemos que resolver en forma conjunta. Lo que está en juego es la elección entre las antítesis liberación o esclavitud. Todo depende de cual consideremos que es el mejor sistema de vida. La experiencia de la historia nos indica que hay respuesta en los dos sentidos.

Lo que Figari intenta restaurar es la discusión de un paradigma que parecía condenado a desaparecer - el de la autonomía -, que había sido reemplazada a fines de los ochenta y sobre todo en los noventa por el de la inserción. Pero debemos cuidar que esta restauración no sea un mero retorno de las viejas fórmulas del pasado, sino una actualizada y puesta a punto para los tiempos actuales. Nuestro esfuerzo tiene que tener como objeto que la inserción en un sentido amplio nos garantice la acumulación de autonomía y no a la inversa. Esta decisión está en nosotros, acercándonos a esquemas multipolares que permitan adecuarse al mundo actual.

Los impulsores del giro copernicano sostienen que la política exterior ha cambiado en los últimos nueve años de manera tajante, pero en realidad muchos cambios se originaron antes. Es necesaria una correspondencia entre nuestro esquema de inserción económica y política en el mundo; pero también debemos fijar cuál es nuestro rol, que no puede limitarse a acompañar ciegamente a la potencia hegemónica porque sus objetivos no son los mismos que los nuestros.

Hasta aquí hemos querido dar cuenta del estado en el que se encuentran los dilemas de nuestra política exterior. Si nos piden una definición, diremos que es necesario encontrar un equilibrio lejos de la ingenuidad pero cerca de un análisis racional, coherente entre ambos términos (no como hoy, que dicha ecuación se encuentra desequilibrada). Confiamos en que por agotamiento, por el debate público o por una agudeza en la percepción, se reencaucen los márgenes de maniobra para ganar capacidad de decisión para que el mundo sea una oportunidad para la Argentina y no sólamente a la inversa.