Centro de Reflexión
en Política Internacional

Presentación

 

Las relaciones internacionales en el año 2000 no fueron distintas a las desarrolladas desde el comienzo de la posguerra fría y desde la intensificación de la globalización financiera. Una vez más el cambio fue la clave de la conductas mundiales. Las consecuencias de muchas de las modificaciones producidas en distintos actores estatales y en el mismo contexto externo, introdujeron incertidumbres y desconciertos que a menudo dificultaron los análisis académicos y las políticas gubernamentales.

 

Dos conflictos de envergadura internacional como los de Medio Oriente y Kosovo tomaron un curso diferente al que venían sosteniendo. Después de un largo recorrido de marchas y contramarchas, el fracaso de las negociaciones por la paz entre palestinos e israelíes precipitó la renuncia del Primer Ministro Ehud Barak, la cual preparó otro escenario de intereses y cuestiones sobre este conflicto histórico. Por otra parte, la pérdida de legitimidad política de Slobodan Milosevic y su sustitución por el opositor Vojislav Kostunica, fue no sólo un cambio significativo para el futuro de la región balcánica, sino también para la agenda diplomática y estratégico-militar entre los Estados Unidos y la Unión Europea.

 

En 2000 el cambio también tuvo que ver con las elecciones presidenciales en Rusia y en los Estados Unidos. La consolidación electoral de Vladimir Putin como líder del proceso de reordenamiento político y económico de los rusos no fue un detalle menor, luego de los problemas de gobernabilidad de Boris Yeltsin y de las expectativas europeas por encontrar en Moscú a un interlocutor válido en el proceso de “desovietización”. Al mismo tiempo, la llegada de los republicanos al gobierno de los Estados Unidos con la polémica victoria electoral de George W. Bush, representaría para el comienzo de 2001 la insinuación de una nueva etapa norteamericana destinada a asegurar su condición hegemónica en el mundo, a través de una concepción teórica diferente a la que durante ocho años sostuviera la Administración de Bill Clinton.

 

Por otra parte, en el año en cuestión las dudas y las confusiones estuvieron relacionadas con el aumento en la densidad de los conflictos étnicos y religiosos, como por ejemplo en Chechenia, Indonesia, Myanmar, Filipinas, Sri Lanka, Guinea Ecuatorial, Francia, Zimbabwe, Sierra Leona. En este marco no se puede dejar de lado el crecimiento de las acciones terroristas de organizaciones como la ETA en España y de extremistas islámicos en Argelia. Tampoco se pueden obviar los distintos incidentes que testimonian la resistencia de algunos países del Norte a la llegada de inmigrantes provenientes de áreas pobres, como así también la diferenciación sociocultural para los extranjeros que ya están residiendo en estos países mediante actitudes discriminatorias y xenofóbicas.

 

En América Latina, una de las notas más destacadas fue la declaración de Clinton de que para los Estados Unidos la lucha contra el narcotráfico en territorio colombiano tenía un “interés nacional prioritario”. A través de este objetivo Washington decidió ayudar monetaria y militarmente al gobierno de Andrés Pastrana por medio de lo que se denominó el “Plan Colombia”, el cual no sólo modificó la situación doméstica del país sudamericano, sino también la relación con los países limítrofes, principalmente con Brasil, temerosos de las consecuencias que originarán los rechazos de los narcotraficantes y de los miembros de las FARC, ELN y paramilitares, a las estrategias norteamericanas.

 

La otra nota destacada en el contexto latinoamericano fueron las situaciones de inestabilidad político-institucional que se sumaron al creciente empobrecimiento social y empeoramiento económico que sacude a la región. En este sentido es posible citar la renuncia del presidente ecuatoriano Jamil Mahuad, luego de una fuerte y persistente presión de sectores indígenas; el intento de golpe de Estado en Paraguay y las serias complicaciones del gobierno de Luis González Macchi para fortalecer la democracia; y la oposición política al aplazamiento del acto eleccionario venezolano que finalmente consagró a Hugo Chávez. Pero el caso más traumático fueron las elecciones en Perú, por las serias acusaciones al gobierno de Alberto Fujimori de cometer fraude y la posterior huida de éste al Japón.

