África – Estados Unidos

Primera Cumbre Nacional sobre África.

Discurso de apertura del Presidente William Clinton

Washington, Estados Unidos; 17 de febrero de 2000

 

 

En principio quisiera agradecer mucho. Es  maravilloso poder ser presentado por un viejo amigo. Tanto los amigos como todos aquellos que han sido designados en los diferentes cargos, tienen buenas, e incluso no tan buenas historias para contar con respecto al tema que nos convoca.

     África jamás ha tenido mejor amigo que Andrew Young en los Estados Unidos, y lo agradezco. Debo decir que me siento honrado de estar hoy en presencia de tantos distinguidos africanos. Señor Salim Ahmed Salim, le agradezco sus propósitos visionarios y su  transparente dirección. Señor Presidente, le agradezco el haber venido a Estados Unidos y darme la oportunidad de volver a encontrarlo, le agradezco la tarea que hemos concluido juntos. Señor Vice-presidente Abubakar, le agradezco todo lo que hace por Nigeria, al hacer posible que éste gran país explote finalmente, todo su potencial. Señores se lo agradecemos profundamente.

     Quiero darles la bienvenida a todos nuestros distinguidos invitados africanos: la señora Taylor, los señores ministros de Asuntos Extranjeros, señores Embajadores. Agradezco también a todos los norteamericanos que están aquí, comenzando por la esposa de Andrew, que supo sobrellevar sus interminables viajes a África. Al señor Alcalde quiero agradecerle por habernos recibido en la ciudad de Washington. Se encuentran también entre nosotros tres Diputados que encarnan, lo que espero, será un compromiso más firme, obviando toda discrepancia política, para considerar el futuro de África, como el señor Royce, las señoras Bárbara Lee y  Sheila Jackson Lee, les agradezco su presencia.

     Quisiera también agradecer a Leonard Robinson Challenor y a todos aquellos que se ocuparon de la organización de esta importante conferencia. Gracias a Noah Samara y al Obispo Ricard. Quisiera también manifestar mi gratitud a todos los miembros de nuestro gobierno que trabajaron sin tregua para dotarnos de una política especial para África, de la cual podemos estar orgullosos y que espero, iluminará también el camino hacia el futuro de América.   

     Sé que el Ministro Slater ya se dirigió a ustedes. También el señor Brady Anderson, Administrador de la USAID, quien ofrecerá también su discurso. Nuestro Vicepresidente también asistirá. Señor Salim Ahmed Salim, usted expresó su esperanza de que los futuros gobernantes de los Estados Unidos, continuaran nuestro ejemplo respecto de África. Conozco a la persona que lo haría.

     Quisiera también agradecer a Susan Rice del Departamento de Estado, a Sandy Berger, Gayle Smith y a todo el personal de la Casa Blanca.

     El señor Salim-Salim declaró que África no contaba con el apoyo de los Estados Unidos. Es por esa razón que quisiera abrir esta cumbre nacional sobre África con este simple mensaje: África es importante para los Estados Unidos.

     Cualquiera sea el origen de los norteamericanos- Leonard Robinson me dijo, en el momento de mi llegada, que teníamos incluso 17 delegados de la Utah.  Allí están. ¿Los ven? África es importante, y no solamente porque 30 millones de norteamericanos tengan allí sus raíces, que no es poco. Tampoco porque tengamos solamente interés en ver  una África estable y próspera  por el sólo hecho de que el 13 % de nuestro petróleo provenga de allí; ni siquiera porque África Subsahariana cuente con 700 millones de productores y consumidores. Cuestión tampoco despreciable.  Pero África es importante sobre todo porque el mundo del siglo XXI se ha transformado, y porque nuestras impresiones y acciones deben evolucionar en consecuencia.

