Acción racional, conflicto y seguridad colectiva en la posguerra fría
QUINTA PARTE
LA RACIONALIDAD DE LA ACCION DE LOS ACTORES INTERNACIONALES
EN LA SOCIEDAD INTERNACIONAL DE LA POSGUERRA FRIA
9- Modernidad, posmodernidad y realismo utópico.
9.1- Introducción.
Las primeras dos partes de este trabajo están orientadas al desarrollo de un modelo interpretativo de la acción de los actores internacionales y su racionalidad. Por su lado, la tercera y cuarta partes constituyen una aplicación del modelo a la investigación de los objetivos tercero y cuarto. Dicha aplicación me ha permitido desarrollar un punto de vista original acerca de la lógica de la cooperación que reconoce tres fases, la que va de la racionalidad estratégica al conflicto, la que va del conflicto a la cooperación y la que va de la cooperación a la racionalidad moral. Es decir, en la tercera y cuarta partes se traza un camino que parte del ser del conflicto para tratar de describir el deber ser de la cooperación. Falta resolver, sin embargo, un último interrogante: ¿Por qué, habiéndose negado hasta ahora, las potencias habrían de avenirse a dejar de lado el ser conflictivo del balance de poderes para pasar al deber ser cooperativo de la seguridad colectiva? En esta quinta parte, a la luz tanto de mi modelo como de las conclusiones obtenidas en la tercera y la cuarta, se intentará mostrar que ello es posible merced a las características propias de la posmodernidad en general y de la posguerra fría en particular. Por lo tanto, se empezará con una caracterización de la posmodernidad y de la posguerra fría a partir de la cual se pasarán a deducir las oportunidades ofrecidas y también los peligros que de ellas se deducen para la seguridad colectiva y en dirección a una sociedad internacional más racional.
9.2- Modernidad y posmodernidad.
Existen dos maneras básicas de definir a la posmodernidad: como negación o como recuperación de los valores de la modernidad, como punto final o como punto de inflexión, como quiebre o como prolongación, como proceso separado o como consecuencia interna de la modernidad. Ambos enfoques, a pesar de sus diferencias, tienen en común el hecho de apoyarse sobre un conjunto de postulados compartidos por toda la "reacción posmoderna", entre los cuales resaltan los siguientes:
- Crítica a la razón moderna, especialmente a sus formas dogmáticas y a sus exacerbaciones totalizantes y uniformadoras.
- Rechazo al discurso logocéntrico, a la capacidad de los grandes paradigmas, ideologías o metarrelatos para la explicación de la historia.
- Cuestionamiento de la idea de progreso y de la posibilidad de vanguardias ilustradas.
- Fragmentación de la sociedad ideológica, uniformizadora, dirigista y tecnocrática a través de un proceso de personalización en el que predominan la expresión individual, la libertad de elección y la diferenciación.
- Reivindicación del sujeto como agente privado que se afirma a través de la expresión de sus preferencias y la materialización de sus opciones. Prioridad de la esfera privada sobre la pública.
- Búsqueda de un mayor equilibrio entre idea y experiencia, entre la razón y la práctica. Revalorización de la filosofía práctica en general y de la hermenéutica (el "arte de la interpretación") en particular.
- Primacía de lo cualitativo sobre la aspiración a tener "más de lo mismo", legitimación de las diferencias y valorización de lo personal, específico o local.
- La cultura posmoderna "rechaza los textos, programas y códigos conclusos y omnicomprensivos: representa la crisis del relato y la liberación del sujeto. Es heterogénea, multidireccional y policéntrica. Por ser personalista es también contradictoria: es a la vez vanguardista y nostálgica, indiferente y selectiva, insatisfecha y saciada, solidaria y anárquica, ecológica y consumista, materialista y psicológica, sofisticada y espontánea, seductora y discreta, aficionada a la cultura a la carta pero también a los grandes espectáculos" (Tomassini 1991:30).
Sobre la base de este diagnóstico, la caracterización particular de cada perspectiva, así como la de los enfoques que toman elementos de las dos, dependerá tanto de la visión de la modernidad a la que cada una se refiera como de los valores y dominio de especialización de cada autor. En el terreno de las relaciones internacionales, la corriente que ve a la posmodernidad como quiebre con la modernidad puede ser ejemplificada a partir del análisis de Tomassini (1991). Este autor, tomando como punto de partida la anterior descripción de la posmodernidad y coincidiendo con aspectos del enfoque de la interdependencia, lleva a cabo una crítica a la escuela clásica-realista de las relaciones internacionales a partir de la cual sostiene la necesidad de una nueva perspectiva que:
1) No considere al sistema internacional a partir del modelo de Estado como actor racional, sino como fruto de una constante interacción entre diferentes prácticas y fuerzas.
