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Instituto
de Relaciones Internacionales - Anuario 2002
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Departamento de Medio Oriente |
Presentación El 2001 ha sido un año funesto para Medio Oriente y, en particular para israelíes y palestinos. La amenaza de un conflicto fratricida entre los propios palestinos; la ofensiva israelí, aprovechando la ola de repulsa internacional al terrorismo desata-da por el 11-S; la Intifada de Al-Aqsa, que estalló el 28 de septiembre de 2000 tras la visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas, y que ha costado la vida a más de un millar de personas -más de 900 palestinos y 200 israelíes- fueron to-dos malos presagios hechos realidad. La intención de Sharon de terminar con Yasir Arafat y su futuro estado fue el rec-tor de la política israelí durante el año pasado. Vale recordar que la Autoridad Pa-lestina fue calificada, por el propio Sharon, como una "entidad que apoya al terro-rismo" por permitir los atentados de organizaciones fuera de su control. A su vez, la Autoridad Palestina es criticada por gran parte de la población palestina por co-rrupta e ineficaz. El gobierno palestino se ha convertido en el principal objetivo de las Fuerzas de Defensa Israelíes. El año comenzó con el regreso del poder a manos de la derecha israelí, partidaria de una solución militar impuesta unilateralmente. El laborista Ehud Barak, a pesar de los vaivenes políticos, continúo con las negociaciones finales con los palestinos; pero finalmente dimitió el 9 de diciembre de 2000, abandonado por sus ministros y acorralado por la opinión pública. Los israelíes, cansados de promesas y de buenas palabras, optaron por entregar las riendas del país al ex general Ariel Sharon, que logró un 62,2% de los votos en las elecciones del 6 de febrero, casi el doble que Barak. Sin embargo, la abstención fue abrumadora, la más alta en los 53 años de historia del Estado israelí: el 62% del electorado. Si los palestinos solían decir que Barak era lo menos malo que les podía pasar, Sharon, el responsable de las matanzas de Sabra y Chatila, es sin duda lo peor. Du-rante su primer año de mandato al frente de un Gobierno de unidad nacional, el líder del Likud que había prometido a los suyos, la tradicional fórmula de "paz y seguridad", ha dinamitado los acuerdos de Oslo, ha bombardeado e invadido zonas palestinas autónomas, ha cercado a los poblados árabes, ha demolido hogares pa-lestinos, ha torpedeado el diálogo entre Arafat y su ministro de Exteriores, un Si-mon Peres siempre a punto de dimitir, ha multiplicado los asesinatos selectivos de dirigentes palestinos y ha lanzado una ofensiva contra Arafat para obligarle a sofo-car la Intifada y desarmar a las facciones armadas como condición para volver a la mesa de negociaciones. Pero la nueva Intifada, a diferencia de la primera, no es una simple revuelta, es una guerra de liberación de un pueblo que, tras una década de negociaciones, asiste a los sistemáticos incumplimientos israelíes de los plazos y los términos de los acuerdos. Además, la nueva Intifada tiene un fuerte componente económico: según el último informe de la Comisión Económica y Social para Asia Occidental (ES-CWA), en el segundo trimestre de 2001, el paro ha aumentado en los territorios autónomos de Gaza y Cisjordania un 35,3% con lo que el problema del desempleo, que alcanza al 55% de la población, se ha tornado crítico. Con los atentados del 11-S, muchos volvieron la vista a Medio Oriente en busca de culpables. No los encontraron. Pero sí se difundieron imágenes de alegría de una minoría palestina en los campos de refugiados. Cabe recordar, que son alrededor de 3 millones los palestinos los que hoy viven en Gaza y Cisjordania. Y según una encuesta realizada por la Universidad de Tel Aviv en agosto de 2001, la mayoría de israelíes y palestinos estaban convencidos de mantener el proceso de paz. Pero también es cierto, que para la mayoría de los palestinos residentes en los territorios ocupados, Estados Unidos es responsable de parte de la injusticia cometida contra su pueblo, por ser el tradicional