 

En la Argentina, si bien en diciembre de 1999 se había estrenado un nuevo gobierno, el 2000 fue el año en el que el Presidente Fernando de la Rúa efectivamente inició otra etapa en la vida democrática del país.

 

La política exterior del gobierno de la Alianza arrancó con un eje básico inspirado en la plataforma electoral de 1998 llamada “Carta de los argentinos”: priorizar estratégicamente el Mercosur, tanto desde el punto de vista económico como político. Para esto último se “idealizó” la formación de organismos supranacionales tendientes a evitar “la reproducción centro-periferia al interior del proceso de integración subregional”. Con respecto a la dimensión económica, se partió del diagnóstico de que en los últimos años la Argentina había hecho comercialmente poco en el marco del Mercosur hasta el punto de fomentar desencuentros innecesarios, como los generados en la relación bilateral con Brasil por inmiscuirse en la política monetaria de este país.

 

Sin embargo, a pesar de la postura argentina de fortalecer y refundar el Mercosur, como así también de procurarle un rol de bloque para afrontar las políticas de subsidios y proteccionismos de las economías desarrolladas, en 2000 los conflictos comerciales con Brasil fueron más que predominantes. Los choques en las definiciones sobre la Política Automotriz Común (PAC) y en calzado, acero, textil, papel, alimentos (pollos, arroz, oleaginosas) y azúcar, pusieron de manifiesto -una vez más- la divergencia de sistemas productivos y estrategias comerciales existente entre ambos países.

 

Al mismo tiempo, la Cumbre realizada en Buenos Aires en el mes de julio, fue una muestra de que no había espacio político para el relanzamiento del Mercosur. El debate sobre problemas sociales comunes como la pobreza, el desempleo y la injusticia, era más que relevante. Pero la retórica en torno a estos problemas sólo fue para no discutir las enormes diferencias macroeconómicas entre los socios mercosureanos, lo cual puso en evidencia otra cuestión: la disparidad entre las políticas exteriores de la Argentina y Brasil.

 

Aunque fuera del contexto del Mercosur, un dato que testimonia esta disparidad fue la iniciativa de Brasil por la Cumbre de Brasilia hacia fin de agosto y principio de setiembre, para comprometer a los países sudamericanos a sellar una zona común regional. En realidad esta iniciativa caracterizó el liderazgo brasileño al querer sumar la Comunidad Andina al Mercosur y, de este modo, obtener una mayor capacidad negociadora como actor estatal regional ante los Estados Unidos por el proyecto ALCA. Tal vez, por esta razón, no fue casual que el gobierno argentino insistiera en que la relación política con Chile debía ser entendida dentro de los parámetros de “aliados estratégicos”.

 

Paralelo al tema mercosureano, el gobierno de la Alianza buscó redefinir la relación de la Argentina con los Estados Unidos, sobre todo diferenciándose del estilo diplomático impuesto por las Administraciones de Carlos Menem. Por ello, en el plano discursivo se habló de que los Estados Unidos eran un “país amigo”, con el cual se tenían “valores compartidos” y “relaciones óptimas”. Pero en el plano de las acciones diplomáticas la propuesta de inaugurar una nueva era en las relaciones bilaterales no fue muy distinta al pasado, al menos en la dimensión política, y dos hechos dan cuenta de ello: a) el Presidente de la Rúa tuvo que visitar a Clinton para obtener el apoyo norteamericano a la economía argentina y de esta forma mejorar la posición del país ante los organismos de crédito internacionales; b) la Argentina reiteró en la Comisión Internacional de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el voto de condena al gobierno de Fidel Castro por violación de derechos humanos en territorio cubano.

