- Instituto de Relaciones Internacionales - Anuario 2002 -
Departamento de Medio Oriente
 
Medio Oriente en el Año 2001

Los atentados a las Torres Gemelas en el corazón de Nueva York, y al Pentágono en Washington, provocaron un verdadero terremoto en la agenda política internacional del 2001. Por haber sido atacada la primera potencia mundial; por la magnitud de los atentados y su secuela de muertos; por la compulsión de modificar la agenda de política exterior que tenía planificada el presidente George Bush(h); por las secuelas económicas, culturales y políticas que dejarán en la sociedad estadounidense, por las desconocidas implicancias que tendrán los bombardeos sobre Afganistán, y por lo que despertará en el resto del mundo. Si el historiador inglés Eric Hobsbawm afirma que el siglo XX finalizó con la caída del Muro de Berlín, surgirán otros que plantearán que el siglo XX se extendió hasta el 11 de septiembre y que -en realidad- ese día marca el comienzo del siglo XXI.

Después del 11 de septiembre, Thomas Friedman, uno de los columnistas más importantes del New York Times, señalaba que los estadounidenses debían comprender que los terroristas "no odian sólo nuestras políticas sino que odian nuestra misma existencia". Además, que en el Medio Oriente "no hay que olvidar que somos su único rayo de esperanza" .

Es interesante notar como esta auto percepción es muy poco compartida fuera de Estados Unidos y no sólo en el mundo árabe-islámico. Jean Daniel, director del parisino Le Nouvel Observateur, afirmaba el 14 de septiembre que "los norteamericanos tienen tal sentimiento de inocencia que nunca sabrán lo que expían. Había en la arrogancia de su buena fe un desprecio protector que pueblos, sociedades e individuos encontraban humillante".

Los atentados a las Torres Gemelas sirvieron también para que nuevamente el islam fuera señalado como el "nuevo enemigo de Occidente". "Existe un consenso sobre el islam como una especie de chivo emisario para cualquier suceso que no nos guste sobre los nuevos modelos políticos, sociales y económicos a nivel mundial -ya escribía en 1985 Edward Said, profesor de literatura comparada de la Universidad de Columbia-. Para la derecha, el islam representa barbarismo; para la izquierda, una teocracia medieval; para el centro, una especie de exotismo desagradable. A pesar de que se sabe muy poco sobre el mundo islámico existe un acuerdo de que allí no hay demasiado que se pueda aprobar."( ). Las imágenes de Afganistán, asociadas con la destrucción de las Torres Gemelas, no hacen más que acrecentar esta antinomia simplista y maniquea de "civilización o barbarie".

De todas maneras, más allá de las declamaciones principistas casi como reflejo natural producto de la mezcla de dolor, bronca y el deseo de revancha del día después, los principales medios de comunicación estadounidenses, los "Think Thank" y el propio gobierno, tuvieron que salir a explicar el porqué de los atentados en el corazón de Estados Unidos buscando las causas en la política exterior de la Casa Blanca y especialmente en su relación hacia el Medio Oriente y el mundo árabe-islámico.

El 15 de septiembre Jim Hoagland, del Washington Post, señaló que no se trataba de un ataque "contra la democracia o la civilización occidental -como afirmaba Friedman- sino que un ataque contra EEUU por razones específicas y rebuscadas que casi con seguridad tienen su origen en el Golfo" . El 27 de septiembre, un editorial del New York Times reconocía que "Estados Unidos tiene una larga y calamitosa historia de tumbar gobiernos que no son amigos nuestros. Las repercusiones negativas de los golpes de Estado en Guatemala e Irán en época de la época de la Guerra Fría todavía persiguen a Washington hasta el día de hoy." Podríamos abundar en citas provenientes de periodistas e intelectuales que durante la semana del martes 11 colocaron la política exterior de Estados Unidos en el corazón de la nueva crisis internacional. Pero el reconocimiento más revelador de la relación existente entre política exterior y terrorismo fue dado por el ex presidente Jimmy Carter doce años antes del martes 11 cuando reconoció esta relación al afirmar que "sólo hace falta ir al Líbano, Siria o Jordania para ver el inmenso odio de la gente hacia Estados Unidos porque nosotros hemos bombardeado sin piedad y matado a gente inocente, mujeres y niños, campesinos y sus esposas (...) Como resultado de ello, para esa gente que está profundamente resentida nos hemos convertido en un especie de diablo. Eso llevó a que tomen rehenes y eso precipitó algunos ataques terroristas".

