Artículo de Opinión
América Latina ante las urgentes tareas de la
globalización [1]
La evolución reciente de varios países de América Latina ha hecho correr mucha tinta en relación con la percepción de crecientes amenazas para la estabilidad económica regional. Aunque comparto algunas de las preocupaciones, creo que, en buena medida, gran parte de la tirantez social que se ha despertado es consecuencia del surgimiento de un nuevo paradigma global positivo, que genera desafíos y tensiones sobre una región que avanza hacia la participación en una economía globalizada.
Este cambio trae consigo la oportunidad de dar un salto cuántico en los resultados económicos de la región, siempre y cuando esas sociedades demuestren ser capaces de avanzar sostenidamente en las reformas modernizadoras, tanto las de índole económica como las de tipo social.
Se trata de un paradigma promisorio. Pero el ritmo varía en la medida en que cada país emprende cambios, con frecuencia difíciles, creando rezagos que echan sombras sobre los progresos de la región. Estos cambios son esenciales para que, en la primera década del Siglo 21, los pueblos de la región puedan comenzar a cosechar los beneficios de las oportunidades que ofrece la globalización, y logren enfrentar los riesgos y desafíos que la acompañan.
Primero, los hechos. Tras la "década perdida" de los años 80, los años 90 marcaron una mejoría notoria para América Latina y el Caribe, quizá mucho más sustancial que la de los años 70.
El crecimiento del PIB aumentó al 4 por ciento en 1997, antes de que estallase la crisis del Asia y de los mercados emergentes. Y se está recuperando rápidamente otra vez: se prevé un 4 por ciento para este año, y una cifra algo mayor para el año próximo. Si observamos las tasas de crecimiento de los países, 17 de ellos pudieron incrementar la tasa de crecimiento anual media en los años 90 (el ingreso per cápita promedio de la región creció al 1.5 por ciento anual en los 90), en comparación con la tasa media de los 80; al mismo tiempo, 24 países registraron una reducción de la variabilidad de sus resultados de crecimiento, y 13 países lograron simultáneamente aumentar el crecimiento y conferirle mayor estabilidad. La inflación ha sido contenida, ubicándose en niveles de un dígito, tras décadas de inflación de dos dígitos. Y el firme crecimiento de la exportación y la reanudación de la afluencia de capitales privados netos significa que, en general, la balanza de pagos es hoy más sólida vista como región.
Estos resultados económicos se reflejan en progreso social. La brecha en el índice de desarrollo humano del PNUD se ha reducido en más del 20 por ciento entre 1975 y 1997, lo que señala una mejora sustancial de los indicadores sociales. Aunque la pobreza sigue afectando a unas 185 millones de personas, y aumentó en los años 80, dicho flagelo disminuyó significativamente en los años de 1990. Sin embargo, la pobreza se mantiene aún a niveles altos, afectando al 36 por ciento de la población latinoamericana. El tema de la distribución de ingresos entre quintiles o deciles, presenta un cuadro todavía desalentador.
Sin embargo ha habido cierto progreso. El crédito de este giro debe otorgarse a los propios países, que adoptaron reformas profundas y mantuvieron firme su ejecución durante los últimos 15 años. Pero, ¿ha bastado esto para ubicar a la región en la senda de un crecimiento rápido y decidido hacia el desarrollo social? Creo que aún no.
En primer lugar, las actuales tasas de crecimiento económico no bastan para alcanzar las metas sociales. Los encargados de la formulación de las políticas deben apuntar a un mayor crecimiento; pero también tienen que fortalecer el vínculo entre el crecimiento y la equidad. La equidad es la clave para la sostenibilidad del crecimiento. Segundo, la región no está explotando todavía todos los beneficios de la "nueva economía", es decir, la acelerada integración mundial impulsada por la revolución en la tecnología de la información.
¿Cuáles son los beneficios y cómo puede acceder a ellos América Latina? Las nuevas tecnologías traen consigo un costo sustancialmente menor de información y de transacción. Esto, a su vez, reduce las barreras al ingreso, fomenta la competitividad y eleva el nivel de la inversión. Es posible lograr una mejoría extraordinaria en la productividad global, si los productores que estaban marginados de los mercados internacionales explotan ahora las nuevas oportunidades. En los años 50 y 60, el aislamiento era la norma en América Latina; ahora la norma va siendo apertura y conectividad.
