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Instituto
de Relaciones Internacionales - Anuario 2002
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Comunidad de Sant Egidio |
Piazza della Cattedrale, Martes 4 de septiembre 2001 |
En este siglo que acaba de comenzar, hombres y mujeres de religiones distintas, provenientes de muchas partes del mundo, nos hemos reunido en Barcelona para invocar a Dios el gran don de la paz. A orillas de este Mediterráneo que ha conocido conflictos y cohabitación, se ha elevado una oración intensa para que de muchas partes del mundo se aleje la guerra. En la conciencia de las diferentes religiones resuena el eco de una convicción: Dios ama la paz y no quiere la guerra, y quien invoca el nombre de Dios descubre que su nombre quiere decir paz. Esta convicción y esta oración son una riqueza para el mundo. Nos han alcanzado las demandas de los pueblos en guerra, de los pobres, de las víctimas del odio. A los hombres de religión se han unido algunos testigos de la búsqueda de lo humano. Sentimos que es común el desafío de hacer crecer un alma pacífica en nuestro mundo globalizado. El alma permite descubrir los muchos rostros del mundo. La paz es el nombre de Dios y quien usa el nombre de Dios para odiar al hombre o para usar la violencia abandona la religión pura. Ninguna razón ni ninguna injusticia padecida justifican nunca la eliminación del otro. Hemos vivido días de diálogo. Estamos convencidos de que el diálogo entre las religiones y las culturas debe continuar en el siglo que se ha abierto. El camino para superar los recelos y los conflictos es el diálogo, porque no sólo no debilita la identidad de ninguno sino que permite redescubrir lo mejor de uno mismo y del otro. Sí, nunca se pierde nada con el diálogo. El diálogo es la medicina que ayuda a purificar la memoria de las injusticias padecidas y a soñar un futuro para las jóvenes generaciones. En una sociedad en la que cada vez más la gente distinta vive junta, es necesario aprender el arte del diálogo. Las religiones están comprometidas en este camino, que se nutre de esperanza, de sentido de misericordia y de disponibilidad. No queremos dejar solos a los pueblos en una globalización sin rostro. No queremos dejar solos a los pueblos víctimas de la guerra, madre de todas las pobrezas. No queremos dejar sola a África mientras afronta la pobreza, la enfermedad y la guerra. Sentimos que su destino es decisivo para Europa y el mundo. No queremos dejar a nuestros hijos huérfanos de la esperanza en un medio ambiente que se va degradando de manera irresponsable hacia el futuro. En estos días, en Barcelona, ha crecido una comunidad de buscadores de paz que procede de historias, tradiciones, religiones y lenguas diferentes. Es nuestra riqueza y nuestra fuerza. Sólo tenemos la fuerza débil de la fe, de la oración y de la amistad. La oración y la amistad purifican nuestro corazón y nos ayudan a decirnos mutuamente la palabra difícil y comprometedora del perdón, gran camino de paz. Nos ayudan a soñar un nuevo siglo sin guerras, respetuoso con los pueblos, atento al medio ambiente y unido en su diversidad. Entonces, ¡nunca más la guerra! ¡Que Dios conceda al mundo entero y a cada hombre y a cada mujer el maravilloso don de la paz! |