     Hasta la actualidad, la envergadura y la situación geográfica de los Estados fueron elementos fundamentales para regir las relaciones internacionales. Si ustedes fueran un gran país, o se encontraran en lo que se considera una ruta comercial  o propicia para las invasiones, serían muy importantes. Caso contrario, serían marginados.  Antes, para un niño norteamericano medio, los países africanos se reducían a simples banderas con colores vivos y a nombres exóticos que podía encontrar en un mapa; también a haber leído algunos libros sobre animales maravillosos, o relatos de aventuras.  Cuando el colonialismo llegó a su fin, los colores de las banderas cambiaron y los nombres sobre los mapas se multiplicaron. Pero, para los norteamericanos, esos países siguieron siendo, como antes, igualmente distantes.   

     En la actualidad, todo eso cambió, porque el principio que dirige nuestro tiempo es la globalización. Ella rompe con las barreras entre las naciones y los pueblos; las ideas, al igual que las personas y los bienes, atraviesan ya las fronteras de todos los países y de todos los continentes. Además, a medida que caen  estas murallas, la globalización  nos torna más vulnerables a los problemas de unos y de otros, tal  es el caso del impacto provocado por las crisis económicas, la expansión de los conflictos, la contaminación, las enfermedades, el terrorismo y el tráfico de estupefacientes, sin olvidar a aquellos  criminales que se las ingenian para sacar provecho de las nuevas técnicas y de sociedades y fronteras más abiertas.

     La globalización hace también que nos conozcamos mejor que antes los unos a los otros. De hecho, ustedes  pueden  captar la cadena Discovery en África. Pensaba en eso durante la proyección de este cortometraje.  Los periodistas de la cadena  Discovery que me acompañaron durante mi estadía en África me informaron acerca de la forma de instalación de redes de comunicación en escuelas africanas, cuyo objeto es difundir conocimientos e informaciones. En pocos segundos,, también ustedes pueden saber qué tiempo hace en Nairobi, cuál es el resultado del referéndum en Zimbabwe, cuántos fueron los goles de los irreductibles Leones camerunenses en su último partido de fútbol.  Es posible leer, en conexión, el Addis Tribune, el Mirror del Ghana, el East Áfrican y decenas de otros periódicos africanos. Uno puede instalarse delante del televisor y ver a los sudafricanos de las ciudades negras haciendo cola para votar.

     Pero también podemos ser testigos de masacres de inocentes en Ruanda, de los estragos ocasionados por el SIDA en numerosos países, y de la penosa coexistencia del notable incremento de aquella enfermedad con una pobreza degradante, en tantos territorios.  Dicho de otro modo, ya no podemos elegir  ignorar ni las victorias ni los conflictos de los pueblos con los cuales compartimos el planeta.  No se trata solamente de Norteamérica o de África; supongo que millones de africanos comprenden el dolor de los musulmanes de Kosovo, que fueron expulsados en masa de su país. Sabemos lo que le pasa al prójimo; ya no podemos decidir no saber. Sólo nos queda por elegir entre la pasividad o la acción.

     En nuestro mundo, podemos dar pruebas de indiferencia o hacer avanzar las cosas.  Los Estados Unidos deben elegir, cuando se trata de África, hacer avanzar las cosas. Porque queremos vivir en un mundo que no esté regido por la división  entre aquellos que disfrutan de la nueva economía y aquellos que logran a duras penas sobrevivir., En África debemos actuar.  Porque queremos que el crecimiento se generalice en el mundo y que los mercados aumenten, es que  debemos actuar en África. Porque queremos crear un mundo donde nuestra seguridad no se vea amenazada por la generalización de conflictos armados,  donde las diferencias de orden étnico o religioso estén regidas por la fuerza de los argumentos y no por la de las armas, es que debemos actuar en África.

         Porque queremos crear un mundo donde los terroristas y los criminales no puedan encontrar refugio en ninguna  parte, y donde aquellos que quieran dañar a particulares no puedan adquirir los medios para hacerlo. Para eso, también debemos tener un rol en África.  Porque queremos crear un mundo donde podamos explotar nuestras riquezas naturales para el crecimiento económico, sin destruir el medio ambiente de manera que las generaciones futuras tengan la posibilidad de proceder como nosotros, es que debemos actuar en África.

