Anuario de Relaciones Internacionales, Año 1996 Documentos

 

ORGANIZACION MUNDIAL DEL COMERCIO

Liberalización del comercio y respeto del derecho
en un mundo interdependiente


Renato Ruggiero (Director General de la OMC)
Disertación en la Fundación Herbert Quandt, Bonn, Alemania, 22 de junio de 1995.

 

 El telón de fondo de mis argumentos es el mercado global, entendiendo por éste no una abstracción de los economistas, sino una realidad que nos toca vivir día a día. Vivimos inmersos en la economía global desde que nos levantamos por la mañana con la alarma de un despertador japonés fabricado en Malasia, nos ponemos un traje italiano confeccionado con lana de Australia y bebemos una taza de café de Colombia viendo un telediario estadounidense. Luego nos dirigimos, en un coche alemán (montado en Eslovaquia) a la oficina de una empresa multinacional instalada en un edificio diseñado por un árquitecto chino. El material de oficina que nos aguarda en nuestro despacho procede de Corea, Taiwán, los Estados Unidos y Europa, aunque, a veces, hay componentes de todos estos países en un solo aparato. Más tarde, comeremos, quizás, en un restaurante mexicano regentado por marroquíes, y, ya por la tarde, participaremos en una teleconferencia en la que entrarán en contacto varios sistemas nacionales de telecomunicaciones.

No es necesario que sigamos nuestro recorrido por la sauna finlandesa hasta nuestro futón japonés. El mensaje ha quedado claro, y cada día más, a medida que aumenta la interdependencia de las economías.

Una buena parte del comercio ya no se ajusta al modelo de los libros de texto, según el cual los productos se fabrican en un país y después se transportan al país comprador. Muchas empresas fabrican los componentes en un país y después montan y terminan el producto en otro. La UNCTAD ha calculado que una tercera parte del comercio total se debe a transacciones internas dentro de las empresas. Además, para una empresa, la mejor manera de introducirse en un mercado extranjero consiste, normalmente, en abrir allí una sucursal; de no hacerlo, muchas empresas dedicadas a los servicios tendrían dificultades para vender sus productos en otro país.

El futuro a corto y largo plazo de prácticamente todo cuanto nuestras sociedades valoran depende de nuestra capacidad de mantener un crecimiento económico sostenible. Una de las maneras verdaderamente seguras de estimular el crecimiento eviando la indeseable secuela de inflación es intensificar el comercio. Ese es el objetivo de la Organización Mundial del Comercio: crear unas mejores condiciones de competencia en el comercio. No debemos olvidar que el comercio abierto no es un fin en sí mismo, sino un medio para lograr un fin: la creación de un sistema que permita un reparto más eficiente de los recursos, un mayor crecimiento y una mejora del nivel de vida.

La experiencia internacional demuestra que el comercio ha sido punta de lanza de la evolución de la economía mundial: el comercio moderó la recesión mundial a partir de 1989 y ahora está fomentando la recuperación. Así en 1994 se produjo una gran expansión del comercio internacional; el volumen de las exportaciones mundiales aumentó un 9 por ciento, dos veces más que en 1993. Asimismo, aumentó el ritmo de crecimiento de la producción mundial (3,5 por ciento), pero siempre por debajo del crecimiento del comercio. El hecho de que el comercio crezca más deprisa que la producción es una prueba de la integración continua de las economías nacionales. El crecimiento económico de los países depende cada vez más de los mercados exteriores, pues el mercado interior ya no basta.

El comercio fomenta el crecimiento de muchas maneras: promoviendo una mayor especialización; haciendo posible la realización de ventajas comparativas; incrementando la difusión de los conocimientos internacionales y estimulando una mayor eficiencia de las economías nacionales como resultado de la competencia internacional. Las normas y los compromisos en materia de liberalización del comercio que se han consagrado en el Acuerdo sobre la OMC crean un nuevo dinamismo gracias al aumento de las oportunidades comerciales. También aportan una nueva estabilidad, mediante el reforzamiento del imperio del derecho en la esfera del comercio internacional.