2) Cuestione la subordinación de la práctica a la teoría y valorice la interacción entre ambos términos.
3) Amplíe la descripción del sistema internacional permitiendo enriquecer su agenda y reconocer su dinámica, desdibujando las fronteras entre el ámbito interno y el internacional, entre la "alta" y la "baja" política exterior, y entre lo público y lo privado.
4) Permita no sólo comprender los procesos de cambio y de crisis del sistema internacional, sino hacer de ellos un elemento central de ese sistema.
5) Rechace la pretendida necesidad de una presencia hegemónica global como garantía de funcionamiento del sistema.
Para llevar a cabo este programa "es necesario reestructurar el sistema cognitivo heredado por los clásicos y reformulado por los neorrealistas", recurriendo a la epistemología postestructuralista. A partir de esta toma de posición, sumada a su rechazo total al paradigma clásico, al modelo de Estado como actor racional y al "iluminismo" racionalista de la modernidad, Tomassini se ubica en la referida línea de autores que, como Lyotard y Vattimo, ven a la posmodernidad como un quiebre con la modernidad.
La aproximación postestructuralista al conocimiento de la realidad se basa en la deconstrucción y la hermenéutica. La deconstrucción supone que nuestra perspectiva de la realidad depende de imágenes previas y prejuiciosas de las cosas, seleccionadas mediante un proceso ideológico de desplazamiento o subordinación de otras imágenes que podrían haber servido para construir una visión alternativa. En ese sentido, el proceso de deconstrucción busca revelar cómo se seleccionan esas imágenes, lo que equivale a desideologizarlas, restando validez a los grandes relatos y valorizando los elementos fragmentarios, transitorios y contingentes de que la trama social está hecha realmente. Por su parte, la hermenéutica (el "arte de la interpretación") centra su atención en lo nuevo, singular, fragmentario y efímero como expresión de lo universal y permanente, en la intuición del sentido del todo a través del significado de sus partes, intentando constituirse en una alternativa válida para acceder al conocimiento de las cosas, las ideas, los valores, las instituciones y las acciones que definen el mundo y la sociedad contemporáneos. Según Tomassini, la crisis de los grandes relatos hace necesario reivindicar el significado de espacios considerados marginales desde una óptica convencional y que reflejan una creciente fragmentación de la realidad internacional, incluyendo "agendas y actores mucho más diferenciados que los que predominaron en el pasado, así como una visión más amplia, más pluralista y ecléctica del universo de prácticas a través de las cuales se desarrolla la vida internacional, y una concepción de poder mucho más diferenciada" (Tomassini 1991:61). En ese sentido, las perspectivas epistemológicas de la posmodernidad (la deconstrucción y la hermenéutica) comenzarían a ejercer su influencia en los estudios internacionales tendiendo "a disolver las categorías racionalistas, universales y unívocas en que se basan sus análisis, y a relativizarlos y fragmentarlos en una pluralidad de fenómenos en que todo es válido o, como dice Paul Feyerabend, "cualquier cosa funciona"" (Tomassini 1991:63).
Así, la epistemología posmoderna, privilegiando lo particular, lo específico, lo efímero, lo fortuito o lo propio de los agentes por sobre el sistema en su conjunto, poniendo de relieve la historicidad de las relaciones internacionales, la pluralidad de situaciones que éstas presentan, su sujeción al cambio y la relevancia de los temas emergentes, y subrayando la diversidad de actores, problemas y elementos que intervienen en la escena internacional, permitiría iluminar mejor y en forma más flexible la realidad internacional que los modelos globales, sistémicos y conclusos adoptados por los enfoques basados en la soberanía del agente racional. Tomassini (1991:81) concluye que la "tendencia hacia la fragmentación de la política mundial, la diversificación de la agenda internacional y la incorporación a ella de numerosos temas dotados de una gravitación propia, que antes no formaban parte de la "alta política", implican el fin del mundo jerarquizado de Estados monolíticos exclusivamente ocupados de garantizar su seguridad mediante la acumulación y el uso de recursos de poder que defendió la teoría clásica".
¿Qué debe decirse, desde mi perspectiva, acerca de lo tratado en todo este punto?