Es por todo esto que decidí desde 1993, año en que comenzó mi presidencia, generar nuevamente relaciones entre Estados Unidos y África, y es por ello que organizamos la primer conferencia sobre África en la Casa Blanca, la reunión  ministerial y en 1998, el maravilloso viaje que realicé a ese continente y que recordaré toda mi vida.

     Fui a África en son de amistad, para generar un partenariato. En ese sentido hemos logrado importantes progresos.  Algunos problemas son aún dignos de temer, pero en estos dos últimos años  pudimos observar miles de triunfos, grandes y pequeños. Quizás no ocupen los titulares de la prensa, dado que el progreso lento y regular de la democracia al igual que el de la prosperidad, no son temas para las portadas de actualidad.

     Sin embargo, quiero que todos los norteamericanos sepan, por ejemplo, que Mozambique alcanzó, durante el último año, la tasa de crecimiento más elevada del mundo.  Le sigue Botswana y Angola que se ubicó en la cuarta posición. Deseo que todos los norteamericanos lo sepan y adviertan que todos los países africanos disponen de ese  potencial. Eso haría avanzar las cosas.  Y esto debemos saberlo de los dos lados del Atlántico.

     La mayoría de las personas están bien informadas sobre los conflictos africanos, pero ¿Cuántos de ellos saben que miles de soldados africanos intentan poner fin a esos conflictos como agentes pacificadores  y que Nigeria, por sí sola y a pesar de todas sus dificultades, destinó 10 millones de dólares a estos esfuerzos por el sostenimiento de la paz?

     Durante años, el país más rico de África, Sudáfrica, y su país más poblado, Nigeria, lanzaron una sombra amenazante sobre todo el continente. El último año, la destacable transformación  de Sudáfrica, se continuó cuando su población  transmitió el poder de un presidente electo a otro. Nigeria vio por primera vez desde hace decenas años, la llegada al poder de un presidente elegido democráticamente. Ella trabaja de manera que sus riquezas favorezcan a su población y no a sus opresores. Esas son buenas noticias. Quizás no estén en los titulares, pero debemos guardarlas en el  espíritu para el momento en que soñemos con el futuro.

     Nadie aquí, nadie en nuestro gobierno, cree que esto sea fácil.  Queda mucho por hacer. Casi nadie pone en duda lo que se necesita: una verdadera democracia, una buena gestión en los asuntos públicos, un mercado abierto, inversiones sostenidas en los sectores de la enseñanza, de la salud pública, y el medio ambiente, pero sobre todo, en la generalización de la paz.. Todo depende fundamentalmente y ante todo de los dirigentes africanos.  No es posible importar esas cosas, y sin duda, menos imponerlas desde el exterior.

     Debemos ser realistas, incluso los países que adoptan una política acertada deben discutir para satisfacer las aspiraciones de su población. Cada estado africano debe elegir su propio camino  para emprender reformas y para  renovarse,, aunque ese camino esté sembrado de obstáculos. Todos aquellos de entre nosotros que estén en condiciones de hacerlo, deben contribuir a facilitar el camino y a eliminar algunos de los grandes obstáculos para que África pueda  aprovechar al máximo las ventajas de la globalización y asumir sus compromisos.

     Repito todo el tiempo a mis conciudadanos, y es probable que estén bastante cansados de escucharlo, que mi filosofía política es muy simple y es que todo el mundo cuenta, todo el mundo tiene un rol para desempeñar, todo el mundo merece la oportunidad de poder alcanzar el éxito. Por otra parte, tenemos más éxito en la medida en que nos ayudamos mutuamente. Y esa es la premisa que deberíamos seguir junto con África.