Los problemas de Estados Unidos no provienen solamente de su intervención en el Medio Oriente, en realidad, el problema central que ha quedado al descubierto después del 11 septiembre es la extrema hegemonía ejercida por Estados Unidos sobre el conjunto del mundo como señaló el sociólogo Alain Touraine dos días después de los atentados.

Como lo señaló un reciente estudio de uno de los "Think Tank" más influyentes de los Estados Unidos, la RAND Corporation, de cuyas filas también proviene el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, "hoy el rol del poder militar de EEUU puede ser definido ampliamente: proteger y promover los valores y los intereses Americanos y los de sus aliados virtualmente en cualquier lugar del mundo. A veces ese rol implica pelear guerras, mayormente, previniéndolas". Amén del debate teórico respecto a las características de una guerra, el presidente George Bush fue categórico al señalar el mismo 11 de septiembre "estamos en guerra".

Una vez señalado Bin Laden como culpable de los ataques Estados Unidos buscó construir la "Coalición Internacional contra el Terror" que le diera legitimidad en su difusa e incierta lucha global contra el terrorismo y un "cheque en blanco" a una ofensiva militar allí donde se realizara. Cómo era lógico de esperar, primero apeló a su propio Congreso -donde consiguió un voto casi unánime de apoyo- y a los países occidentales más poderosos, para luego comenzar a tejer una compleja red de nuevas alianzas, impensada un mes antes de los atentados. La ofensiva diplomática logró el apoyo explícito e implícito de casi todas las naciones y que los tres países que mantenían vínculos con el régimen de los talibanes -Arabia Saudí, los Emiratos Arabes Unidos y Pakistán- los cortaran.

Ante la presencia de la primera potencia mundial como víctima, muy pocos cuestionaron la legitimidad jurídica de la intención de Estados Unidos de comenzar los bombardeos sobre Afganistán el 7 de octubre. Michael Mandel, profesor de derecho en Osgoode Hall Law School, Toronto, y especialista en derecho penal internacional, sostiene que "el Artículo 51 otorga a un Estado el derecho a repeler un ataque que se está llevando a cabo o es inminente, como una medida temporal hasta que el Consejo de Seguridad de la ONU pueda tomar las medidas necesarias para la paz y la seguridad internacionales (y) el derecho a la autodefensa unilateral no incluye el derecho a las represalias una vez el ataque ha parado. El derecho de autodefensa en derecho internacional es como el derecho de autodefensa en nuestro propio derecho: Te permite defenderte cuando la ley no está alrededor, pero no te permite tomarte la justicia por tu mano.
Para justificar la ofensiva militar el gobierno de los Estados Unidos manifestó que los talibanes se habían negado a las cuatro exigencias formuladas por el presidente Bush: La entrega de Bin Laden, el cierre de sus campos de entrenamiento. permitir inspecciones internacionales en suelo afgano y la liberación de los ocho cooperantes internacionales.

Una vez conseguido el consenso de las naciones "occidentales" y el apoyo de la mayoría de los países árabes e islámicos comenzó la ofensiva militar. Claro está que -a diferencia de los países occidentales, que -en principio- deberían tener objetivos afines a los Estados Unidos, cada uno del resto de los países que aprobó los bombardeos sobre Afganistán lo hizo por intereses propios. El 26 de octubre, en su habitual columna del New York Times, Thomas Friedman se lamentaba que los Estados Unidos estuvieran solos en esta guerra. "Mis amigos americanos -decía- odio decir esto, pero excepto por los viejos y buenos brits, estamos solos (...) ¿Por qué tuvimos tantos aliados en la Guerra del Golfo contra Irak? Porque los saudíes y kuwaitíes compraron esa alianza. Compraron al ejército sirio con billones para Damasco. Nos compraron a nosotros y los europeos con las promesas de los contratos de la gran reconstrucción y pagando nuestros costos. (...) Lamentablemente la muerte de 5 mil inocentes americanos en Nueva York no le mueve un pelo al resto del mundo." Fiel a su tradición Estados Unidos también hizo uso de la presión política para conseguir, como en el caso de Pakistán, un giro de 180 grados en la política gubernamental de Islamabad. Dos años después de liderar un golpe de Estado -condenado en Occidente- el general Pervez Musharraf obtuvo de las principales potencias occidentales la legitimidad que precisaba para seguir gobernando de espaldas a las tradiciones democráticas que Occidente dice impulsar en todo el planeta.

