- Instituto de Relaciones Internacionales - Anuario 2002 -
Estados Unidos
Nueva York, 10 de noviembre de 2001

Discurso del Presidente George W. Bush ante la Asamblea General de las Naciones Unidas

"Sr. Secretario General, Sr. Presidente, distinguidos delegados, señoras y señores, nos encontramos en una sala dedicada a la paz, en una ciudad aterrada por la violencia, en un país en alerta por el peligro, en un mundo unido y comprometido en una larga lucha.

Todas las naciones civilizadas presentes hoy aquí están resueltas a mantener el compromiso fundamental de la civilización. Nos defenderemos y defenderemos nuestro futuro contra el terror y la violencia criminal. La ONU fue creada para esta causa.

En la Segunda Guerra Mundial, aprendimos que no hay forma de aislarse del mal. Afirmamos entonces que algunos crímenes son tan terribles que ofenden a la humanidad en sí, y resolvimos que estas agresiones y ambiciones de los criminales deben ser combatidos de forma rápida, decisiva y colectiva antes de que nos amenacen a todos. El mal ha vuelto y esta causa ha vuelto a la palestra.

A pocas millas de aquí, yacen muchos miles de personas en una tumba de escombros. Mañana, el secretario general, el presidente de la Asamblea General y yo visitaremos ese lugar, en el que se leerán los nombres de las regiones y países que han perdido alguna persona.

Si tuviésemos que leer los nombres de todas las personas que murieron, tardaríamos más de tres horas.

Entre esos nombres se encuentra el de un ciudadano de Gambia, cuya mujer pasó el día de su cuarto aniversario de boda, el 12 de septiembre, buscando en vano a su marido.

También se encuentra el de un hombre que mantenía a su mujer en México, enviándola dinero cada semana.

También está el de un joven paquistaní que rezaba cinco veces al día hacia la Meca y que murió ese día intentando salvar a otros.

El sufrimiento del 11 de septiembre se infligió sobre gente de muchos países y que profesaba muchas religiones.

Todas las víctimas, incluyendo a los musulmanes, fueron asesinadas con la misma indiferencia y satisfacción por los líderes terroristas.

Los terroristas violan los dogmas de todas las religiones, incluyendo la que ellos invocan.

La semana pasada, el jeque de la Universidad de Al Azhar, la más antigua institución universitaria islámica, declaró que el terrorismo es una enfermedad y que el Islam prohíbe matar civiles inocentes.

Los terroristas dicen que su causa es sagrada, mientras que la financian en el tráfico de drogas. Ellos animan a los asesinos y a los suicidas en nombre de una religión que prohíbe ambas cosas. Se atreven a pedir la bendición divina mientras se preparan para matar hombres, mujeres y niños inocentes. Pero el Dios de Isaac e Ismael nunca atendería esas oraciones.

Y un asesino no es un mártir, es sólo un asesino. El tiempo pasa. Pero Estados Unidos no olvidará el 11 de septiembre. Siempre recordaremos a los rescatadores que murieron con honor. Recordaremos a cada familia que vive ahora en el dolor. Recordaremos el fuego y las cenizas, las últimas llamadas telefónicas, los funerales de los niños.

Y la gente de mi país recordará a aquellos que han conspirado contra nosotros. Estamos averiguando sus nombres.

Vamos a conocer sus caras. No hay lugar en la tierra lo suficientemente oscuro o lejano que les pueda proteger.

Cueste lo que cueste, la hora de la justicia llegará para ellos.

Cada nación tiene interés en esta causa. Según lo vemos, los terroristas planean más atentados, quizá en mi país, quizá en el vuestro. Asesinarán porque aspiran a dominar. Buscan derribar gobiernos y desestabilizar regiones enteras.

La semana pasada, anticipándose a esta reunión, denunciaron a las Naciones Unidas.

Llamaron criminal a nuestro secretario general y condenaron a todas las naciones árabes que están aquí como traidoras al Islam.

