Anuario de Relaciones Internacionales, Año 1997
Reunión bajo el patrocinio de San Egidio, de los representantes de las religiones cristiana, judía y musulmana
Comunicado Final a favor de la paz y del diálogo interconfesional
(Roma, 10 de octubre de 1996)
A diez años de la histórica jornada de Asis en octubre de 1986 cuando Juan Pablo II invitó a los jefes de las Iglesias cristianas y de las grandes religiones mundiales a orar por la paz en el mundo, damos gracias a Dios por el camino recorrido durante estos años, los unos junto a los otros y no los unos contra los otros. Frente a las guerras que han sacudido al mundo durante este período, hemos puesto nuestra confianza ante todo en la oración. Dios escucha las invocaciones, enternece el corazón de los violentos, concede sabiduría y justicia, reconforta a aquellos que buscan la paz. Recordamos a las víctimas de los conflictos y a las heridas aún abiertas ¿pero acatamos solemnemente la invitación a la paz?. Las religiones no incitan ni al odio ni a la guerra, no justifican el derramamiento de sangre inocente. Las religiones no quieren la guerra sino la paz. No hay santidad en la guerra. ¡Sólo la Paz es Santa!.
Durante estos años -después de la invitación hecha por Juan Pablo II en Asis y ampliamente compartida por todos nosotros- surgieron nuevos sentimientos de comprensión entre los creyentes, como un torrente que crece. Nosotros queremos que este río de paz bañe las tierras en guerra, apague los odios, aliente las esperanzas de paz entre nuestros correligionarios.
Convencidos de que las religiones tienen una gran responsabilidad en la prédica del perdón nos dirigimos a todos los que matan y hacen la guerra en nombre de Dios. Les recordamos que la paz es un nombre de Dios. Hablar de guerras , de religión es un absurdo ya que la religión no alienta odios ni conflictos.
Nos dirigimos a todos aquellos que utilizan las armas para afianzar sus intereses; los invitamos a meditar sobre la responsabilidad que les cabe, porque la guerra es siempre una aventura sin retorno con su triste legado de inútiles masacres.
Nosotros no tenemos el poder sino la frágil fuerza de la fe: en su nombre invitamos a todos los hombres a abandonar todo sentimiento violento, a desarmar sus manos dispuestas a golpear, a reconsiderar el uso de la violencia. Que el dolor, la comprensión, el recurso al diálogo para la solución de los conflictos, la búsqueda de la justicia, y sobretodo el amor nos libren de la desgracia y de la guerra. Esta es nuestra invocación y creemos- que también la de millones de creyentes, de hombres y mujeres de nuestro mundo.