En primera instancia, no tengo nada en contra de los planteos fundamentales de la reacción posmoderna planteados al principio. También reconoceré los elementos que a juicio de ese autor deben ser tenidos en cuenta en una nueva perspectiva de las relaciones internacionales y que he numerado de 1 a 5.
Sin embargo, y como podría ya suponerse, me opondré a su crítica al realismo, a su rechazo al modelo de Estado como actor racional y a su apresurado e injustificado reemplazo por la epistemología postestructuralista. Creo que si bien sus intenciones y críticas al realismo clásico son dignas de ser tenidas en cuenta, éstas no alcanzan para refutar al modelo de Estado como actor racional ni para desplazar al realismo, que puede ser criticado y mejorado sin renunciar a la racionalidad y sin falsear a la realidad. En ese sentido, tanto la deconstrucción como la hermenéutica resultan elementos útiles a la crítica mientras no conduzcan al relativismo, a la irracionalidad y a la justificación de que todo es válido o de que "cualquier cosa funciona". Una cosa es la justificación del "vale todo" en el arte, allí donde la pura subjetividad y la relatividad moldean la acción expresiva con independencia de la racionalidad, otra cosa es deducir un comportamiento no racional de los actores internacionales o la aceptación, por ejemplo, de violaciones de los derechos humanos llevadas a cabo en nombre de costumbres particulares o de factores histórico-culturales. La deconstrucción y la hermenéutica no son incompatibles con la racionalidad, de hecho mi enfoque constituye una deconstrucción y una interpretación hermenéutica (una filosofía práctica) de los elementos y conceptos inherentes a la acción racional. Se puede criticar al realismo, incluso desde la epistemología posmoderna, sin renunciar al fructífero modelo que supone que el Estado y a los demás actores internacionales actúan pretendiendo ser racionales, modelo que a pesar de sus críticas y correcciones ha sabido resistir a sus refutadores a raíz de su capacidad explicativa. Tomassini no ofrece una alternativa a su rechazo del modelo de Estado como actor racional, ya que su apelación a la epistemología postestructuralista no alcanza por sí sola para llevar a cabo su objetivo de explicar la compleja dinámica de la sociedad internacional a partir de la interpretación fragmentada de la práctica. Así, mientras este autor señala tres características del neorrealismo (el modelo del Estado como actor racional, el utilitarismo racionalista en desmedro de lo colectivo y lo histórico, y el positivismo) como a las culpables de su fracaso interpretativo y de su consecuente refutación, mi esquema, manteniendo el supuesto de racionalidad y considerando la cuantificación estratégica de manera metodológica (y sólo en el terreno estratégico), permite una interpretación de los fenómenos colectivos que toma en cuenta las circunstancias históricas de la acción colectiva sin caer en una posición positivista sino tomando a la teoría como a una serie de conjeturas sujetas a refutación práctica.
El poner de manifiesto el surgimiento de nuevos actores y factores no analizados por los clásicos y que caracterizan a la sociedad internacional de la posguerra fría no resulta suficiente para refutar el modelo del Estado (actor internacional) como agente, ya que la práctica muestra que dichos nuevos agentes (económicos, sociales, intelectuales) no se desempeñan de manera irracional o emotiva, sino de la manera descripta por mi modelo, tratando de modificar racionalmente su situación subjetiva, procurando llevar a cabo acciones e interacciones objetivamente correctas. Sin renunciar al supuesto de racionalidad, mi modelo permite explicar el cambio, la conducta de los nuevos y tradicionales actores internacionales, las tensiones internas inherentes al proceso de toma de decisiones, así como la importancia de la historia en la definición de la situación de elección y en la refutación en la práctica de conjeturas equivocadas. Como se dijo, si bien a menudo los agentes se conducen de manera irracional y emocional, el presupuesto de racionalidad resulta provechoso para cualquier teoría acerca de los fenómenos sociales. El mismo Tomassini define a la política exterior de un Estado como a la elección del curso de acción más "apropiado". Un simple análisis del término "apropiado" lleva a preguntarse su significado para el o los agentes decisores de la política exterior, lo que conduce directamente al tratamiento de la racionalidad.