Muy pocos países coinciden con sus pretensiones de brutalidad y opresión. El resto de los estados es un objetivo potencial y el mundo entero se enfrenta al más horroroso de los pronósticos: los terroristas buscan armas de destrucción masiva, las herramientas para convertir su odio en Holocausto.

Se puede esperar que usen armas químicas, biológicas y nucleares en el momento en que sean capaces. Ningún indicio será capaz de prevenirlo. Esta amenaza no puede ser ignorada. No puede ser aplacada. La civilización en sí, la que compartimos, está amenazada.

La Historia recordará nuestra respuesta y juzgará o justificará a cada nación presente en esta sala. El mundo civilizado responde ahora. Actuamos para defendernos y para preservar a nuestros hijos de un futuro de terror.

Elegimos la dignidad de la vida sobre una cultura de la muerte. Elegimos el cambio legal y el desacuerdo civil sobre la coacción, la subversión y el caos.

Estos compromisos -esperanza y orden, ley y vida- unen a las personas de todos las culturas y continentes. De estos compromisos depende la paz y el progreso. Estamos dispuestos a luchar por estos compromisos.

Naciones Unidas se han levantado para afrontar esta responsabilidad. El 12 de septiembre, estos edificios abrieron para albergar reuniones de emergencia de la Asamblea General y del Consejo de Seguridad. Antes de que se pusiera el sol, estos ataques al mundo ya habían sido condenados por el mundo entero.

Y quiero agradecer esta firme respuesta.

También agradezco a los países árabes e islámicos que hayan condenado el asesinato terrorista. Muchos de ustedes han visto la destrucción del terror en sus propios países. Los terroristas están cada vez más aislados por su odio y su extremismo.

No se pueden esconder tras el Islam. Los autores del asesinato masivo y sus aliados no tienen sitio en ningún lugar, en ninguna cultura ni en ninguna fe.

Las conspiraciones del terror encuentran la respuesta de una coalición global. No todas las naciones tomarán parte en la acción contra el terrorismo, pero cada una de las naciones de nuestra coalición tiene deberes que hacer.

Estos deberes pueden ser demandados, como estamos aprendiendo en América. Ya hemos reformado nuestras leyes y nuestras vidas diarias. Tomamos nuevas medidas para investigar a los terroristas y protegernos contra las amenazas. Los líderes de todas las naciones deben considerar cuidadosamente estas responsabilidades y su futuro.

Las organizaciones terroristas como Al Qaeda dependen de la ayuda o la indiferencia de los gobiernos. Necesitan el apoyo de una infraestructura financiera y refugios para entrenarse, planear y esconderse.

Algunos países quieren tomar parte en la lucha contra el terror pero nos dicen que carecen de los medios para reforzar sus leyes y controlar sus fronteras. Estaremos preparados para ayudarles.

Algunos gobiernos hacen la vista gorda a los terroristas, esperando que la amenaza pase de largo. Se equivocan. Y algunos gobiernos, que dicen apoyar los principios de Naciones Unidas, prueban fortuna con los terroristas. Los apoyan y les dan cobijo pero descubrirán que sus invitados son parásitos que los debilitarán y los consumirán.

Hay un precio que cada país que apoye al terror tendrá que pagar, y lo pagarán. Los aliados del terror son igualmente culpables de asesinato e igualmente responsables ante la justicia. Los talibánes están ahora aprendiendo esta lección.

Este régimen y los terroristas que lo apoyan son virtualmente indiferenciables.

Juntos, promueven el terror en el exterior e imponen el reinado del terror al pueblo de Afganistán. Las mujeres son ejectuadas en el estadio de fútbol de Kabul. Pueden ser golpeadas por llevar calcetines demasiado finos. Los hombres son encarcelados por no rezar.

Estados Unidos, apoyados por muchas naciones, traerán la justicia a los terroristas de Afganistán. Progresamos en nuestros objetivos militares, y ése es nuestro objetivo. Al contrario que nuestros enemigos, intentamos minimizar, no maximizar, las muertes de inocentes. Estoy orgullosos de la conducta ejemplar del ejército americano.