     Hay cinco medidas en particular que, según mi parecer, tendríamos que tomar. Primero, debemos implementar un sistema comercial internacional que sea abierto y que le sea provechoso tanto a África como a otras partes del mundo.  La apertura de los mercados resulta indispensable para elevar el nivel de vida de las poblaciones. Los países en desarrollo que favorecieron el comercio desde los años 70, conocieron una tasa de crecimiento dos veces mayor que aquellos que se negaron a abrirse al mundo.

     Para quienes dudan acerca de si los países más pobres pueden beneficiarse con la continuidad  de la apertura de los mercados, deberían preguntarse qué ocurriría con los trabajadores sudafricanos o keniatas ante la falta de los empleos provenientes de la venta del producto de su labor en el extranjero. ¿Qué les pasaría a los agricultores zimbabwenses o ghaneses si la subvenciones para la agricultura, con carácter proteccionista, les impidiera vender sus productos fuera de su país?

     El comercio no debe ser una carrera hacia la decadencia, ya se trate de trabajo de niños, de condiciones de trabajo penosas o de la degradación del medio ambiente, pero tampoco podemos emplear el miedo para mantener, para siempre, a los miembros más pobres de la comunidad internacional en los estratos más bajos de la  escala.  África ya tomó medidas importantes al crear, en especial, zonas de libre intercambio tales como la CEDEAO, la Comunidad de África del Este y la SADC. Sin embargo, es necesario hacer algo más. Es por esa razón que nuestra Oficina de Promoción de Inversiones Privadas en el Exterior financió en 1999 en África, una cantidad de proyectos tres veces mayor que en 1998,  con el fin de generar empleos tanto para los africanos como para los norteamericanos. Es por esto que colaboramos con los estados africanos en la instalación de las necesarias instituciones para un crecimiento extendido, sobre todo en los sectores de las telecomunicaciones y de las finanzas.

     Es también por eso que el Congreso de los Estados Unidos debe votar, en la medida de lo posible, a favor del proyecto de ley referido al crecimiento y posibilidades económicas en África, elaborado por parlamentarios demócratas y republicanos. La Cámara de Diputados adoptó una versión de este proyecto de ley y el Senado otra. Pido encarecidamente a los parlamentarios que logren un texto con compromiso y me lo presenten de tal modo que pueda promulgarlo a partir del mes próximo. Les pido a todos los que acaban de aplaudir – y a los que no lo han hecho, pero que comprenden aquellos que lo hicieron-  contactarse con todos   los parlamentarios que conozcan y solicitarles actuar de esta manera. Esta  es una tarea necesaria.

     Debemos comprender que el comercio no puede por sí solo poner fin a la pobreza  ni crear el partenariado que necesitamos. Por esta razón, la segunda medida que debemos adoptar consiste en continuar con los trabajos en curso y así disminuir la deuda de los Estados africanos que se comprometieron a su vez a implementar una política acertada. Los gobiernos democráticos en dificultad no deberían tener que optar entre alimentar,  instruir a sus niños o pagar los intereses de su deuda. En marzo último, propuse una forma de paliar aún más la deuda de los países más pobres y más endeudados, cuya mayoría son africanos, y operar de tal forma  que los recursos sirvieran para mejorar las posibilidades

económicas del africano medio. Nuestros miembros del  Grupo de los Siete avalaron  este plan.

     Estimo sin embargo, que deberíamos hacerlo con más ímpetu aún. Es por esta razón, que anuncié en el mes de septiembre que anularíamos todos los créditos de los países que podían aspirar al programa del Grupo de los Siete, es decir cerca de veintisiete países africanos.  Los primeros países  en gozar de estos beneficios fueron Uganda y Mauritania. Mozambique, Benin, Senegal y Tanzania deberían verse favorecidos en breve. La deuda de Mozambique se reduciría así en más de 3 millones de dólares. Las sumas con esta reducción, serán  dos veces superiores al presupuesto de salud, en un país donde los niños son más proclives a morir antes de los cinco años que a llegar a los niveles de estudios secundarios.