 

Por otra parte, en la dimensión económica persistieron las diferencias entre ambos países en torno a los reclamos que se realizaron mutuamente: por un lado, la solicitud de Buenos Aires por el fin de la política proteccionista norteamericana, y por el otro, el pedido de Washington por el mejoramiento de la legislación sobre patentes medicinales y la implementación de medidas orientadas a asegurar “cielos abiertos” para el tráfico aéreo en la Argentina. En el marco de los requerimientos norteamericanos desembarcaron en Buenos Aires los funcionarios Boody McKay y Peter Romero.

 

En donde sí se insinuó el comienzo de una nueva era en el campo de las acciones diplomáticas, fue en la dimensión política de las relaciones de la Argentina con Gran Bretaña a propósito de la disputa territorial por las Islas Malvinas. Un objetivo que se cumplió fue el de abandonar el vínculo amistoso con los habitantes kelpereanos y, de esta forma, retornar a la diplomacia convencional, sobre todo para ajustar los términos del conflicto en el sentido de su naturaleza interestatal. En orden a esta modificación, el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini intentó reintroducir el tema de la soberanía en la discusión de la agenda bilateral, lo cual no tuvo eco alguno en los niveles decisionales del gobierno británico de Tony Blair.

 

Más allá de las correspondencias entre la retórica sobre los vínculos externos y las conductas internacionales llevadas a cabo por la Argentina en torno a lo que significa el Mercosur y lo que verdaderamente es, como así también en torno a los distintos niveles que adquiere la dimensión político-diplomática en los lazos con la potencia hegemónica y con Gran Bretaña (en este caso por la controversia del Atlántico Sur), el gobierno de la Alianza reeditó una costumbre del país cuya intención si bien es más que relevante, a menudo suele no ser completada con suficiencia y estabilidad: la diversificación de las relaciones exteriores.

 

En esta dirección, vale tener en cuenta que el ministro Rodríguez Giavarani determinó para la Argentina una “política exterior realista, previsible y responsable” destinada a “vender productos argentinos en el exterior”. Sobre este eje, la Argentina buscó ganar mercados cárnicos en Asia y afianzar la relación bilateral con Irán cuando este país reanudó la compra de productos argentinos. Pero lo más destacado del eje en cuestión fueron las visitas del Presidente de la Rúa a China y España, en un caso para incrementar el intercambio comercial, en otro para encontrar -básicamente- un apoyo financiero y de inversiones. El ánimo vendedor también estuvo presente durante la participación de la Argentina en la reunión del Grupo de los 15 que se realizó en El Cairo, en junio de 2000.

 

Además, en términos de participación diplomática merece señalarse la presencia de la Argentina en la XIV Cumbre del Grupo de Río llevada a cabo en Cartagena (Colombia), en la Conferencia Mundial sobre Democracia de ministros de Relaciones Exteriores en Varsovia y en la Cumbre del Milenio de la ONU, pero por sobre todos estos acontecimientos multilaterales, el rol que tuvo como presidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

 

El cierre del año 2000 encontró a la Argentina engrosando el listado de países beneficiados con el llamado “blindaje” financiero, es decir, con el segmento SCR (Servicio Complementario de Reservas) del Fondo Monetario Internacional. Un año más de recesión puso en debate las responsabilidades directas y significativas de la economía sobre el destino del país. Al mismo tiempo, la política doméstica cargó con las crisis sociales y los conflictos de ciudadanía. A pesar de la endeblez externa que provocaban estas condiciones internas, siguió siendo crucial -como hasta el presente- que las relaciones internacionales del país privilegien la dimensión político-diplomática, sobre todo porque sin ella es difícil sostener los intereses emocionales y materiales de la Argentina ante las dudas y desorientaciones que impulsan los cambios de las conductas mundiales.

 

 

Roberto Alfredo Miranda