En virtud de las anteriores críticas a la postura expresada por Tomassini, extensibles en general a la consideración de la modernidad como punto de quiebre con la modernidad, preferiré tomar partido por la segunda de las líneas mencionadas al principio de este punto, aquélla que considera a la posmodernidad como un proceso interno y consecuente con la modernidad, como una prolongación de la crítica a la razón presente en la mayoría de los autores modernos desde Kant hasta Nietzsche. La reacción posmoderna adquiere relevancia no como rechazo a la razón o de la ética, sino como cuestionamiento a los elementos ideológicos o dogmáticos que suelen escudarse tras de ella. Así, tanto la teoría de la elección racional como mi modelo apelan a un racionalismo crítico moderado que intenta, con la ayuda incluso de la epistemología posmoderna, interpretar las formas de la acción irracional, entre ellas la que precisamente he denominado dogmatismo.
Se trata por lo tanto de hacer una crítica constructiva de la razón y la racionalidad, dirección por la que ha avanzado mi trabajo. En ese sentido y llegado este punto, resultará de sumo interés considerar los aspectos centrales analizados por Giddens (1990), autor que al igual que Habermas (aunque con fuertes discrepancias), pertenece a la línea que entiende a la posmodernidad como consecuencia de la modernidad (de ahí el título de su libro al que se refiere el siguiente punto).
9.3- Las consecuencias de la modernidad.
Se ha visto en el punto anterior cómo los autores de la "línea" de Lyotard y Vattimo ven en la crisis de los grandes relatos el origen de una pluralidad de heterogéneas pretensiones al conocimiento, entre las cuales la ciencia no tiene un lugar privilegiado. Tales pretensiones, en particular las de la epistemología postestructuralista, tenderían a disolver las categorías racionalistas , universales y unívocas en que se basan los análisis modernos, y a relativizarlos y fragmentarlos en una pluralidad de fenómenos. Frente a esta posición, la respuesta standard de Habermas (1985) y otros consiste en procurar demostrar que es posible una epistemología coherente y que se puede lograr un conocimiento generalizable de la vida social. Sin polemizar con dicho intento, Giddens (1990) toma otro camino, el del análisis de la naturaleza de las instituciones modernas, edificando su visión de la posmodernidad sobre la manera en que éstas son conceptualizadas. Giddens destaca cuatro dimensiones fundamentales características de la modernidad, a la que define inicial y provisoriamente como el conjunto de modos de vida y organización social surgidos en Europa a partir del siglo XVII y extendidos más tarde a nivel global:
I) El capitalismo, entendido como el sistema de producción de mercancías centrado en la relación entre el capital privado y la mano de obra asalariada, que implica la acumulación de capital en el contexto de mercados competitivos de trabajo y productos, y el aislamiento de lo económico de lo político.
II) El industrialismo, caracterizado por el uso de la maquinaria y de fuentes inanimadas de energía material en el proceso de producción y de transformación de la naturaleza.
III) El estado nacional, en tanto sistema administrativo que ejerce la vigilancia territorial y el control coordinado de los recursos sociales y económicos. "Los estados nacionales concentraron el poder administrativo mucho más eficazmente que los estados tradicionales y, consecuentemente, hasta estados muy pequeños fueron capaces de movilizar recursos sociales y económicos más allá de los disponibles por los sistemas premodernos"(Giddens 1990: 66).
IV) El poder militar, definido como el control monopólico de los medios de violencia dentro de precisas fronteras nacionales ejercido por el estado moderno (a diferencia de los premodernos) en el contexto de la industrialización de la guerra.
Detrás de estas dimensiones institucionales se encuentran las que Giddens caracteriza como las tres fuentes del dinamismo de la modernidad, sin las cuales el desprendimiento de los órdenes tradicionales premodernos no habría sucedido de manera tan radical y rápida a nivel mundial:
a) La separación entre tiempo y espacio. Según Giddens, la estimación del tiempo que configuraba la base de la vida cotidiana de las culturas premodernas, vinculaba siempre el tiempo con el espacio y era normalmente imprecisa y variable. El "cuando" estuvo casi universalmente conectado al "donde" hasta que la popularización de la invención del reloj mecánico determinó la uniformidad de la medida y, en consecuencia, de la organización social del tiempo.