Las nuevas tecnologías también están cambiando las características del comercio, al incrementar la movilidad del capital y el trabajo. Las barreras geográficas ya no son insuperables para la integración de los mercados de trabajo, especialmente en el sector de servicios. Ahora es posible llevar la oportunidad de la ocupación a los trabajadores; ya no tienen que necesariamente emigrar en busca de trabajos. Más espectacular aún es la expansión de las corrientes financieras internacionales facilitada por la liberalización financiera, la innovación de mercado y los avances tecnológicos.
Pero hay un lado menos halagüeño: si la región no es capaz de explotar las oportunidades que se abren, podría ver su futuro caracterizado por una baja productividad, apoyada probablemente en la producción de materias primas tradicionales, y a una distancia cada vez mayor con las economías altamente desarrolladas. Además, la alta movilidad de capitales internacionales ha hecho a las economías abiertas relativamente pequeñas, más vulnerables a las perturbaciones causadas por una política interna incorrecta, o por factores fuera de su control. Por ejemplo, los mercados integrados de capitales son proclives a una mayor volatilidad cambiaria y, con frecuencia, los países enfrentan cambios y transformaciones estructurales que imponen un alto costo y trastornos profundos -es el caso del desempleo en algunos sectores- que los encargados de la formulación de las políticas deben tener en cuenta y mitigar. Las dificultades políticas, y la voluntad política necesaria para llevar adelante el proceso son muy considerables. En la última década, varios países de la región han tenido altibajos ante los costos del ajuste en el corto plazo.
Redes de protección social efectivas y que protejan a quienes realmente las necesitan pueden ofrecer salvaguardias contra costos sociales excesivos que pueden derivar de los cambios estructurales. Esto ayudaría a sostener los beneficios netos de la globalización, fortaleciendo así tanto crecimiento económico como equidad social.
De manera que la gran interrogante es si América Latina y el Caribe pueden explotar bien las nuevas oportunidades y, simultáneamente, salvaguardarse de los riesgos. Mi respuesta es afirmativa, pero sólo si los países aplican políticas macroeconómicas apropiadas con sostenibilidad en el tiempo, complementadas con una serie de políticas sociales encaminadas a hacer funcionar la globalización en favor de las mayorías.
Ante todo, es necesaria una efectiva gestión de Gobierno y la transparencia en la formulación de la política económica. Las presiones de la globalización acentúan los beneficios de las buenas políticas y el costo de las políticas desacertadas. Los países con políticas macroeconómicas y estructurales sólidas atraerán comercio y capital, y en última instancia emprenderán una trayectoria de convergencia con las economías más avanzadas.
Segundo, los países tienen que modernizar el contexto normativo continuamente. Las tecnologías de la información plantean a las instancias normativas nacionales nuevos desafíos. En la esfera financiera, es necesario acelerar e intensificar la supervisión y la regulación de las instituciones, en un mundo de flujos financieros de gran movilidad. Tarea especialmente compleja cuando, simultáneamente, los países tratan de liberalizar sus sectores financieros.
Tercero, las exigencias de una economía basada en el conocimiento hacen esencial invertir fuertemente en educación. Mucho se ha avanzado en la Región en el incremento de la cobertura, especialmente en la enseñanza primaria. Ahora, los encargados de la formulación de las políticas tienen que concentrarse en mejorar sustancialmente la calidad de la educación a todo nivel.
Cuarto, la necesidad de establecer una infraestructura viable y eficaz en función del costo. Muchos países han mejorado notoriamente la oferta de servicios vitales -en las esferas de la energía, las telecomunicaciones, la Banca y el transporte- pero tienen que avanzar mucho más, dentro de un marco normativo que garantice que la participación del sector privado sea en beneficio de los consumidores y para fomento de la competitividad.
Quinto, deben contar con mecanismos de contingencia para proteger a las economías contra los efectos adversos de las fluctuaciones del entorno económico internacional. La creación de fondos de estabilización -bien diseñados y transparentes- aliviaría el costo de las fluctuaciones de precios para los grandes exportadores de productos básicos, siempre en el marco de una política fiscal correcta.
Con el repunte económico en marcha y la recuperación de la confianza de los mercados financieros, la mayoría de los países de la región se encuentran hoy en capacidad para lanzar una acción decidida en favor de estas políticas, que determinarán si la región ocupará finalmente algún lugar entre las sociedades avanzadas del mundo. El desafío es formidable, pero la opción es clara: ¡el futuro es ahora!