Y mi país sufre por todo el dolor que los talibanes han llevado a Afganistán, incluida la terrible carga de la guerra.

El pueblo afgano no merece a sus actuales gobernantes. Años de desgobierno talibán no han traído más que miseria y hambre. Incluso antes de la presente crisis, cuatro millones de afganos dependían de la ayuda de Estados Unidos y otros países y millones de afganos eran refugiados de la opresión talibán.

Hago esta promesa a todas las víctimas de ese régimen: los días de cobijar a los terroristas, de comerciar con heroína, de abusar de las mujeres están llegando a su fin. Y cuando es régimen talibán haya caído, el pueblo de

Afganistán dirá, junto al resto del mundo: ¡Qué alivio!

Puedo prometer también que América se unirá al mundo en la ayuda al pueblo afgano para reconstruir su país.

Muchos países, incluido el mío, enviarán comida y medicinas para ayudar a los afganos a pasar el invierno.

América ha dejado caer desde sus aviones 1,3 millones de raciones en Afganistán. Sólo esta semana, hemos arrojado 20.000 mantas y más de 200 toneladas de provisiones en la región.

Continuaremos suministrando ayuda humanitaria, incluso aunque los talibanes hayan intentado robar la comida que enviamos.

Se necesitará más ayuda. EE UU trabajará junto con Naciones Unidas y los bancos de desarrollo para reconstruir Afganistán después de que cesen las hostilidades y los talibanes no tengan ya el control. Y EE UU trabajará con Naciones Unidas para apoyar a un gobierno post-talibán que represente a todos el pueblo afgano.

En esta guerra, todos debemos responder por lo que hayamos hecho o dejado de hacer. Después de la tragedia, hay tiempo para la condolencia. Y mi país está muy agradecido a todos por ella. Los memoriales y vigilias en todo el mundo no se olvidarán, pero ya ha pasado el tiempo de la condolencia. Ha llegado el tiempo de la acción.

Las obligaciones básicas de este nuevo conflicto ya han sido definidas por Naciones Unidas. El 28 de septiembre, el Consejo de Seguridad adoptó la resolución 1373. Sus requerimientos son claros. Cada miembro de Naciones Unidas, tiene su responsabilidad en cortar el apoyo financiero del terrorismo. Debemos aprobar leyes en nuestros países que permitan la confiscación de los activos terroristas.

Debemos aplicar estas leyes en todas las instituciones financieras de todos los países. Tenemos la responsabilidad de compartir información y coordinar esfuerzos para el refuerzo de las leyes. Si alguien sabe algo, que nos lo diga. Si sabemos algo, se lo diremos. Y cuando encontremos a los terroristas, trabajaremos juntos para llevarlos ante la justicia.

Tenemos la responsabilidad de acabar con los santuarios terroristas y con cualquiera de sus refugios. Se deben cerrar todos los campos terroristas conocidos y se debe detener a sus ocupantes y presentar pruebas a las Naciones Unidas.

Tenemos la responsabilidad de negar armas a los terroristas e impedir que los ciudadanos se las suministren.

Estas obligaciones son urgentes y deben vincular a todas las naciones aquí presentes. Muchos gobiernos se toman estas obligaciones en serio y mi país lo aprecia.

Incluso antes de la resolución 1373, se esperaba y requería más de nuestra coalición contra el terror. Pedimos un compromiso serio en esta lucha. Debemos unirnos contra todos los terroristas, no sólo contra unos pocos.

En este mundo hay buenas y malas causas, y debemos oponernos a todo lo que traspase esa línea. Y no hay nada peor que un terrorista. Ninguna aspiración nacional, ningún error puede justificar el deliberado asesinato de inocentes. Todos los países que rechacen este principio, que intenten albergar y hacerse amigos de los terroristas, conocerán las consecuencias.