b) El desanclaje. La separación entre tiempo y espacio fue la condición que permitió el proceso de desanclaje, es decir el "despegar" de las relaciones sociales de sus contextos localizados de interacción y su reestructuración a través de enormes distancias entre tiempo y espacio, es decir, en intervalos espacio-temporales indefinidos. Giddens distingue dos tipos de mecanismos de desanclaje intrínsecamente implicados en el desarrollo de las instituciones sociales modernas: la creación de "señales simbólicas" (medios de intercambio interpersonales independientes de los individuos que los manejan, por ejemplo el dinero) y el establecimiento de "sistemas expertos" (sistemas de logros técnicos o de experiencia profesional organizadores de grandes áreas del entorno material y social). Los mecanismos de desanclaje descansan sobre la noción de "fiabilidad". Por fiabilidad Giddens entiende una forma de confianza en una persona o sistema, por lo que respecta a un conjunto de resultados o acontecimientos, expresando en esa confianza cierta fe en la probidad de otra persona o en la corrección de principios abstractos (conocimiento técnico). Aunque desconoce la forma en que se elaboran y funcionan, el hombre moderno confía en las señales simbólicas (en el valor de uso conferido al dinero por ejemplo) y en los innumerables sistemas expertos con los que interactúa (automóviles, sistemas de telecomunicaciones). "La naturaleza de las instituciones modernas está profundamente ligada con los mecanismos de fiabilidad en los sistemas abstractos, especialmente en lo que respecta a la fiabilidad en los sistemas expertos" (Giddens 1990:84).
c) La índole reflexiva de la modernidad. El carácter tomado por la reflexión en la modernidad constituye su aspecto más influyente. "La reflexión es una característica definitoria de la acción humana. Todos los seres humanos se mantienen rutinariamente en contacto con los fundamentos de lo que hacen, como elemento esencial del mismo hacer" (Giddens 1990:45). Este "control reflexivo de la acción" no es sino un control consistente, "que nunca descansa", de la conducta y sus contextos. Con el advenimiento de la modernidad, la reflexión es introducida en la misma base del sistema de manera que pensamiento y acción pasan a ser constantemente refractados el uno sobre el otro. La rutina de la vida cotidiana y la tradición quedan a salvo sólo si pueden ser defendidas a la luz de los nuevos conocimientos. En todas las culturas las prácticas sociales son alteradas en virtud de los nuevos conocimientos de que se nutren, "pero sólo en la era de la modernidad se radicaliza la revisión de la convención para (en principio) aplicarla a todos los aspectos de la vida humana, incluyendo la intervención tecnológica en el mundo material" (Giddens 1990:46). Lo característico de la modernidad es la presunción de reflexión general, que incluye la reflexión sobre la naturaleza de la misma reflexión. "Cuando las pretensiones de la razón reemplazaron a aquéllas de la tradición, parecían ofrecer una sensación de certidumbre mayor que la que proporcionaba el dogma preexistente. Pero esta idea sólo logra ser convincente si no reconocemos que la reflexión de la modernidad, de hecho, derriba la razón, siempre que se entienda por razón la obtención de un conocimiento cierto. (...) Nos encontramos en un mundo totalmente constituido a través del conocimiento aplicado reflexivamente, pero en donde al mismo tiempo nunca podemos estar seguros de que no será revisado algún elemento dado de ese conocimiento" (Giddens 1990:47). La idea de la razón providencial coincidió con el auge del dominio europeo y de su pretensión de sentar bases que proporcionaran seguridad ofreciendo la emancipación del dogma de la tradición. Sin embargo, las semillas del nihilismo, sostiene Giddens, estuvieron desde un principio en el pensamiento ilustrado, ya que aunque la razón quede liberada, ningún conocimiento puede descansar sobre una fundamentación incuestionable, dado que recaería en el dogma y se separaría de la esfera de la razón que determina su validez. Frente al dogma, la modernidad implica la institucionalización de la duda. Todas estas afirmaciones respaldan tanto la interpretación de Popper de la ciencia como conjunto de hipótesis conjeturales expuestas permanentemente a la refutación, así como mi modelo silogístico de la acción que, inspirado en dicha interpretación, describe la aceptación conjetural y la refutación práctica de hipótesis de acción.
Otro aspecto característico de la modernidad es su mundialización. La modernidad no es una civilización entre otras, la decadencia del dominio de Occidente sobre el resto del mundo no resulta de la disminución del impacto de sus dimensiones institucionales sino de su extensión mundial. La modernidad constituye un proyecto occidental pero "es universalizadora no sólo en términos de su impacto global, sino en términos del conocimiento reflexivo fundamental a su carácter dinámico" (Giddens 1990:163). Como se ha adelantado en otras partes de este trabajo, el compromiso con la argumentación discursiva, ampliamente aceptado como consecuencia de la difusión global de la reflexividad moderna, implica criterios lógicos universales que superan las diferenciaciones culturales. Giddens señala la existencia de cuatro dimensiones del proceso de mundialización o globalización moderno, correlativas con las dimensiones institucionales de la modernidad a las que me he referido:
I) La economía capitalista mundial. Los principales centros de poder en la economía mundial son estados capitalistas en los que la empresa económica capitalista constituye la principal forma de producción. En particular la libertad y el poder con los que las corporaciones transnacionales cuentan para desarrollar sus intereses y actividades hace posible la extensión global de su influencia y, en consecuencia, de la de los mercados de productos, incluidos los mercados monetarios.