aliado de Israel, y por haberse desentendido del proceso de paz desde la llegada de George W. Bush al poder. Mientras grupos de palestinos festejaban en las calles de Gaza, Arafat se apresuró a condenar los aten-tados en Estados Unidos. Sabía que la situación internacional no era la misma de la que imperaba en la Guerra del Golfo. El apoyo internacional a la causa palestina, desde el comienzo de la Intifada, podía llegar a su fin. Los discursos televisados de Bin Laden, en los que utilizaba el discurso de la causa palestina para justificar el terrorismo contra Estados Unidos, -como la había hecho en su momento Saddan Hussein- no ayudaba en nada a Arafat. Por eso, reaccionó de una forma diametral-mente opuesta a la Guerra del Golfo: ofreció todo su apoyo y solidaridad a Estados Unidos en su guerra contra el terrorismo y declaró, en numerosas oportunidades, el cese del fuego en los territorios bajo su control y exhortó a los palestinos a evitar todo choque con los colonos de los asentamientos israelíes. De esta manera, Arafat buscaba contentar a Estados Unidos y no dar nuevos motivos para la represión is-raelí. Sin embargo, ni la Yihad Islámica, ni Hamás, que en origen fueron organizaciones alimentadas por Israel para frenar el avance de la OLP, ni el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), ni las Brigadas de Al-Aqsa estuvieron dispuestos a detener la violencia. A pesar del llamamiento de Arafat, los ataques terroristas y represalias israelíes se incrementaron. Solamente desde enero hasta abril de 2001, hubo 2.227 ataques de piedras contra los colonos israelíes; han muerto 49 israelíes en atentados palestinos y 30 palestinos en bombardeos del Ejército israelí, además de centenares de heridos en ambas comunidades. Por su parte, Israel reaccionó con una ferocidad nunca antes vista: mató a tres líde-res de Hamás, ocupó cinco ciudades palestinas y bombardeó objetivos en cinco ciudades autónomas, entre ellas la residencia de Arafat en Gaza y su cuartel de Ramala. Demolió 83 casas palestinas dejando a más de 2.000 palestinos sin hoga-res sólo en Rafah. Según el Palestinian Society for the Protection of Law and the Environment (LAW), Israel ha demolido en total 249 casas palestinas en los terri-torios ocupados, incluida Jerusalén Oriental, en un periodo de nueve meses. Para el mismo periodo, ha destruido aproximadamente 25.000 árboles frutales y olivares palestinos. Los asentamientos israelíes se expandieron y nuevos planes de cons-trucción y expropiación de terrenos palestinos se pusieron en marcha ese mismo año. Según el Foundation for Middle East Peace, 25 nuevos asentamientos se han construido desde el inicio de la Intifada; y muchos asentamientos ya construidos fueron expandidos gracias a la expropiación de tierras palestinas. A pesar de los nuevos planes de construcción de los asentamientos, no existe ni un solo proyecto para la construcción de viviendas para los palestinos que sufrieron expropiación. Como consecuencia de la caótica situación en los territorios ocupados, 10% de las pequeñas y medianas empresas en propiedad de colonos cerraron sus puertas desde comienzo de la Intifada. Un 30% adicional han frenado sus ventas. Al mismo tiempo, los palestinos han visto deteriorarse aún más las condiciones de vida. Se estiman que las pérdidas económicas para el gobierno de la Autoridad Palestina ascienden a 7.000 millones de dólares y las posibilidades de revertir la situación están lejos de la realidad. Inseguridad y crisis económica se alimentan recíproca-mente y afectan igualmente a israelíes y palestinos. A pesar de la grave crisis que ha embargado al proceso de paz y a la brutalidad de los ataques israelíes contra la población civil palestina, Estados Unidos permaneció con sigilosa complicidad. No obstante, al comienzo de la Intifada, Estados Unidos acusó directamente a Arafat por permitir esta "guerra de piedras", en cambio, ni siquiera llamó la atención a Israel por sus continuos ataques a la población civil palestina. Bush ha hecho poco y nada por revitalizar la paz y continuar con la labor de su an-tecesor, Bill Clinton. Durante el año pasado solo hubo