ORGANIZACION
MUNDIAL DEL COMERCIO
en un mundo interdependiente
No es
necesario que sigamos nuestro recorrido por la sauna finlandesa hasta nuestro
futón japonés. El mensaje ha quedado claro, y cada día más, a medida que
aumenta la interdependencia de las economías.
Una buena
parte del comercio ya no se ajusta al modelo de los libros de texto, según el
cual los productos se fabrican en un país y después se transportan al país
comprador. Muchas empresas fabrican los componentes en un país y después montan
y terminan el producto en otro. La UNCTAD ha calculado que una tercera
parte del comercio total se debe a transacciones internas dentro de las
empresas. Además, para una empresa, la mejor manera de
introducirse en un mercado extranjero consiste, normalmente, en abrir
allí una sucursal; de no hacerlo, muchas empresas dedicadas a los servicios
tendrían dificultades para vender sus productos en otro país.
El futuro
a corto y largo plazo de prácticamente todo cuanto nuestras sociedades valoran
depende de nuestra capacidad de mantener un crecimiento económico
sostenible. Una de las maneras verdaderamente seguras de estimular el
crecimiento eviando la indeseable secuela de inflación es intensificar el
comercio. Ese es el objetivo de la Organización Mundial del Comercio: crear
unas mejores condiciones de competencia en el comercio. No debemos olvidar que
el comercio abierto no es un fin en sí mismo, sino un medio para lograr un fin:
la creación de un sistema que permita un reparto más eficiente de los
recursos, un mayor crecimiento y una mejora del nivel de vida.
La
experiencia internacional demuestra que el comercio ha sido punta de lanza de
la evolución de la economía mundial: el comercio moderó la recesión mundial a
partir de 1989 y ahora está fomentando la recuperación. Así en 1994 se produjo
una gran expansión del comercio internacional; el volumen de las exportaciones
mundiales aumentó un 9 por ciento, dos veces más que en 1993. Asimismo, aumentó
el ritmo de crecimiento de la producción mundial (3,5 por ciento), pero siempre
por debajo del crecimiento del comercio. El hecho de que el comercio crezca más
deprisa que la producción es una prueba de la integración continua de las
economías nacionales. El crecimiento económico de los países depende cada vez
más de los mercados exteriores, pues el mercado interior ya no basta.
El
comercio fomenta el crecimiento de muchas maneras: promoviendo una mayor
especialización; haciendo posible la realización de ventajas comparativas;
incrementando la difusión de los conocimientos internacionales y estimulando
una mayor eficiencia de las economías nacionales como resultado de la
competencia internacional. Las normas y los compromisos en materia de
liberalización del comercio que se han consagrado en el Acuerdo sobre la OMC
crean un nuevo dinamismo gracias al aumento de las oportunidades comerciales.
También aportan una nueva estabilidad, mediante el reforzamiento del imperio
del derecho en la esfera del comercio internacional.
Todos los
países del mundo, y en particular los principales exportadores, como Alemania
-cuyo comercio ocupa el segundo lugar entre todos los países del mundo-
obtienen muchos más beneficios de un sistema de comercio abierto y estable que
de uno cerrado. Un entorno internacional estable resulta decisivo para el
crecimiento económico. El comercio y las inversiones dependen en gran medida de
la existencia de normas multilaterales claras que ayuden a garantizar al sector
empresarial un entorno equitativo para sus actividades.
Hay, sin
embargo, un reto sobre el que los gobiernos deben reflexionar. En el mercado
mundial que está en vías de constituirse, la competencia será sin duda intensa.
Las empresas establecidas deberán competir con nuevos participantes. Se hará un
mayor hincapié en la investigación y desarrollo, la innovación en materia de
productos y el control de los costos, lo que a su vez impulsará las
perspectivas de crecimiento. Las empresas que tengan éxito generarán empleo y
mejorarán las perspectivas de carrera de sus empleados. Sin embargo, es muy
posible que algunas empresas carezcan de capacidad para adaptarse. La
continuación de su existencia, ya precaria en el mercado nacional, puede
resultar insostenible a largo plazo frente al incremento de la competencia
extranjera. Es posible que estas empresas se dirijan a sus gobiernos para
solicitar medidas destinadas a paliar los efectos de las importaciones, o bien
subvenciones u otras formas de asistencia.