El reiterado cambio de discurso del Departamento de Estado respecto de los objetivos a lograr reflejó más que nada la necesidad de encontrar una justificación a los bombardeos de la primera potencia mundial sobre uno de los países más pobres del planeta.

La desigualdad de fuerzas y recursos, la falta de imágenes sobre los bombardeos, la huída de miles de afganos por causa de los bombardeos, y los famosos "daños colaterales", que no son otra cosa que un eufemismo para indicar que las bombas han caído sobre civiles, no hicieron más que incrementar las dudas y el rechazo -no sólo en el mundo árabe e islámico- respecto de la ofensiva militar que -en un primer momento- se había planteado como objetivo la captura de Bin Laden y la liquidación del terrorismo.

Según David Miller, del Stirling Media Research Institute, la mayor encuesta internacional sobre la guerra la realizó Gallup International en 37 países y -salvo en Estados Unidos, India e Israel- la mayoría de los encuestados prefería la extradición y un juicio de los sospechosos antes que los bombardeos de Estados Unidos.

Ante la posibilidad de que el gobierno de Estados Unidos perdiera credibilidad y quedara desprestigiado por los bombardeos, directivos de la CNN -nuevamente actuando como "brazo mediático" de la Casa Blanca- le ordenaron a sus periodistas "balancear las imágenes de las bajas civiles en las ciudades afganas con recordatorios que los talibanes cobijan terroristas asesinos y diciendo que es muy perverso focalizar demasiado en las bajas o las penurias de Afganistán". En un memo interno Walter Isaacson, un ejecutivo
de la CNN, decía que "debemos hablar de cómo los talibanes usan a los civiles como escudos humanos y cómo los talibanes han cobijado terroristas responsables de la muerte de cerca de 5 mil personas inocentes".

La búsqueda de la legitimidad de los bombardeos sobre Afganistán contó con un elemento propagandístico fundamental: la demonización del enemigo. Tal cual sucedió durante la Guerra del Golfo, la magnificación y mitificación del poderío del Saddam Hussein y de los talibanes y del "ejército de 20 mil hombres de Bin Laden" sirvió para obtener legitimidad y consenso para lanzar la ofensiva militar. Como en 1991, la huida de los talibanes de Kabul casi sin disparar un tiro permite concluir que ambos "demonios" tienen una capacidad operativa real dentro de su territorio pero son incapaces de enfrentarse a la primera potencia militar del mundo.

¿Es el islam el nuevo enemigo de Occidente como parecen plantearlo nuevamente los estrategas norteamericanos a pesar de que se desviven por aclarar que sólo buscan liquidar a los terroristas? No cabe la menor duda de que la inmensa mayoría de los musulmanes y árabes tienen la sensación de que nuevamente hay una guerra contra el islam. Esta no es una mera percepción paranoica que los nuevos discursos del presidente Bush lograrán amortiguar; menos aún después de que hiciera alusión a una "cruzada" contra el terrorismo y bautizara la operación militar con el nombre de "Justicia Infinita". En el mundo árabe-islámico existe el convencimiento de que hay masacres que para los occidentales pesan como montañas y que otras -en Chechenia, Bosnia, Palestina, Irak o Afganistán- pesan como plumas.

Paradójicamente, si bien el islam ocupó el centro de la atención intelectual y política en Estados Unidos en el primer lustro de los noventa , los movimientos islámicos -como lo ha analizado en profundidad el sociólogo francés Gilles Kepel en su libro Jihad, expansion et déclin de l´islamisme- están en franco retroceso. Lo novedoso, es que su fragmentación es lo que posibilitó la aparición de un fenómeno como el de Bin Laden, que no tiene el apoyo de movimientos sociales revolucionarios sino que más bien parece representar puntualmente los intereses de un sector de la burguesía saudí y -desde su aparición mediática- la desesperación de aquellos excluidos de la modernidad que pueden identificarse con alguien por el mero hecho de golpear a Estados Unidos.