II) El industrialismo mundial. Sus aspectos más relevantes son la expansión de la división mundial del trabajo, incluyendo las diferenciaciones entre las regiones del mundo más y menos industrializadas, y la creciente aceleración de la interdependencia económica mundial. La difusión del industrialismo y su maquinaria tecnológica ha tenido un fuerte impacto no sólo en el ámbito de la producción, sino también en muchos aspectos de la vida cotidiana. Debido a que uno de sus más importantes efectos ha sido la transformación de las tecnologías de comunicación, el industrialismo ha condicionado nuestra conciencia de vivir en "un solo mundo" profundizando la mundialización cultural iniciada con la invención de la imprenta. Las tecnologías mecanizadas de comunicación han influido profundamente en todos los aspectos de la mundialización constituyéndose en un elemento esencial de la reflexividad de la modernidad y del progresivo surgimiento de una "aldea global" sobre el compartimentado mundo tradicional.
III) El sistema de estados nacionales. La noción de soberanía territorial, unida al establecimiento de límites entre los estados, participa de la reflexividad característica de la modernidad en su conjunto (un estado se reconoce frente a los demás) constituyendo "uno de los principales factores que distinguen al sistema de estados nacionales de los sistemas de otros estados premodernos en los que existían pocas relaciones de esta clase ordenadas reflexivamente, y donde la noción de "relaciones internacionales" no tenía ningún sentido" (Giddens 1990:75). Las teorías de las relaciones internacionales sólo son aplicables a los estados nacionales modernos en los que existe mucha más concentración de poder administrativo que la que existió en sus precursores premodernos, acerca de los cuales carece de sentido hablar de "gobiernos" que hayan negociado en nombre de sus naciones. Giddens toma citas de Morgenthau y acepta en general los supuestos del paradigma clásico-realista, en especial el modelo de Estado como actor racional, de manera que sus apreciaciones pueden acoplarse sin problemas a mi interpretación de la sociedad internacional.
IV) El orden militar mundial. El hecho de que la mayoría de los países mantengan una reserva de armamentos tecnológicamente avanzados y hayan modernizado sus fuerzas armadas pone de manifiesto el grado en que la industrialización de la guerra ha llevado a la mundialización del poder militar. Tal mundialización concierne también a las alianzas entre las fuerzas armadas de los distintos países y al carácter global que han adquirido los conflictos a partir de las dos guerras mundiales, especialmente desde el surgimiento del armamento nuclear y del orden mundial por el equilibrio del terror que, aunque ha suavizado sus rasgos en la posguerra fría, subsiste de manera latente resistiéndose a desaparecer.
Se tiene entonces que la modernidad aparece a partir de tres fuentes dinámicas (la separación entre el tiempo y el espacio, el desanclaje y la reflexividad) que favorecen el surgimiento de cuatro dimensiones institucionales características (el capitalismo, el industrialismo, el estado nacional y el poder militar) que en base a ese dinamismo se mundializan dialécticamente, transformándose a medida en que aumenta su influencia global y extendiéndose según cuatro direcciones (la economía capitalista mundial, el industrialismo mundial, el sistema de estados nacionales y el poder militar mundial). Es sobre esta caracterización de la modernidad que Giddens construye su posición respecto a la posmodernidad. Para dicho autor, no estamos entrando en un período que quiebre con la modernidad sino que nos trasladamos a uno en el que sus consecuencias se están radicalizando y universalizando como nunca. Así, mientras los autores de la línea de Lyotard definen a la posmodernidad como el final de la epistemología, del individuo y de la ética, tomando al "yo" como disuelto por la fragmentación de la experiencia, Giddens observa en ella transformaciones que van "más allá" de las instituciones de la modernidad y que hacen posibles activos procesos de reflexión y autoidentidad. Desde esta perspectiva, las pretensiones de verdad no son vistas como históricas o contextualizadas sino que se señala la relevancia de sus rasgos universales en tiempos de supremacía de problemas de índole global. La visión de una modernidad radicalizada resulta inquietante y significativa, ya que sus rasgos característicos (la disolución del evolucionismo, el reconocimiento de su reflexividad constitutiva y la evaporación de la privilegiada posición de Occidente) conducen a un nuevo y perturbador universo de experiencia. Se trata de un período de "alta modernidad" en el que la reflexión permite descubrir "que nada puede saberse con certeza, dado que los preexistentes "fundamentos" de la epistemología han demostrado no ser indefectibles, que la "historia" está desprovista de teleología, que en consecuencia ninguna visión de "progreso" puede ser defendida convincentemente, y que se presenta una nueva agenda social y política con una creciente importancia de las preocupaciones ecológicas y quizás, en general, de nuevos movimientos sociales" (Giddens 1990:52).