Todos los países del mundo, y en particular los principales exportadores, como Alemania -cuyo comercio ocupa el segundo lugar entre todos los países del mundo- obtienen muchos más beneficios de un sistema de comercio abierto y estable que de uno cerrado. Un entorno internacional estable resulta decisivo para el crecimiento económico. El comercio y las inversiones dependen en gran medida de la existencia de normas multilaterales claras que ayuden a garantizar al sector empresarial un entorno equitativo para sus actividades.

Hay, sin embargo, un reto sobre el que los gobiernos deben reflexionar. En el mercado mundial que está en vías de constituirse, la competencia será sin duda intensa. Las empresas establecidas deberán competir con nuevos participantes. Se hará un mayor hincapié en la investigación y desarrollo, la innovación en materia de productos y el control de los costos, lo que a su vez impulsará las perspectivas de crecimiento. Las empresas que tengan éxito generarán empleo y mejorarán las perspectivas de carrera de sus empleados. Sin embargo, es muy posible que algunas empresas carezcan de capacidad para adaptarse. La continuación de su existencia, ya precaria en el mercado nacional, puede resultar insostenible a largo plazo frente al incremento de la competencia extranjera. Es posible que estas empresas se dirijan a sus gobiernos para solicitar medidas destinadas a paliar los efectos de las importaciones, o bien subvenciones u otras formas de asistencia.

El dilema que plantea esta situación para la adopción de políticas se puede resumir así: demorar el reajuste, obteniendo quizá beneficios políticos a corto plazo, o bien propiciar el reajuste. El retraso del reajuste facilita el proteccionismo, primero en el propio país y después en el extranjero, sofocando progresivamente las posibilidades de un comercio mutuamente beneficioso.

Para conseguir que el comercio sea el motor del crecimiento mundial en el próximo decenio, todas las partes deben cooperar a fin de mantener estos mercados más abiertos y seguros que ha costado tanto conseguir por medio de la Ronda Uruguay. Los problemas que plantea el reajuste se deben afrontar mediante políticas destinadas a facilitarlo en lugar de impedirlo.

Las opiniones proteccionistas a menudo se nutren de informaciones erróneas en lo que respecta a los efectos de la liberalización del comercio sobre el empleo. De los hechos se deduce precisamente lo contrario. En los países del G7, la exportación de mercancías da empleo a casi 23 millones de personas, y la exportación de servicios, respecto de la cual no existen cifras fiables, emplea a un número muy superior. En Alemania, Francia, Italia y el Reino Unido los empleos que dependen de las exportaciones se estiman en aproximadamente 7 millones. Los gobiernos pueden tratar de preservar algunos empleos en industrias no competitivas mediante la aplicación de obstáculos al comercio, pero esto se conseguirá a expensas de empleos perdidos en los sectores exportadores eficientes. Los estudios indican asimismo que el costo anual que supone proteger un trabajo mediante obstáculos a la importación representa normalmente entre tres y ocho veces el salario anual de ese empleo.

Finalmente, cabe seriamente dudar de que los esfuerzos destinados a proteger las industrias no competitivas y sus empleos puedan tener un éxito duradero. La experiencia sugiere que las industrias protegidas no se adaptan con la rapidez suficiente y dependen cada vez más de una onerosa protección. La otra opción es que los países acepten que la liberalización del comercio puede estimular a las industrias ineficientes para que sean más competitivas y también puede crear empleos en las industrias de exportación más eficientes.

Un sistema de comercio abierto ayuda a la creación de empleo. El comercio crea empleos en el sector exportador y, mediante el aumento de los ingresos, en el conjunto de la economía. Por otra parte, los empleos del sector exportador tienen remuneraciones medias más elevadas que las de los empleos de los sectores poco eficientes que compiten con las importaciones (según estimaciones recientes, esa diferencia asciende al 17 por ciento en los Estados Unidos), ya que en general se trata de empleos más calificados.

Los argumentos favorables a la apertura del comercio son, a mi juicio, irrefutables. Pero deseo ser muy claro: esta apertura no puede significar la ausencia de normas y disciplinas comerciales. Por el contrario, requiere para sobrevivir.

Por estas razones, la OMC y el sistema multilateral de comercio que ella consagra y administra revisten una importancia tan vital para el mundo. Este sistema constituye el único conjunto de normas de comercio convenidas de ámbito prácticamente mundial, y cuanto más carácter mundial tienen las economías, tanto más necesitan normas de alcance mundial.