un intento para alcanzar una solución al conflicto, que terminó siendo un informe parcial de la comunidad inter-nacional a favor de Israel: el Informe Mitchell. Varios puntos del informe están sujetos a criticas. La primera es que no responsabilizó al actual Primer Ministro israelí, Ariel Sharon, por desatar la Intifada con su visita a la Explanada de las Mezquitas. La segunda, no acusó a Israel por el uso abusivo de la fuerza ante la población civil palestina y justificó tal actitud sosteniendo que los soldados israelí-es "son jóvenes e inexpertos" (véase Informe Mitchell, Anuario, Documentos Medio Orien-te). La tercera, fue responsabilizar solo a Arafat por el quiebre de la paz como con-secuencia de los ataques terroristas palestinos. Finalmente, el informe solicita a las partes entablar la confianza y cooperación mediante el cese de la violencia (exclu-sivamente palestina) y un congelamiento en la construcción de los asentamientos israelíes en territorio palestino. Este informe, sin voluntad política de ninguno de los componentes esenciales de la paz en Medio Oriente, a saber, Israel, Palestina y Estados Unidos, no hizo hincapié en los orígenes del conflicto (la ocupación terri-torial) y por ende, no tuvo la solución final. Con los atentados a las Torres Gemelas y el Pentágono, Estados Unidos necesitó contar con el apoyo árabe para la coalición internacional contra el terrorismo. Bush volvió la vista al conflicto de Medio Oriente, a presionar a Sharon y a pronunciar una sorprendente declaración a favor del Estado palestino. Sin embargo, el incesante azote terrorista dio argumentos a Ariel Sharon para hacer lo que en otro momento nadie le hubiera permitido: atacar directamente a Arafat y a la Autoridad Palestina, hasta el punto de declarar que el líder palestino ya no es un interlocutor válido para Israel. El fuerte vínculo entre Israel y Estados Unidos ha hecho que Bush dé un paso atrás y se coloque nuevamente del lado de Sharon, a pesar de los esfuerzos de la Autori-dad Palestina por satisfacer las exigencias de Israel y de Estados Unidos. La Auto-ridad Palestina clausuró unos 40 locales de las organizaciones integristas y detuvo a más de un centenar de sus líderes, a costa de radicalizar a las facciones palestinas y a costa de enfrentar al pueblo con su propia policía. Estados Unidos reconoce que la clave para la estabilidad de la región es poner un fin a la cuestión palestina. Los estados árabes y musulmanes asimismo reconocen la necesidad de contar con el apoyo, económico y político, de los Estados Unidos y aliarse en su lucha contra el terrorismo. Pero a la vez, deben cargar con el pesado peso del descontento de sus gobernados cada vez más críticos acerca de la política norteamericana en la región. La condición del pueblo palestino genera no solo ren-cor en Cisjordania y Gaza sino en toda la comunidad árabe - musulmana. Esa es una de las razones para entender porque tanto la Conferencia Islámica y la Liga de Países Arabes condenaron los ataques terroristas del 11-S pero exigieron un marco legal basado en el derecho internacional para el accionar de Estados Unidos, pero por sobre todo, una pronta solución al conflicto palestino - israelí. Las perspectivas para el año 2002 siguen siendo nefastas. No hay
señales de que Sharon vaya a abandonar sus planes para deshacerse
del presidente palestino y des-truir la Autoridad Palestina. Sharon pertenece
a la camada de los viejos líderes que prefieren el uso de la fuerza,
la ocupación militar en vez de una salida concertada entre las
partes en conflicto. Al mismo tiempo, Arafat es blanco no sólo
de las crí-ticas israelíes sino de los propios palestinos,
que ven a su régimen como vetusto y autoritario. Estados Unidos
e Israel aumentan las presiones sobre Arafat para que actúe contra
los terroristas. Los choques entre la policía palestina y los seguidores
de Hamás y Yihad son cada vez más frecuentes, lo que puede
desencadenar en una temida guerra civil palestina. La Intifada Al-Aqsa
ha perdido su rumbo original. Y la pulseada, la sigue ganando Sharon.
Lic. Sandra De Rose
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