El dilema
que plantea esta situación para la adopción de políticas se puede resumir así:
demorar el reajuste, obteniendo quizá beneficios políticos a corto plazo, o
bien propiciar el reajuste. El retraso del reajuste facilita el proteccionismo,
primero en el propio país y después en el extranjero, sofocando progresivamente
las posibilidades de un comercio mutuamente beneficioso.
Para
conseguir que el comercio sea el motor del crecimiento mundial en el próximo
decenio, todas las partes deben cooperar a fin de mantener estos mercados más
abiertos y seguros que ha costado tanto conseguir por medio de la Ronda
Uruguay. Los problemas que plantea el reajuste se deben afrontar mediante
políticas destinadas a facilitarlo en lugar de impedirlo.
Las
opiniones proteccionistas a menudo se nutren de informaciones erróneas en lo
que respecta a los efectos de la liberalización del comercio sobre el empleo.
De los hechos se deduce precisamente lo contrario. En los países del G7, la
exportación de mercancías da empleo a casi 23 millones de personas, y la
exportación de servicios, respecto de la cual no existen cifras fiables, emplea
a un número muy superior. En Alemania, Francia, Italia y el Reino Unido los
empleos que dependen de las exportaciones se estiman en aproximadamente 7
millones. Los gobiernos pueden tratar de preservar algunos empleos en
industrias no competitivas mediante la aplicación de obstáculos al comercio,
pero esto se conseguirá a expensas de empleos perdidos en los sectores exportadores
eficientes. Los estudios indican asimismo que el costo anual que supone
proteger un trabajo mediante obstáculos a la importación representa normalmente
entre tres y ocho veces el salario anual de ese empleo.
Finalmente,
cabe seriamente dudar de que los esfuerzos destinados a proteger las industrias
no competitivas y sus empleos puedan tener un éxito duradero. La experiencia
sugiere que las industrias protegidas no se adaptan con la rapidez suficiente y
dependen cada vez más de una onerosa protección. La otra opción es que los
países acepten que la liberalización del comercio puede estimular a las
industrias ineficientes para que sean más competitivas y también puede crear
empleos en las industrias de exportación más eficientes.
Un sistema
de comercio abierto ayuda a la creación de empleo. El comercio crea empleos en
el sector exportador y, mediante el aumento de los ingresos, en el conjunto de
la economía. Por otra parte, los empleos del sector exportador tienen
remuneraciones medias más elevadas que las de los empleos de los sectores poco
eficientes que compiten con las importaciones (según estimaciones recientes,
esa diferencia asciende al 17 por ciento en los Estados Unidos), ya que
en general se trata de empleos más calificados.
Los
argumentos favorables a la apertura del comercio son, a mi juicio,
irrefutables. Pero deseo ser muy claro: esta apertura no puede significar la
ausencia de normas y disciplinas comerciales. Por el contrario, requiere para
sobrevivir.
Por estas
razones, la OMC y el sistema multilateral de comercio que ella consagra
y administra revisten una importancia tan vital para el mundo. Este sistema
constituye el único conjunto de normas de comercio convenidas de ámbito
prácticamente mundial, y cuanto más carácter mundial tienen las economías,
tanto más necesitan normas de alcance mundial.
Hoy
resulta evidente ya que se está produciendo un cambio fundamental en las
políticas comerciales, de lo cuantitativo a lo cualitativo. Al mismo tiempo que
los esfuerzos de las negociaciones del GATT, a lo largo de 50 años, para
reducir los aranceles han resultado fructíferos, y que los países
industrializados han reducido sus aranceles de un promedio superior al 40 por
ciento a menos del 4 por ciento, otros factores que obstaculizan el comercio se
han hecho más visibles.