Debemos decir la verdad sobre el terror. No podemos tolerar especulaciones relacionadas con los atentados del 11 de septiembre, mentiras maliciosas que intenten echar la culpa de ellos a alguien que no sean los propios terroristas. Inflamar los odios étnicos es ayudar a la causa del terror.

La guerra contra el terror no debe servir como excusa para perseguir a minorías étnicas o religiosas en ningún país. La gente inocente debe poder vivir su vida de acuerdo con sus costumbres y su religión. Y toda nación debe tener canales para la expresión pacífica de la opinión y la disensión. Cuando estos canales se cierran, la tentación de hablar por medio de la violencia crece.

Debemos impulsar con nuestra agenda la paz y la prosperidad en cualquier lugar. Mi país se ha comprometido a impulsar el desarrollo y expandir el comercio. Mi país se ha comprometido a invertir en educación y en combatir el sida y otras enfermedades infecciosas en todo el mundo.

Después del 11 de septiembre, esos compromisos son incluso más importantes. En nuestra lucha contra los grupos del odio que explotan la pobreza y la desesperación, debemos ofrecer una alternativa de oportunidades y esperanza.

El gobierno americano también mantiene su compromiso con una paz justa en Oriente Próximo. Estamos trabajando para que llegue un día en el que dos estados -Israel y Palestina- vivan pacíficamente juntos dentro de unas fronteras seguras y reconocidas de acuerdo con las resoluciones del Consejo de Seguridad.

Haremos todo lo que esté en nuestro poder para que las dos partes vuelvan a las negociaciones. Pero la paz sólo llegará cuando todos abjuren para siempre de la incitación a la violencia y el terror.

Y finalmente, esta lucha representa un momento decisivo para las propias Naciones Unidas. Y el mundo necesita su liderazgo de principios. La credibilidad de esta gran institución se socava, por ejemplo, cuando la Comisión de Derechos Humanos ofrece asientos a los más persistentes violadores de derechos humanos del mundo. Las Naciones Unidas dependen por encima de todo de su autoridad moral y esa autoridad debe ser preservada.

Los pasos que he descrito no son fáciles. Requerirán esfuerzo de todas las naciones. Para algunas naciones requerirán un gran valor. Sin embargo, el coste de la inacción será mucho mayor. La única alternativa a la victoria es un mundo de pesadilla en el que cada ciudad sea un potencial campo de masacres.

Como ya he dicho al pueblo americano, la libertad y el miedo están en guerra. Nos enfrentamos a enemigos que no odian nuestra política sino nuestra existencia, la tolerancia de una cultura abierta y creativa que nos define. Pero el desenlace de este conflicto está claro. La historia ha demostrado que hay una corriente que lleva a la libertad.

Nuestros enemigos la rechazan, pero los sueños de la humanidad están definidos por la libertad, el derecho natural a crear y construir credos y a vivir con dignidad. Cuando todos los hombres y mujeres están libres de la oresión y el aislamiento, encontrarán la realización y la esperanza y millones de personas dejarán la pobreza.

Estas aspiraciones han levantado a los pueblos de Europa, Asia, África y América y pueden levantar a todo el mundo islámico. Estamos a favor de las esperanzas de la humanidad y estas esperanzas no le serán negadas. Tenemos confianza en que la historia tiene un autor que llena el tiempo y la eternidad con sus propósitos. Sabemos que el mal es real, pero que el bien prevalecerá. Esta es la enseñanza de muchas religiones.

Y con este convencimiento, ganaremos fuerza para un largo viaje. Es nuestra tarea, la tarea de esta generación, la de proporcionar respuesta a la agresión y al terror. No tenemos otra opción, porque no hay más opción que la paz.

No pedimos esta misión, pero tenemos el honor de una llamada histórica. Tenemos la oportunidad de escribir la historia de nuestro tiempo, una historia de coraje que vence a la crueldad y de luz sobre la oscuridad. La llamada merece la pena para cada vida y para cada país.

Así que déjennos seguir adelante, confiados, resueltos y sin miedo.

Muchas gracias.