Hay que aclarar aquí que Giddens distingue el término posmodernidad del de posmodernismo. El segundo "si es que quiere decir algo" se refiere a estilos o movimientos de la literatura, las artes plásticas y la arquitectura, concerniendo a aspectos de reflexión estética sobre la naturaleza de la modernidad. La posmodernidad se refiere a algo diferente, a un proceso que profundiza el alejamiento de la premodernidad a partir de la radicalización del tipo de organización social de la modernidad. El posmodernismo puede expresar la conciencia de esta transición, pero no explica su existencia.
Dentro del contexto de la posmodernidad y en relación con las cuatro dimensiones institucionales planteadas, Giddens encuentra tendencias importantes y optimistas factibles de ser concretadas:
I) Redistribución global de la riqueza entre países y regiones, en el marco de un sistema económico post-escasez globalmente coordinado en el que la acumulación capitalista y el crecimiento económico constante sirva para mejorar la calidad de vida de la mayoría de los habitantes del planeta.
II) Humanización de la tecnología, en particular en relación al impacto del desarrollo científico en el medio ambiente puesta de manifiesto constantemente por los movimientos ecológicos. Dado que el problema ecológico tiene un carácter global, también deberán tener alcance mundial las formas de minimización de sus riesgos.
III) Orden político global más coordinado. La progresiva mundialización obliga a los estados a colaborar en cuestiones que antes hubieran tratado de manejar separadamente. Sin embargo, no debe subestimarse, como ha ocurrido, el grado de autonomía soberana de los estados nacionales. El "gobierno mundial" implicaría la formación de políticas globales de cooperación entre estados y de estrategias cooperativas para resolver conflictos, pero no la formación de un superestado con una forma de gobierno semejante al mandato universal del estado nacional. "Las tendencias en este plano aparecen fuertes y claras" (Giddens 1990:157).
IV) Trascendencia de la guerra y desmilitarización. A pesar de que los gastos militares globales y la aplicación de tecnología a la producción de armamentos se mantiene sin disminuir, no debe descartarse la proyección de un mundo sin guerra. En un planeta en el que la difusión del armamento industrializado ha bloqueado la agresión mutua por temor a la destrucción masiva, en el que las fronteras nacionales han sido ya casi completamente fijadas, en el que el agrandamiento territorial ha perdido el significado que tuvo una vez y en el que aumenta la interdependencia con el incremento de situaciones en las que intereses similares son compartidos por todos los estados, "imaginar un mundo sin guerra es ciertamente utópico, pero de ninguna manera carece del todo de realismo" (Giddens 1990:158).
Las tendencias inmanentes señaladas aquí son sólo eso, tendencias en absoluto necesarias en tanto estén sujetas a grandes peligros también inherentes a las consecuencias de la modernidad. La modernidad es un fenómeno de doble filo. Por un lado, el desarrollo y globalización de las instituciones modernas han creado oportunidades mucho mayores para una vida más segura y recompensada que en los tiempos premodernos. Por el otro, la modernidad exhibe un costado sombrío que se ha puesto de manifiesto en este siglo a partir de terribles experiencias totalitarias y militaristas, de la amenaza de hecatombe nuclear, y de la destrucción del medio ambiente. En este sentido, Giddens distingue cuatro riesgos de graves consecuencias en relación a las dimensiones institucionales de la modernidad que sirven de eje a su análisis:
I) El colapso de los mecanismos de crecimiento económico.
II) La desintegración o desastre ecológico.
III) El crecimiento del poder totalitario.
IV) El conflicto nuclear o la guerra a gran escala.