La
necesidad de elaborar normas para las inversiones internacionales y la política
de competencia, por ejemplo, se hace más evidente a medida qu las actividades
comerciales se extienden cada vez más fuera de las fronteras nacionales o
regionales. Lo mismo cabe decir del mejoramiento de la armonización
multilateral o del reconocimiento mutuo de normas técnicas. En estas cuestiones,
el sistema multilateral debe avanzar si desea mantenerse a la altura de los
tiempos. Se trata de cuestiones que será muy oportuno examinar en la
preparación de la primera Reunión Ministerial de la OMC, que se celebrará en
Singapur en diciembre del año próximo.
Más allá
de las ventajas puramente económicas de los acuerdos de la Ronda Uruguay, es
fundamental un cumplimiento eficaz de los compromisos asumidos con respecto a
las nuevas normas y los nuevos procedimientos, especialmente los relativos a la
solución de diferencias, que constituyen los cimientos jurídicos de todo el
sistema. Las diferencias comerciales presentes y futuras deberían considerarse
bajo esta óptica. Actualmente constituye una noticia destacada una de estas
diferencias, la que opone a los Estados Unidos y el Japón. No quiero
hacer ningún comentario particular sobre este caso, sino tan sólo observar que
ambas partes han llevado el caso ante la OMC para dirimirlo, afirmando que
respetarán sus decisiones.
Hablando
en términos más generales, me gustaría subrayar que sería un error considerar
la existencia de diferencias, aún de aquellas cuya solución es más dificultosa,
como un fracaso del sistema. Por desgracia, ha habido disputas en el pasado y
las habrá en el futuro, tanto en el comercio como en otras esferas de la vida.
Esta es precisamente la razón por la que necesitamos un mecanismo de solución
de diferencias, y por la que se ha reforzado este mecanismo en la Ronda
Uruguay. La responsabilidad recae en los miembros del sistema, que deben
utilizarlo adecuadamente y respetarlo; lo que está en juego es ante todo la
fiabilidad de los compromisos que ellos mismos han contraído.
Hay
también tareas inacabadas que deben completarse, como las negociaciones para
liberalizar el acceso a los mercados en una serie de sectores de servicios. La
más urgente es la relativa a los servicios financieros, donde las negociaciones
deben terminar dentro de una semana justa, el 30 de junio. Quiero subrayar la
importancia de lograr un buen resultado en estas negociaciones.
En
conclusión, déjenme formular el imperativo de liberalización en su perspectiva
más amplia. Esta perspectiva debe ser dinámica, no estática, ya que el sistema
multilateral está lejos de ser completo. He mencionado sectores que todavía
están total o parcialmente fuera de él, pero hay también ciertos países que no
han ingresado todavía en el sistema. Y mientras el sistema multilateral no sea
completo -en otras palabras, mientras que la Organización Mundial del Comercio
no sea una Organización Mundial del Comercio-, el mercado mundial no habrá
llegado a su culminación. El reto consiste en incorporar al sistema los 25
países que han presentado su candidatura -entre los que figuran gigantes como
China y Rusia- y luego ampliarlo hacia el número similar de candidatos
potenciales que hay además de ellos.
Esta será
la prueba de fuego de nuestro compromiso con la libertad comercial. Equivale a
lograr que estos países se sometan a los reglamentos y las disciplinas del
sistema multilateral -con todas sus ventajas y sus obligaciones- como garantía
de que sus mercados se abrirán y se mantendrán abiertos, lo que podría abrir
una perspectiva de crecimiento sin precedentes, pero también, sin duda,
plantear algunos desafíos importantes en la esfera del reajuste económico.
Debemos estar preparados a afrontar estos desafíos, porque la ampliación del
sistema de la OMC es a la vez esencial e inevitable. La alterativa de mantener
a estos países y sus enormes poblaciones fuera del mercado mundial y al margen
de las normas multilaterales es inconcebible si se quiere mantener una visión
racional del futuro. El mundo sería un lugar mucho más peligroso.