Hoy resulta evidente ya que se está produciendo un cambio fundamental en las políticas comerciales, de lo cuantitativo a lo cualitativo. Al mismo tiempo que los esfuerzos de las negociaciones del GATT, a lo largo de 50 años, para reducir los aranceles han resultado fructíferos, y que los países industrializados han reducido sus aranceles de un promedio superior al 40 por ciento a menos del 4 por ciento, otros factores que obstaculizan el comercio se han hecho más visibles.

La necesidad de elaborar normas para las inversiones internacionales y la política de competencia, por ejemplo, se hace más evidente a medida qu las actividades comerciales se extienden cada vez más fuera de las fronteras nacionales o regionales. Lo mismo cabe decir del mejoramiento de la armonización multilateral o del reconocimiento mutuo de normas técnicas. En estas cuestiones, el sistema multilateral debe avanzar si desea mantenerse a la altura de los tiempos. Se trata de cuestiones que será muy oportuno examinar en la preparación de la primera Reunión Ministerial de la OMC, que se celebrará en Singapur en diciembre del año próximo.

Más allá de las ventajas puramente económicas de los acuerdos de la Ronda Uruguay, es fundamental un cumplimiento eficaz de los compromisos asumidos con respecto a las nuevas normas y los nuevos procedimientos, especialmente los relativos a la solución de diferencias, que constituyen los cimientos jurídicos de todo el sistema. Las diferencias comerciales presentes y futuras deberían considerarse bajo esta óptica. Actualmente constituye una noticia destacada una de estas diferencias, la que opone a los Estados Unidos y el Japón. No quiero hacer ningún comentario particular sobre este caso, sino tan sólo observar que ambas partes han llevado el caso ante la OMC para dirimirlo, afirmando que respetarán sus decisiones.

Hablando en términos más generales, me gustaría subrayar que sería un error considerar la existencia de diferencias, aún de aquellas cuya solución es más dificultosa, como un fracaso del sistema. Por desgracia, ha habido disputas en el pasado y las habrá en el futuro, tanto en el comercio como en otras esferas de la vida. Esta es precisamente la razón por la que necesitamos un mecanismo de solución de diferencias, y por la que se ha reforzado este mecanismo en la Ronda Uruguay. La responsabilidad recae en los miembros del sistema, que deben utilizarlo adecuadamente y respetarlo; lo que está en juego es ante todo la fiabilidad de los compromisos que ellos mismos han contraído.

Hay también tareas inacabadas que deben completarse, como las negociaciones para liberalizar el acceso a los mercados en una serie de sectores de servicios. La más urgente es la relativa a los servicios financieros, donde las negociaciones deben terminar dentro de una semana justa, el 30 de junio. Quiero subrayar la importancia de lograr un buen resultado en estas negociaciones.

En conclusión, déjenme formular el imperativo de liberalización en su perspectiva más amplia. Esta perspectiva debe ser dinámica, no estática, ya que el sistema multilateral está lejos de ser completo. He mencionado sectores que todavía están total o parcialmente fuera de él, pero hay también ciertos países que no han ingresado todavía en el sistema. Y mientras el sistema multilateral no sea completo -en otras palabras, mientras que la Organización Mundial del Comercio no sea una Organización Mundial del Comercio-, el mercado mundial no habrá llegado a su culminación. El reto consiste en incorporar al sistema los 25 países que han presentado su candidatura -entre los que figuran gigantes como China y Rusia- y luego ampliarlo hacia el número similar de candidatos potenciales que hay además de ellos.

Esta será la prueba de fuego de nuestro compromiso con la libertad comercial. Equivale a lograr que estos países se sometan a los reglamentos y las disciplinas del sistema multilateral -con todas sus ventajas y sus obligaciones- como garantía de que sus mercados se abrirán y se mantendrán abiertos, lo que podría abrir una perspectiva de crecimiento sin precedentes, pero también, sin duda, plantear algunos desafíos importantes en la esfera del reajuste económico. Debemos estar preparados a afrontar estos desafíos, porque la ampliación del sistema de la OMC es a la vez esencial e inevitable. La alterativa de mantener a estos países y sus enormes poblaciones fuera del mercado mundial y al margen de las normas multilaterales es inconcebible si se quiere mantener una visión racional del futuro. El mundo sería un lugar mucho más peligroso.