En el 2001 también hubo un cambio de gobierno en el Estado de Israel ya que asumió como primer ministro Ariel Sharon, dirigente del Likud, el partido más fuerte de la derecha israelí, desplazando al laborismo liderado por Ehud Barak quien consideró que su "aura" de alumno y sucesor del asesinado Itzjak Rabin le alcanzaría para imponerle su visión de paz a los palestinos y a la sociedad israelí. Barak creyó que podría aprovechar la compleja ley electoral para impedir que el ex primer ministro de derecha Biniamín Netaniahu -que lo aventajaba en todas las encuestas-, pudiera participar de los comicios de 2001. Apostó a que la derecha se viera "forzada" a presentar al desprestigiado Ariel Sharon que tenía muy poco apoyo incluso dentro del Likud pero éste finalmente se impuso con el 62 por ciento de los votos.

Según la profesora de la Universidad de Tel Aviv, Tanya Reinhart, Barak logró convencer a la sociedad israelí de que la paz con los palestinos era imposible porque éstos no estaban dispuestos a aceptar ninguno de sus ofrecimientos y que -por ende- la guerra era inevitable.

Paradójicamente, Barak se presentó como si estuviera dispuesto a realizar concesiones nunca hechas por un gobierno israelí: retirarse del 90-95 % de los territorios ocupados en 1967, incluyendo el Golán sirio y la parte Este de Jerusalén.

Sin embargo, Reinhart sostiene que -contrario a la percepción pública- Barak nunca ofreció devolver el Golán ni tampoco desmantelar los asentamientos judíos en Cisjordania y Gaza, considerados desde siempre como el principal escollo para la paz. Es más, datos oficiales confirman que Barak fue el primer ministro que más asentamientos construyó desde 1992.

Según Reinhart después de la firma de los acuerdos de paz en 1993 un 60% de la población israelí apoyaba la devolución de "tierras" a cambio de "paz", incluso desmantelando los asentamientos. Al final del gobierno de Barak y después de que éste sostuviera que los árabes no estaban dispuestos a aceptar sus propuestas, el apoyo a la consigna "tierras por paz" se redujo al 30%.

Por otra parte, la política de bombardear ciudades palestinas llevada adelante por Barak para liquidar la nueva intifada del año pasado también provocó que le retiraran su apoyo los sectores progresistas. Por primera vez en la historia del Estado de Israel una amplia franja del voto progresista depositó un papel en blanco en las urnas. Barak, antiguo discípulo de Sharon, más allá de la retórica, ofrecía lo mismo que su adversario: guerra con los palestinos.

De allí que triunfara Ariel Sharon prometiendo "seguridad por paz", un viejo lema de la derecha que prioriza la seguridad de su población por sobre cualquier propuesta de devolución de territorios. Además, Sharon siempre fue contundente y explícito en su intención de no devolver los territorios que Israel ocupa desde 1967. A fines de los setenta fue el principal impulsor de los asentamientos que se desarrollaron con el claro objetivo de impedir cualquier futura evacuación y no deja de afirmar que "Jerusalén permanecerá unida y bajo soberanía de Israel para siempre".

El gobierno de coalición que tiene a Sharon como primer ministro y a Shimón Peres como canciller incluye a casi todos los partidos políticos que -a cambio- han recibido alguna que otra cartera ministerial y por primera vez en su historia el laborismo comparte un gobierno con la extrema derecha y con diputados que hablan abiertamente de expulsar a todos los palestinos, atacar Teherán o destruir la represa de Asuán en Egipto.

Al participar del gobierno de Sharon el laborismo ha legitimado la gestión de gobierno de la derecha israelí y contribuyó en 2001 a la atomización de los movimientos pacifistas, que representan el único contrapoder dentro de la sociedad israelí capaz de impedir que la derecha se aleje más y más de un proceso de paz iniciado en un cada vez más alejado 1993.

Esto, sumado a los atentados palestinos contra población civil israelí y los atentados del 11 de septiembre le permitieron a Sharon -con el apoyo abierto de Estados Unidos- dilatar las negociaciones de paz con los palestinos.

Por Pedro Brieger
Coordinador del Departamento de Medio Oriente