El último año, solicité que el Congreso votara créditos que ascendieran a 900 millones de dólares para aliviar la deuda. Gran parte de ustedes contribuyó persuadiendo a otros parlamentarios para que votaran una gran parte del presupuesto. No olviden que se trata de un programa del cual dignatarios religiosos preconizaron adoptarlo por razones morales, al igual que destacados economistas por razones prácticas. No es frecuente que los dignatarios religiosos y los economistas coincidan en que los buenos negocios son igual de buenos en el plano moral. Probablemente sea siempre verdad, pero por lo general, lo callan. Debemos concluir esta tarea en este año.  Debemos continuarla para aliviar la deuda de los países que tomaron acertadas medidas y que reinvertirán los montos economizados en beneficio de su población y de su futuro. Les pido, en especial a los norteamericanos que se encuentran aquí presentes, que nos ayuden a continuar  con este importante esfuerzo, si creen en lo que los ha traído hasta aquí.

La tercera medida que es conveniente tomar consiste en ayudar más y mejor a los países africanos en el plano de la enseñanza. La instrucción resulta indispensable para el crecimiento económico, de la salud, de la democracia a la vez que para gozar de las ventajas emergentes de la globalización.

La tasa de escolaridad en África Sub-sahariana es la más baja del mundo en cuanto a  su desarrollo. En  Zambia, más de la mitad de los alumnos no cuentan ni siquiera con un simple cuaderno. En las zonas rurales de Tanzania, contamos sólo un libro cada veinte niños. Es por eso que propuse aumentar, en nuestro presupuesto en más del 50%  la ayuda que le otorgamos a los países en desarrollo para que puedan mejorar la instrucción de sus niños, especialmente en aquellas  zonas donde es frecuente el trabajo con niños. Invito a otros países a unirse a nosotros en este propósito.

No olvidaré jamás las escuelas que visité durante mi viaje a África, los ojos brillosos y  plenos de inteligencias de esos niños ni tampoco su visible deseo de aprender. No es normal que tengan  que estudiar geografía sobre mapas que muestren  países ya  inexistentes, e incluso que no dispongan de un mapa con los países de su continente que, sí existen. No es normal que a ellos se los prive de las posibilidades de instrucción que sí tienen los jóvenes norteamericanos. Si la inteligencia es distribuida de la misma manera en toda la raza humana, de lo cual estoy convencido, todos los niños deberían poder desarrollarla en todos los países del mundo.

La cuarta medida que debemos tomar consiste en luchar contra las terribles enfermedades que afectan a millones de africanos, especialmente el SIDA, pero también la tuberculosis y el paludismo. El último año, el SIDA causó más víctimas en África que todas las guerras del continente juntas. A causa de esta enfermedad, la tasa de mortalidad infantil  se verá pronto duplicada y la esperanza de vida reducida a 20 años.

Todos ustedes rieron cuando Andy Young dijo que yo iba a abandonar la presidencia siendo aún más joven que hoy.  Según los días, me siento joven o, por el contrario, tengo la impresión de ser entre los hombres de mi edad, el más viejo de América.  En el siglo XX, la esperanza de vida pasó en este país de 47 a 77 años. Un norteamericano que alcanza los 65 años vivirá promedio, al menos, hasta los 82 años.  Pero a pesar de esta cifra, la gravedad del problema se reduce ya que quienes no se hubieran visto afectados por aquella enfermedad, vivirán más, siempre que la economía de los países africanos se desarrolle y se fortalezca.

La peor experiencia que pueda atravesar un adulto es ver morir ante sus ojos a un niño. El peor problema de África, en la actualidad,  es que un gran número de los niños afectados por el SIDA han perdido ya por el mismo mal a sus padres.  Debemos remediar esta situación. En África, algunas empresas contratan a dos personas para un solo puesto, partiendo del principio que una de las dos morirá. Se trata ahí de una cuestión humanitaria, política y económica.