"Al otro lado de la modernidad -como nadie sobre la tierra deja de saber- podríamos encontrar nada más que una "república de insectos y de abrojos" o un puñado de comunidades sociales humanas heridas y traumatizadas. No tiene por qué intervenir ninguna fuerza providencial para salvarnos y ninguna teleología histórica nos garantiza que esta segunda versión de la posmodernidad no desbanque a la primera. El apocalipsis se ha convertido en algo trivial, tan familiar que es como un contrafáctico de la vida cotidiana. Y, sin embargo, como todos los parámetros de riesgo, puede hacerse realidad" (Giddens 1990:161). Giddens asocia la modernidad con el "carro de Juggernaut" en el que según un mito hindú se sacaba en procesión la imagen del dios brahamánico Krichna y cuyas ruedas aplastaban a los fieles que de esa manera se sacrificaban a la divinidad. Como el juggernaut, la modernidad semeja a una desbocada máquina de enorme poderío a la que los hombres podemos manejar hasta cierto punto, pero que también amenaza con escapar de control y pasarnos por encima. Mientras las instituciones de la modernidad permanezcan no se podrá controlar totalmente ni el camino ni el ritmo de ese viaje. Nunca podremos sentirnos completamente seguros porque el camino está repleto de riesgos. La seguridad ontológica ha de coexistir con la ansiedad existencial. Confianza y riesgo, oportunidad y peligro, "rasgos polares y paradójicos de la modernidad", permean todos los aspectos de la vida cotidiana reflejando la interpolación de lo local y lo global.
¿Cómo hacer entonces para dirigir al juggernaut de manera de minimizar los peligros y maximizar las oportunidades que ofrece la modernidad? Según Giddens no es precisamente por medio de la idea de que hemos dejado de tener métodos viables para afirmar las pretensiones de conocimiento como lo sustentan Lyotard y otros autores de la "primera línea", sino a través de la creación de modelos de "realismo utópico". Es decir, se necesita la elaboración de análisis que, como el del mismo Giddens, orienten sobre las positivas oportunidades futuras y alerten acerca de los peligros, de manera que su conocimiento impacte en la sociedad mundial y la haga reflexionar sobre la manera como se construye a sí misma. Un elemento esencial de la índole reflexiva de la modernidad, la fuerte naturaleza contrafáctica del pensamiento dirigido al futuro, posibilitaría que la sola propagación de "modelos para una sociedad buena" ayudara a su realización.
La actividad de los intelectuales, así como la de los movimientos sociales "viejos" (movimientos de trabajadores y movimientos democráticos y por la libertad de expresión), y "nuevos" (movimientos por la paz y movimientos ecológicos), al vislumbrar futuros posibles pueden ser en parte vehículos para la concreción de modelos de realismo utópico. Sin embargo, dichas manifestaciones son necesarias en tanto influyen en otros factores fundamentales para alcanzar cualquier tipo de reforma básica: la fuerza de la opinión pública, las políticas de las empresas, de los gobiernos nacionales y de las organizaciones internacionales. "El enfoque del realismo utópico reconoce la inevitabilidad del poder y no percibe su utilización como algo inherentemente nocivo. El poder, en su más amplio sentido,representa el medio de lograr que las cosas se hagan. En una situación de mundialización acelerada, intentar maximizar las oportunidades y minimizar los riesgos de graves consecuencias exige, qué duda cabe, del uso coordinado del poder" (Giddens 1990:152).
El "final de las ideologías" no es el de los ideales ni el de las teorías sino el de los discursos cerrados y omnicomprensivos. La historia no posee forma intrínseca ni teleología total. Lejos de reducir a los hombres al conformismo del "vale todo" o al egoísmo del "sálvese quien pueda", la modernidad radicalizada los invita a no dejarse engañar por el discurso dogmático, al compromiso personal y a la acción reflexiva por un mundo mejor. De esta manera, mi realismo idealista puede ser tomado como una forma de realismo utópico, en tanto ofrece a partir de consideraciones estratégicas pero sin renunciar a la ética o al derecho, un "modelo de sociedad internacional buena" que enfrenta a la peligrosa incertidumbre subsistente en la posguerra fría. En ese sentido, los puntos siguientes procurarán ahondar sobre las oportunidades que la actual coyuntura ofrece para la concreción de las tendencias optimistas señaladas aquí (en particular para la efectivización de un modelo de seguridad colectiva como el propuesto en la tercera parte), así como sobre los factores que pueden llevar a acentuar los peligros de la posmodernidad y que atentan contra cualquier forma de organización que impulse la paz mundial y la vigencia del derecho internacional.