El último mes,  el Vicepresidente Al Gore decidió abrir la primera sesión del Consejo de Seguridad de la ONU dedicada a cuestiones de salud, tratando justamente un asunto sanitario: la crisis del SIDA en África.  Pedí en ese Congreso asignar 100 millones de dólares suplementarios para la lucha contra esta epidemia, lo que ascendería nuestro presupuesto total a 325 millones de dólares. Pedí a mi gobierno que planificara nuevas iniciativas para desarrollar mejor la prevención, considerando siempre las dimensiones financieras de la lucha contra el SIDA y las necesidades de las personas afectadas. De esta  manera, mostramos a nuestros compañeros africanos que la responsabilidad en la lucha contra el  SIDA, será compartida.

Pero estos esfuerzos no serán suficientes. El Ministerio Ugandés de la Salud indicó recientemente que sería necesario desembolsar 24 mil millones de dólares para poder permitir a todos los Ugandeses enfermos de SIDA beneficiarse con los tratamientos actualmente disponibles. El presupuesto anual de Uganda es de dos mil millones de dólares.

La solución a esta crisis de salud, y a otras enfermedades mortales como el paludismo y la tuberculosis, pasará, necesariamente, por la fabricación de vacunas eficaces y costosas. Actualmente existen en el mundo cuatro grandes empresas que las fabrican: dos en Estados Unidos y dos en Europa. Ellas no encuentran fuertes razones financieras que las impulsen a realizar  inversiones importantes en la fabricación de las mismas, ya que sus destinatarios, por falta de recursos, se verán impedidos de adquirirlas. Entonces, en mi discurso sobre el estado de la Unión, propuse un crédito fiscal importante que nos permitiría decir a la industria privada: “Si ustedes fabrican vacunas contra el SIDA, el paludismo y la tuberculosis, nosotros los ayudaremos a financiarlas. Entonces, adelante, manos a la obra y salvaremos millones de seres humanos.”               

Pero debo decirles – y quiero sobre todo asumir aquí la única responsabilidad de estos propósitos; las personas que redactan mis discursos han demostrado una gran sensibilidad y no trataron el tema en esta ocasión, pero quiero decir lo siguiente: en los Estados Unidos, hace algunos años el problema del SIDA era más grave de lo que es en la actualidad. El aumento del SIDA no se da en todos los países africanos, por el contrario en algunos, disminuye.

Sé que se trata de una cuestión compleja y delicada. Sé también que en razón de ciertos factores culturales y religiosos es muy difícil abordar este problema bajo el ángulo de la prevención. No tenemos todavía vacunas contra el SIDA. Contamos con medicamentos que ayudarán a prevenir la transmisión del virus entre una madre embarazada y sus niños, y quiero poder distribuirlos. Tenemos otros medicamentos que permitieron a personas enfermas de SIDA en nuestro país vivir normalmente, en lo que concierne a su salud y esperanza de vida.  Quiero que esos medicamentos les sean accesibles.

Pero la verdadera solución consiste en prevenir, antes que nada, la transmisión del virus.

He podido observar por mí mismo que ciertas medidas tomadas en Uganda contribuyeron en buena medida a  reducir la tasa de prevalencia del mal.  Poco me importa que eso sea  duro, delicado o difícil, si se trata de la vida de nuestros niños. Cuando la vida de ellos está en juego, nosotros como adultos, debemos superar todas las inhibiciones o problemas que podamos tener y hacer lo necesario para salvar la vida de nuestros pequeños.

Y los ayudaré del mismo modo. No es gratuito; se requiere dinero. Hay que implementar estructuras. Pero no pensemos que podemos contentarnos con la sola distribución de medicamentos y exceptuarnos de cualquier otra acción. Debemos hacer evolucionar los comportamientos, las actitudes. Y es necesario proceder de manera organizada, disciplinada y sistemática. Con una campaña de prevención enérgica, podemos obtener mejores resultados, en plazos menores y con presupuestos menos importantes que con cualquier otro método, para  devolverles a los niños y a los países de África la vida y el futuro, a los cuales tienen derecho. Y  no hay ninguna excusa para la inacción;  es necesario actuar.

Por  último, no olvidemos que el progreso en África, se choca contra otro obstáculo de talla, y nosotros estamos resueltos a asumir el rol que no toca para vencerlo. Debemos, apoyándonos en la acción determinada por los africanos, poner fin a los conflictos sangrientos que matan a las poblaciones y retrasan el progreso.  

Ustedes conocen las cifras: la guerra que enfrenta a Etiopía y Eritrea dio como resultado decenas de millares de jóvenes víctimas; millares de otros, a veces increíblemente jóvenes, fueron muertos o desfigurados, durante la guerra civil que casi destruyó Sierra Leona; el hambre y la guerra ocasionaron 2 millones de víctimas en Sudán, país en el cual el gobierno ve la diversidad de la población como una amenaza y no como un logro, y priva de hasta la más elemental asistencia  a los ciudadanos a los que pretende representar.

La mayoría de los conflictos mundiales pierden su complejidad desde el momento en que se los compara con la situación del Congo.  Al menos siete naciones e innumerables grupos armados se enfrentan allí, en una guerra cruel que no se salda con ninguna victoria sino con el sufrimiento general – especialmente el del pueblo inocente del Congo. Este pueblo merece algo mejor. La secretaria de Estado, Sra. Albright, calificó el conflicto del Congo como “Primera Guerra Mundial de África” . En el momento en que buscamos poner fin a este conflicto, no olvidemos la principal enseñanza que pudimos sacar de la primera guerra mundial: la necesidad de una paz sólida. Si la paz  no tiene lugar en buenas condiciones, se desencadenará una nueva conflagración.

Hace un año, declaré que daría mi apoyo a operaciones para el mantenimiento de la paz en el Congo, si los países de la región llegaban a un acuerdo capaz de beneficiar el sostenimiento de la comunidad internacional, lo que es un hecho en la actualidad.  El Acuerdo de alto el fuego de Lusaka tiene en cuenta la soberanía y la integridad territorial del Congo; el retiro de las tropas extranjeras; la seguridad de los países vecinos del Congo; la necesidad de establecer un diálogo a escala nacional; y lo que es más importante aún, la necesidad para los países de África central de unir sus esfuerzos para mantener la seguridad de la región.  Es más que un alto el fuego; es un anteproyecto de consolidación de la paz.. Mejor aún, es una solución auténticamente africana  a un problema africano.

     Los enfrentamientos, sin embargo, no han cesado en el Congo.  La paz no será instaurada de un día para el otro. Ella  sólo se obtendrá con la determinación sostenida de todas las Partes comprometidas y el sostenimiento inquebrantable de la comunidad internacional. Declaré ante el Congreso que Norteamérica  tiene la intención  de asumir el rol que se le atribuye, encargándose de la próxima fase de las operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU en el Congo, que consistirá en enviar observadores encargados de velar por la aplicación del Acuerdo.

Debemos reflexionar mucho en lo que se pone en juego en esta situación. Los países africanos se encargaron de abrir la vía- y no solamente los países directamente involucrados.  Ellos no nos piden que les resolvamos sus problemas o que despleguemos nuestras tropas. Todo lo que nos pidieron, fue que sostuviéramos sus esfuerzos para obtener una paz duradera.  Nosotros deberíamos, nosotros que estamos en Estados Unidos, aceptar este rol, dictado por los principios y la práctica.     

Sé- veo que los miembros del Congreso están aquí presentes; veo al Sr. Payne, Sra. Sheila Jackson Lee, Sra. Barbara Lee,  Sr. Royce- que debemos manifestar nuestro apoyo a los africanos que decidieron la forma de resolver este problema complejo y preocupante. En Estados Unidos, comprendimos, a expensas nuestras y a lo largo de décadas, que aún la paz más costosa era siempre mucho menos cara que la guerra menos cara. Y nosotros debemos recordarlo en el momento en que evaluamos nuestras responsabilidades comunes en África central.

En fin, quiero decir que tengo la firme intención de continuar trabajando, sin escatimar esfuerzos, en este tema, mientras sea presidente.  A mi entender, los años 90- década notable- comenzaron con la liberación de Nelson Mandela, simbolizada en la salida de la Isla Robben. En algunos días, tendré la posibilidad de participar vía satélite en la conferencia que el presidente Mandela organiza en Tanzania, con el fin de consolidar la paz en Burundi.  

Muchos observan la situación de África y piensan que sus problemas son demasiado complicados. Yo miro a África y veo en ella la encarnación de una promesa y estimo que, si esos problemas son complicados en la actualidad, lo serán más aún si continuamos desatendiéndolos.

Hay quienes están cansados de malas noticias y sólo quisieran buenas. Pero este ingenuo optimismo ya no le  es más útil a África que lo le es el cinismo gratuito. Aquello que necesitamos, no es ni un optimismo ingenuo, ni un cinismo gratuito, sino una esperanza posible. Necesitamos ver el futuro, la belleza, los sueños de África. Necesitamos ver los problemas tales como se presentan, y dejar de ignorar las respuestas que se imponen. En Estados Unidos, nosotros debemos comprender que tenemos la responsabilidad de formar  un partenariado con África, no porque estemos convencidos de que todo se solucionará, sino porque es importante. Porque somos humanos, es que no podemos jamás esperar que una situación se resuelva a la perfección.

África es una diversidad increíble. Sus pueblos hablan cerca de 3.000 lenguas. No se trata de una región única y monolítica, portadora de verdades únicas y monolíticas, sino por el contrario, de una región compuesta por numerosos elementos, que se definen cada uno por su propia historia  y aspiraciones, sus éxitos y sus fracasos. Durante mi viaje por África, me sentí impresionado por las diferencias que existen entre Ghana y Uganda, entre Bostwana y Senegal- entre Capetown y Soweto. También me llamaron la atención los lazos que unían a esos diferentes pueblos.

En la primera versión de su discurso de adiós, George Washington escribió: “Nosotros podemos todos ser considerados como los niños de un solo y mismo país” Cuanto más pienso en la globalización y en la interdependencia que ella deja entrever y que acentúa, más comparto este sentimiento. Debemos entonces considerarnos como los niños de un solo y mismo país. Si deseamos consolidar para nosotros mismos la paz, la prosperidad y la democracia, debemos expandir este deseo en el pueblo africano. África es no solamente la cuna de la humanidad, sino también uno de los elementos esenciales de su futuro.

Concluiré con este pensamiento: cuando pienso en los problemas de África, acentuados por las diferencias entre tribus; cuando pienso en los problemas persistentes de Norteamérica, agravados, de una y otra parte por las divisiones raciales, en la manera indignante en que hemos traído hasta aquí esclavos de África del Oeste hace tanto tiempo, y en los desafíos que continúan a medida que recibimos incesantes olas inmigratorias, provenientes de nuevas regiones del mundo; sólo me queda comprobar que las alegrías más grandes de nuestra vida vienen de nuestra humanidad común y las desgracias más grandes de nuestra incapacidad de reconocer esta humanidad común.

En África, la vida es rica en alegrías y en dificultades. Pero durante demasiado tiempo, los africanos no tuvieron los amigos ni los aliados que habrían podido ayudarlos a hacer que las alegrías vencieran las dificultades. Los Estados Unidos serán un amigo para la vida.

Gracias.

 

Fuente: USIA

Traducido por Guillermina Norma